El velo islámico se ha convertido en los últimos años en motivo de preocupación para los gobiernos europeos, y de debate en el ámbito social.
Las dos tesis principales son la que defiende que el creciente uso del velo en los países occidentales es una forma de resistencia cultural a la extendida costumbre de identificar islamismo con terrorismo y delincuencia, y la que se centra en la prohibición del uso de prendas “con connotaciones religiosas” para facilitar una “integración” que precisamente así, a base de prohibiciones, no parece que vaya a resultar nada fácil.
En suma, que lo que hasta hace medio siglo no dejaba de ser una prenda más de la indumentaria femenina en muchos países (con lo que podía acarrear de sumisión, según los casos, pero ese es otro debate), ha pasado ahora a convertirse en un elemento político “tanto dentro como fuera del mundo musulmán”, que ha llevado a intentar regular su uso prohibiéndolo en espacios públicos, sobre todo en países europeos que reciben inmigración musulmana.
Pero lo que, por ejemplo en Francia, podría tener algún sentido, habida cuenta que los musulmanes son la segunda religión practicada y el árabe la tercera lengua hablada en el país, y que el francés es de verdad un Estado laico que tampoco consiente veleidades a otras religiones (eso oficialmente, porque la verdad es que cada vez se aprecia mayor impacto del catolicismo en la sociedad francesa), en otros lugares puede llegar incluso a provocar situaciones ridículas, como las vividas en los plenos de algunos ayuntamientos rurales españoles que, sin haber visto hiyab ni niqab alguno por sus calles, han aprobado mociones prohibiendo su uso.
Lo que, en buena ley y tanto si se produce en el Parlamento francés como en un ayuntamiento de la costa española, no es otra cosa que una restricción de los derechos de toda una minoría, cuando no una manifestación de racismo y xenofobia. “Tanto las expulsiones de los colegios a causa del pañuelo como la prohibición del niqab suponen una tragedia para las personas que las sufren -de modo manifiestamente ilegal- y crean todo un clima de desasosiego e incomodidad para las chicas musulmanas y su entorno. Siendo musulmanas, están potencialmente fuera de la ley si deciden llevar el pañuelo. Así son percibidas: entre víctimas y fanáticas”.
Este libro, de la profesora de Antropología de la Universidad Autónoma de Madrid Angeles Ramírez, prolonga el debate más allá de la charla de café intentado trasladarlo al ámbito universitario y al mundo del pensamiento y, de momento, lo deja tan abierto como estaba antes de la redacción de la obra. Es cierto que existen -y muchas- mujeres en el mundo musulmán sojuzgadas por padres, maridos, hermanos y otros parientes masculinos que, entre otras cosas, expresan públicamente su sumisión obligándolas a cubrirse con velo, pañuelo e incluso burka: tapándose el pelo, la cara, el torso e incluso todo el cuerpo.
Pero también es cierto que hay otras mujeres musulmanas, por ejemplo en países como Turquía o Egipto donde nadie puede obligar legalmente a ninguna mujer a llevar velo, que deciden hacerlo su estandarte, que lo adoptan como defensa de unos valores tradicionales que ellas llaman culturales, destinados , lo quieran o no, a desaparecer (pero ese también es otro asunto). En los países mencionados cada vez son más las jóvenes que acuden al trabajo o a la Universidad con la cabeza tapada. Y, en estos casos, hablamos de una decisión personal y no se cuestiona su autonomía.
El feminismo crítico, dice la profesora Ramírez, “confronta aquí un importante dilema que no está resuelto ni siquiera en el sentido de poder articular un discurso informado y militante sobre el tema, de modo que incluya la atención a las mujeres que deciden llevarlo o que luchan contra él, sin por ello apoyar el patriarcado o el racismo antimusulmán.
Por un lado, las perspectivas "salvadoras", que concentran su acción en la emancipación de las mujeres musulmanas arrebatándoles el pañuelo para "liberarlas" de su propia cultura pueden estar sirviendo para que las derechas y algunas "izquierdas" sostengan una posición claramente islamófoba y antiinmigración; por otro, la interpretación del hiyab y el niqab únicamente como formas de resistencia cultural puede llevarnos a pasar por alto las consideraciones patriarcales que pueden estar en la base de la construcción del cuerpo de las musulmanas como algo que debe ser ocultado, legislado y controlado”.
Islam España es el portal del islam en lengua española , un proyecto de futuro para la convivencia,la cooperación y el diálogo.
Las dos tesis principales son la que defiende que el creciente uso del velo en los países occidentales es una forma de resistencia cultural a la extendida costumbre de identificar islamismo con terrorismo y delincuencia, y la que se centra en la prohibición del uso de prendas “con connotaciones religiosas” para facilitar una “integración” que precisamente así, a base de prohibiciones, no parece que vaya a resultar nada fácil.
En suma, que lo que hasta hace medio siglo no dejaba de ser una prenda más de la indumentaria femenina en muchos países (con lo que podía acarrear de sumisión, según los casos, pero ese es otro debate), ha pasado ahora a convertirse en un elemento político “tanto dentro como fuera del mundo musulmán”, que ha llevado a intentar regular su uso prohibiéndolo en espacios públicos, sobre todo en países europeos que reciben inmigración musulmana.
Pero lo que, por ejemplo en Francia, podría tener algún sentido, habida cuenta que los musulmanes son la segunda religión practicada y el árabe la tercera lengua hablada en el país, y que el francés es de verdad un Estado laico que tampoco consiente veleidades a otras religiones (eso oficialmente, porque la verdad es que cada vez se aprecia mayor impacto del catolicismo en la sociedad francesa), en otros lugares puede llegar incluso a provocar situaciones ridículas, como las vividas en los plenos de algunos ayuntamientos rurales españoles que, sin haber visto hiyab ni niqab alguno por sus calles, han aprobado mociones prohibiendo su uso.
Lo que, en buena ley y tanto si se produce en el Parlamento francés como en un ayuntamiento de la costa española, no es otra cosa que una restricción de los derechos de toda una minoría, cuando no una manifestación de racismo y xenofobia. “Tanto las expulsiones de los colegios a causa del pañuelo como la prohibición del niqab suponen una tragedia para las personas que las sufren -de modo manifiestamente ilegal- y crean todo un clima de desasosiego e incomodidad para las chicas musulmanas y su entorno. Siendo musulmanas, están potencialmente fuera de la ley si deciden llevar el pañuelo. Así son percibidas: entre víctimas y fanáticas”.
Este libro, de la profesora de Antropología de la Universidad Autónoma de Madrid Angeles Ramírez, prolonga el debate más allá de la charla de café intentado trasladarlo al ámbito universitario y al mundo del pensamiento y, de momento, lo deja tan abierto como estaba antes de la redacción de la obra. Es cierto que existen -y muchas- mujeres en el mundo musulmán sojuzgadas por padres, maridos, hermanos y otros parientes masculinos que, entre otras cosas, expresan públicamente su sumisión obligándolas a cubrirse con velo, pañuelo e incluso burka: tapándose el pelo, la cara, el torso e incluso todo el cuerpo.
Pero también es cierto que hay otras mujeres musulmanas, por ejemplo en países como Turquía o Egipto donde nadie puede obligar legalmente a ninguna mujer a llevar velo, que deciden hacerlo su estandarte, que lo adoptan como defensa de unos valores tradicionales que ellas llaman culturales, destinados , lo quieran o no, a desaparecer (pero ese también es otro asunto). En los países mencionados cada vez son más las jóvenes que acuden al trabajo o a la Universidad con la cabeza tapada. Y, en estos casos, hablamos de una decisión personal y no se cuestiona su autonomía.
El feminismo crítico, dice la profesora Ramírez, “confronta aquí un importante dilema que no está resuelto ni siquiera en el sentido de poder articular un discurso informado y militante sobre el tema, de modo que incluya la atención a las mujeres que deciden llevarlo o que luchan contra él, sin por ello apoyar el patriarcado o el racismo antimusulmán.
Por un lado, las perspectivas "salvadoras", que concentran su acción en la emancipación de las mujeres musulmanas arrebatándoles el pañuelo para "liberarlas" de su propia cultura pueden estar sirviendo para que las derechas y algunas "izquierdas" sostengan una posición claramente islamófoba y antiinmigración; por otro, la interpretación del hiyab y el niqab únicamente como formas de resistencia cultural puede llevarnos a pasar por alto las consideraciones patriarcales que pueden estar en la base de la construcción del cuerpo de las musulmanas como algo que debe ser ocultado, legislado y controlado”.
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