«Volver a la Mezquita, desnudarla, piedra a piedra, y encontrar allí lo que fuimos, lo que somos, y puede que hasta lo que seamos sin vana modernidad de iconos-franquicia...»
Escuchar a un gran arquitecto suele provocar un rápido viaje de la fascinación al desapego. Como grandes sastres de las ciudades, son capaces de proponer el mejor traje posible, aunque luego puede acabar hecho un adefesio por la percha. Su exagerado vedetismo —tampoco el periodismo está exento de ello ni otros muchos gremios— gripa su ya de por sí difícil encaje en el pragmatismo de andar por casa que usamos el resto de mortales cuando intentamos entenderlos.
Viene esto al caso no porque nos hayamos enterado por Facebook de que Ocaña ya es un «ciudadano libre». Uno escucha esta frase y se imagina al exalcalde en el desván de su casa, como esa abuelita de Arturo Pérez Reverte que en La piel del tambor hurdía maquiavélicas tramas desde su ordenador y aquella habitación sevillana. Claro, en este caso, pueden imaginarse al «ex» tecleando la ya célebre frase y haciendo un corte de manga con eco muscular tras darle a enter.
Tampoco viene al caso lo de los arquitectos porque necesitemos la teoría de la proporción cordobesa para entender el laberinto del PSOE, todo un dechado de autocrítica después del batacazo del 22-M en Córdoba. Aunque pensándolo bien, ¿quién va querer disputarle el cetro a Durán, si todo mienta ruina? ¿Quién estaría dispuesto a coger el timón de un barco a la deriva donde ya hay jibarismo por los pocos puestos que quedan...? Ni tampoco sale a colación porque Luis Martín necesite un arquitecto nada más que para meterle mano al organigrama de la Gerencia de Urbanismo, con más jefes que indios y mucha tribu ideológica tras la ventanilla o la mesa de despacho.
No. Lo de los arquitectos venía al caso por la magnífica conversación que el pasado jueves mantuvieron en el ciclo de ABC «Todos con Córdoba 2016» el singularísimo Carlos Ferrater —el hombre que cometió el pecado de enseñar el «Ojo del Califa»— y Rafael De La-Hoz Castanys, nuestro arquitecto cordobés universal plagado de sabiduría llana, finísimo humor e ironía y un sentido común inapropiado en un arquitecto de su talla. Conversación dirigida con maestría por uno de los arquitectos más prometedores del panorama nacional, el coruñés Arturo Franco, quien ya dio la clave de entrada ante un entusiasta aforo cuando afirmó que probablemente una estupenda identidad cultural de Córdoba fuese su riquísima arquitectura. Bueno, respiren, también las montamos pardas aquí cuando se abren esos debates interminables del granito, la divinidad Juan Cuenca y la Junta de Andalucía o el Ayuntamiento haciendo urbanismo sostenible.
Fue al final, casi, de esa charla cuando desde el público se lanzó una idea que aprovecho hoy esta tribuna para replicársela a ustedes y a algún miembro del nuevo equipo de gobierno si tienen a bien reflexionar sobre ella y pensar en su recorrido, sin fundamentalismos ideológicos o religiosos, por otra parte.
La chispa la encendió Ferrater, un catalán muy andaluz aunque no lo parezca, que sentenció: «La Mezquita es el mejor edificio de la Historia». ¿Y por qué no suscriben esa aseveración en un manifiesto los 30 mejores arquitectos españoles y europeos, a ser posible anglosajones, y le decimos al mundo que ése, y no otro, es nuestro edificio «icono»...?, interpeló una voz con acento de ETEA. ¿Podemos llegar a imaginarnos lo que supondría, en todos los sentidos, que los circuitos culturales, turísticos, arquitectónicos y artísticos se engancharan a esta etiqueta...? Que un gurú mundial de la arquitectura como Kenneth Frampton replicara esa aseveración con absoluta rotundidad tras sus décadas de investigación y crítica a las espaldas desde la Universidad Columbia de Nueva York. Con el reconocimiento que su profesión le dispensa. O que otro gurú como William J. R. Curtis, que en los años 60 viajaba a España como un poseso buscando a El Cordobés por las plazas de toros, refrendara la sentencia. O que simplemente esas decenas de firmas-franquicia de la arquitectura mundial rubricaran un manifiesto en el interior del monumento de los monumentos, del arte de las artes y los estilos..., aquél que da sentido a la expansión de la ciudad y su sedimentación urbana.
El progreso en Córdoba es el regreso, que declina Antonio Gala. Y así hay que fingirlo frente a ese debate que ya dura una década con el insoportable Rem Koolhaas, uno de los grandes arquitectos mundiales, en nuestra memoria urgente y sangrante. Volver a la Mezquita, desnudarla en su inmensa riqueza patrimonial como ya lo han hecho auténticos amanuenses arquitectónicos como Gabriel Ruiz Cabrero, «piedra a piedra». La Mezquita no es uno de esos cadáveres efímeros de los que Carlos Ferrater habla cuando se interpela ante él una ristra de simbologías que han querido muchas ciudades adoptar como su santo y seña, como su identidad artificial y futurible olvidando la esencia misma. Arquitectura iconográfica, negocio, franquicias y vanos intentos de llenar los vacíos de tantas ciudades a costa del erario público.
Reivindiquemos una vez más la Mezquita como palimpsesto generosos de la arquitectura, aquella que ayudó a configurar la civilización humana desde un zigurat hasta una pirámide. Desde el Parthenon a un rascacielos de Manhattan. La arquitectura proporciona dimensión a los hombres desde sus claves físicas. Y así ocurre con Córdoba y su Mezquita-Catedral, el lienzo de nuestra genealogía, de nuestro más puro ser cordobés. Reivindiquemos la Mezquita como principio y fin. Córdoba es su Mezquita y mucho más, pero primero su Mezquita y después, todo lo demás. Espero que Carlos y Rafael tomen buena nota de esta afrenta como grandes humanistas que han demostrado ser.
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