Recién elegido presidente de CEAR, le preocupa mucho el proyecto de ley de asilo del Gobierno e insiste en que ni España ni la UE pueden atajar la inmigración si no se abordan las crisis de los países de origen, mucho peores que las de Occidente
Paris, 27-12-08,ABC.Es,LUIS DE VEGA.-
Javier de Lucas (1952), especialista en cuestiones migratorias, es desde hace unos días presidente de la ONG Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Ha respondido a las preguntas de ABC desde París, donde es director del Colegio de España aunque mantiene su plaza al frente de la cátedra de Filosofía del Derecho de la Universidad de Valencia.
—¿Se han olvidado los españoles de los tiempos en los que ellos eran los emigrantes?
—Los grandes paganos del despegue alemán son las generaciones de españoles, italianos, portugueses y yugoslavos que contribuyen a ese milagro, que, a cambio, no reciben lo mismo que los trabajadores alemanes. Estamos repitiendo exactamente el mismo fenómeno. Asistimos a un crecimiento inusitado en nuestro país para convertirnos en la octava potencia económica mundial y esto no es un fenómeno que hacemos sólo nosotros. Lo hacemos en gran medida con la aportación de la emigración.
—¿Por qué CEAR considera un retroceso el proyecto de ley de asilo del Gobierno de Zapatero?
—Hay varios argumentos que preocupan extraordinariamente. Primero, la introducción de la noción de terceros países seguros, lo que no justificaría el asilo. Por ejemplo, un colombiano no podría pedir asilo porque Colombia está considerado teóricamente como un país seguro, donde existen normas de Estado de derecho y existen tribunales, pero la realidad desmiente esto. Segundo, no se mantiene la presencia del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) en el procedimiento de asilo en frontera, que era garantía de ese procedimiento. Tercero, se debilita el papel de organizaciones sociales y se desdibuja la asistencia letrada. Cuarto, desaparece la posibilidad de pedir asilo en España por vía diplomática. Habida cuenta de la situación de conflicto en numerosos países del mundo, esto supone eliminar uno de los resquicios para que los que sufren persecución o sean demandantes de asilo puedan ejercerlo. Y es particularmente grave el que se mantenga la inadmisión a trámite y además se acelere por un procedimiento abreviado. En 2008, las solicitudes han disminuido un 43 por ciento con respecto a 2007 (de 4.177 han pasado a 2.161). Y además, el 45 por ciento no se han admitido. Por lo tanto, en 2007 se ha otorgado protección a 123 personas. Si eso es alargar el espacio de asilo, que venga Dios y lo vea.
—El ministro Corbacho anunció que con la crisis se iba a frenar la contratación en origen, pero el informe anual de la Organización Mundial de las Migraciones (OIM) apunta a mayores flujos hacia los países desarrollados.
—Se está poniendo de manifiesto la miopía de quienes quieren gestionar la emigración en términos contables, casi mezquinos, para que nos cuadren las cuentas con beneficios. Repetimos lo que dijo Max Frisch (novelista suizo) de que queríamos mano de obra pero nos han llegado personas.
—¿Qué busca la UE con sus nuevas directivas migratorias de retorno y la tarjeta azul?
—Son dos directivas que muestran una contradicción con la política de la UE. La directiva de retorno se revela cada vez más como una directiva de la vergüenza, de expulsión. El botón de muestra es el trato de los menores. La posibilidad de que se expulse a menores inmigrantes a países a los que no son ni siquiera los de su origen, sino los de tránsito, viola la Convención Europea, el Convenio de Derechos del Niño de la ONU y, en el caso español, la ley orgánica de Protección del Menor. La «blue card» establece categorías de emigrantes al mismo tiempo que nosotros decimos que no buscamos la fuga de cerebros. Esto resulta bastante difícil de conectar con el alma progresista que representa lo mejor de Europa.
—¿Cuál debería ser el modelo migratorio ante esta nueva sociedad española más diversa?
—Es una situación extraordinariamente compleja e incrementada por las crisis que vivimos en este momento. Pero hay también allí la humanitaria, de sanidad, de persecución hasta la muerte, genocidio... y todo eso genera desplazamientos forzados. Ése es el problema. Tenemos que darnos cuenta de que las migraciones involucran a todo el mundo y hay que actuar sobre las causas que llevan a esos desplazamientos forzosos para tratar de que sean movimientos más libres, como los que nos planteamos nosotros ahora en España. Que uno se quiere ir a EE.UU. a estudiar, a Alemania o a Francia, o a especializarse en su trabajo, y lo hace en condiciones de considerable libertad. Para eso hay que incidir sobre las causas de la desigualdad. Una política migratoria desligada del fenómeno de desigualdad, de las condiciones de miseria y de no cumplir expectativas de vida que tiene una buena parte de la población mundial es una política inútil. No entiendo que se hable de política de integración y al mismo tiempo la UE y España tengan en el punto de mira la restricción del reagrupamiento familiar.
—Usted ha llegado a decir que la lucha contra el terrorismo internacional ha contaminado nuestra visión de la emigración con un discurso más defensivo.
—La tentación más fácil es identificar como enemigo o como incompatible con nosotros a aquél que es diferente. En ese punto de mira no sólo está el arquetipo de enemigo, que es el terrorista fundamentalista islámico, que, evidentemente, es un enemigo y los últimos atentados están ahí, sino que se extiende a cualquier tipo de «otro» visible y sobre todo se extiende para gestionar la respuesta en tiempos de crisis cuando hay por ejemplo un riesgo de desafección de las clases trabajadoras que ven en peligro su propia situación.
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