lunes, 13 de octubre de 2008

Musulmanes bajo el yugo de China

Ocho millones de musulmanes de etnia uigur siguen sufriendo la represión religiosa de las autoridades de Pekín.

Yolwas y su hijo, junto a la tumba que están construyendo en el cementerio musulmán de Kashgar, en el que también viven. A.RODÉS

KASHGAR (XINJIANG) - 13/10/2008,Publico.es, ANDREA RODÉS -

Yolwas no ha comido nada en todo el día y el sol del atardecer pega con fuerza sobre su espalda mientras amasa cemento para construir una nueva tumba. Pero esto no parece molestar a este hombre de nariz aguileña y pequeños ojos verdes, que lleva más de 30 años trabajando en el cementerio musulmán de Kashgar.

Su objetivo es que la tumba esté acabada para el día siguiente del final del Ramadán, cuando los musulmanes acuden al cementerio para rezar a los muertos. Como la mayor parte de la población de esta ciudad china, un antiguo enclave de la Ruta de la Seda, Yolwas es uigur, una minoría étnica de origen turco que habita en la provincia de Xinjiang.

"En este barrio no vive ningún chino", explica Yolwas, ajustándose sobre
la cabeza rapada el gorrito blanco tradicional uigur. Este hombre de 65 años vive con su hijo en una de las casas de adobe construidas en medio del cementerio.

Unos niños juegan entre las tumbas a tirarse tierra. Van sucios de polvo y al ver a extranjeros saludan diciendo "ni hao", hola en mandarín. Su lengua materna es el uigur, un dialecto del turco, pero en la escuela aprenden chino.

Hablar con fluidez el chino es esencial para integrarse en un país dominado por los han, la etnia a la que pertenece el 90% de la población. En Kasghar, los han viven en la ciudad moderna y apenas se dejan ver por los barrios uigur.

Durante los últimos 30 años, la emigración china a Xinjiang, una provincia estratégica por sus recursos energéticos y su posición fronteriza con Asia Central, ha convertido a ocho millones de uigures en la población minoritaria. Para muchos, los han son colonizadores, ya que ocupan los puestos de trabajo en el Gobierno local y explotan el gas y el petróleo.

Incluso es frecuente ver a los turistas chinos que viajan a Xinjiang vestidos con ropa de explorador, como si fueran a descubrir el Lejano Oeste.

Una estatua gigante del líder comunista Mao Zedong, el fundador de la China moderna, preside la plaza del Pueblo de Kashgar. La presencia de Mao parece recordar que esta remota región, más cercana a Islamabad que a Pekín, es parte de China. Un cartel rojo colgado en la plaza anuncia la llegada del Día Nacional, el uno de Octubre.

"Es una fiesta para los chinos. Nosotros no lo celebramos", dice Ahmed, nombre ficticio del dueño de un pequeño colmado junto a uno de los hoteles más turísticos de Kashgar.

"Aquí queremos la independencia, como Taiwan o Hong Kong", añade. El Gobierno chino mantiene estrictas medidas de seguridad para evitar brotes de separatismo o de terrorismo islámico. Este verano, una serie de atentados mortales contra intereses chinos sacudieron Xinjiang poco antes los Juegos Olímpicos.

En Kashgar, un grupo de separatistas uigures armados con machetes atacó el pasado 4 de agosto un cuartel militar y mató a 16 paramilitares chinos, según Pekín.

Control político y religioso Ahmed evita hablar de este atentado. Teme ser escuchado. Adil, un guía turístico de 28 años, desvía también la mirada cuando se le pregunta.

Los guías oficiales tienen prohibido hablar de política con los extranjeros. La presencia policial en las calles de Kashgar no es exagerada, pero la desconfianza y el miedo a hablar de política reflejan la represión que se vive en Xinjiang.

En la mezquita de Id Kah, la más importante de Kashgar, un agente controla que no haya menores de edad. La ley china lo prohíbe. "Yo soy alto para mi edad, por eso no me pillan", explica Mohammed, un vendedor de perfumes de 17 años, en la puerta de la mezquita.

Los padres de los menores detenidos son obligados a asistir a cursos de educación religiosa del Gobierno, explica Mohammed. Su padre está exiliado en Estambul desde hace 12 años por haber tenido contacto con asociaciones religiosas en el extranjero.

"Si vuelve, le meterán en la cárcel", dice el vendedor de perfumes. Pekín designa a los imanes de las mezquitas de Xinjiang y la en-señanza del islam en escuelas privadas está prohibida. "Todo lo que sé sobre Alá lo aprendí en casa", concluye este joven musulmán.

Turugnan, de 23 años, quiere continuar con el negocio funerario de su padre. "Mi bisabuelo ya se dedicaba a construir tumbas", explica Yolwas. Juntos pueden llegar a ganar unos 1.300 yuanes al mes, unos 130 euros.

Mientras su padre habla, Turugnan sigue colocando ladrillos. Son de mala calidad y se rompen con un simple golpe de pala: 1.200 ladrillos cuestan 200 yuanes (20 euros), el doble que el año pasado. "Mucha gente aún prefiere la tumbas de adobe porque usar ladrillos de fábrica lo consideran pecado", explica Yolwas.

Su hijo mayor se dedica al transporte de ladrillos. Las carreteras y las infraestructuras públicas de Xinjiang han mejorado gracias a la inversión china, pero los uigures critican la discriminación a la hora de encontrar trabajo o acceder a las mejores escuelas. Muchos no dominan el mandarín y no disponen de guanxi, contactos sociales, la clave del éxito profesional en China.

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