Almuñécar , 17 de octubre de 2008,CTI: Redacción.-
Una de las cuestiones controvertidas de nuestra historia menos reciente, hace referencia al desembarco de Abderramán I en las playas de Almuñécar, allá por el año 755. No solamente hay dudas sobre la fecha exacta en que este se produjo, sino que algún autor ha planteado que pudo haber desembarcado en Sat, en La Herradura.
Una duda alimentada en el siglo XIV por el escritor Ibn al Jatib, el cual nació en Loja, y que hace referencia a unos malos augurios para no desembarcar en Almuñécar y hacerlo en la resguardada Sat. En cambio, tanto las tradiciones y recuerdos históricos transmitidos a lo largo del tiempo, como los escritores de los siglos X al XII, parecen coincidir que fue en las playas de Almuñécar, entonces al-Munakkab o Hins al-Monacar, el lugar escogido por el primer emir omeya para pisar tierra hispana, en el al-Andalus de entonces
La fecha del desembarco está fijada en el 1 de Rabí I de 136 de la Hégira, que corresponde con el 15 de agosto del año 755.
De los distintos relatos que nos describen este acontecimiento, el autor que entra en mayores detalles, más literarios que asentados en hechos históricos constatables, es Miguel Lafuente Alcántara. Lo podemos encontrar en su principal obra, Historia de Granada, publicada en el año 1844, y que transcribimos literalmente.
La fortuna comenzaba ya a mostrarse favorable a Abderramán. Propicios el mar y los vientos, facilitaron su tránsito desde las costas de Argelia a la playa de Almuñécar. Los conjurados había escogido para el desembarco las costas de la Alpujarra, como tierra fragosa, oscura, menos expuesta a la violenta reacción que pudiera ocasionar Yúsuf, y también por ser comarca más próxima a Granada, donde residían los damasquinos, autores principales de la revolución.
Como sabíase de antemano el día de la llegada, acudieron a aquel puesto comisiones de las tribus para recibir con pompa y dignidad al deseado príncipe y rendirle sus homenajes. Cristianos de la Alpujarra, árabes de la tierra de Granada y de Almería, se agolparon en confusa muchedumbre en las playas de Almuñécar, atraídas de la curiosidad e impacientes de conocer al alto personaje que venía a regir sus destinos. A penas fue divisado el bajel africano, lanzáronse a su encuentro barcas empavesadas y esquifes. La gente marinera aclamó al emir entre el rumor de las rizadas olas mientras el pueblo bullía en el embarcadero. No bien pisó la tierra el joven omeya, le vitoreó, frenética, la muchedumbre. Los jeques le asieron las manos y le presentaron con aparato al pueblo, que redobló sus aplausos. El júbilo que embargaba todos los ánimos, la benevolencia general, le persuadieron de que era señor de los corazones y que debía serlo también de la tierra.
El gran príncipe gustó por vez primera las lisonjeras aclamaciones de la plebe y mitigó bajo el hermoso cielo del país granadino sus amarguras anteriores. La noticia de la llegada de Abderramán provocó en nuestro país una explosión de entusiasmo. Otmám y Jalid, caudillos de las tribus sirias de Elvira, acudieron a besar sus plantas capitaneando marciales escuadrones. La acalorada juventud corría plazas y calles desplegando el pendón blanco de los omeyas.
Un relato apasionado, sin duda, hacia la persona y gestas de Abd al-Rahman (servidor del Misericordioso), primer emir de al-Andalus, independiente de Damasco, quien también sería conocido como al-Dájil (el inmigrado), y cuyo nombre completo era Abd ul-Mutarrif Abd al-Rahman ben Muawiya, también castellanizado como Abderramán.
Procedía el joven príncipe omeya del norte de África, donde encontró refugio entre las tribus beréberes, pues de allí procedía su madre. Llevaba cinco años de destierro, de deambular por varios países y territorios, tras la sangrienta tarde de junio del 750 en que degollaron a sus predecesores omeyas.
Cinco años de periplos que concluyeron en el desembarco en la península, donde había enviado emisarios que garantizasen el respaldo a su causa, algo que encontró en numerosos clientes sirios, yemeníes y beréberes.
Islam España es el portal del islam en lengua española , un proyecto de futuro para la convivencia,la cooperación y el diálogo.
Una de las cuestiones controvertidas de nuestra historia menos reciente, hace referencia al desembarco de Abderramán I en las playas de Almuñécar, allá por el año 755. No solamente hay dudas sobre la fecha exacta en que este se produjo, sino que algún autor ha planteado que pudo haber desembarcado en Sat, en La Herradura.
Una duda alimentada en el siglo XIV por el escritor Ibn al Jatib, el cual nació en Loja, y que hace referencia a unos malos augurios para no desembarcar en Almuñécar y hacerlo en la resguardada Sat. En cambio, tanto las tradiciones y recuerdos históricos transmitidos a lo largo del tiempo, como los escritores de los siglos X al XII, parecen coincidir que fue en las playas de Almuñécar, entonces al-Munakkab o Hins al-Monacar, el lugar escogido por el primer emir omeya para pisar tierra hispana, en el al-Andalus de entonces
La fecha del desembarco está fijada en el 1 de Rabí I de 136 de la Hégira, que corresponde con el 15 de agosto del año 755.
De los distintos relatos que nos describen este acontecimiento, el autor que entra en mayores detalles, más literarios que asentados en hechos históricos constatables, es Miguel Lafuente Alcántara. Lo podemos encontrar en su principal obra, Historia de Granada, publicada en el año 1844, y que transcribimos literalmente.
La fortuna comenzaba ya a mostrarse favorable a Abderramán. Propicios el mar y los vientos, facilitaron su tránsito desde las costas de Argelia a la playa de Almuñécar. Los conjurados había escogido para el desembarco las costas de la Alpujarra, como tierra fragosa, oscura, menos expuesta a la violenta reacción que pudiera ocasionar Yúsuf, y también por ser comarca más próxima a Granada, donde residían los damasquinos, autores principales de la revolución.
Como sabíase de antemano el día de la llegada, acudieron a aquel puesto comisiones de las tribus para recibir con pompa y dignidad al deseado príncipe y rendirle sus homenajes. Cristianos de la Alpujarra, árabes de la tierra de Granada y de Almería, se agolparon en confusa muchedumbre en las playas de Almuñécar, atraídas de la curiosidad e impacientes de conocer al alto personaje que venía a regir sus destinos. A penas fue divisado el bajel africano, lanzáronse a su encuentro barcas empavesadas y esquifes. La gente marinera aclamó al emir entre el rumor de las rizadas olas mientras el pueblo bullía en el embarcadero. No bien pisó la tierra el joven omeya, le vitoreó, frenética, la muchedumbre. Los jeques le asieron las manos y le presentaron con aparato al pueblo, que redobló sus aplausos. El júbilo que embargaba todos los ánimos, la benevolencia general, le persuadieron de que era señor de los corazones y que debía serlo también de la tierra.
El gran príncipe gustó por vez primera las lisonjeras aclamaciones de la plebe y mitigó bajo el hermoso cielo del país granadino sus amarguras anteriores. La noticia de la llegada de Abderramán provocó en nuestro país una explosión de entusiasmo. Otmám y Jalid, caudillos de las tribus sirias de Elvira, acudieron a besar sus plantas capitaneando marciales escuadrones. La acalorada juventud corría plazas y calles desplegando el pendón blanco de los omeyas.
Un relato apasionado, sin duda, hacia la persona y gestas de Abd al-Rahman (servidor del Misericordioso), primer emir de al-Andalus, independiente de Damasco, quien también sería conocido como al-Dájil (el inmigrado), y cuyo nombre completo era Abd ul-Mutarrif Abd al-Rahman ben Muawiya, también castellanizado como Abderramán.
Procedía el joven príncipe omeya del norte de África, donde encontró refugio entre las tribus beréberes, pues de allí procedía su madre. Llevaba cinco años de destierro, de deambular por varios países y territorios, tras la sangrienta tarde de junio del 750 en que degollaron a sus predecesores omeyas.
Cinco años de periplos que concluyeron en el desembarco en la península, donde había enviado emisarios que garantizasen el respaldo a su causa, algo que encontró en numerosos clientes sirios, yemeníes y beréberes.
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