martes, 24 de abril de 2018

Ante la violencia religiosa y la islamofobia

València, abril de 2018,islamedia


La violencia terrorista avanza con paso firme sin circunscribirse a un único país o a una sola religión: en los últimos meses se ha atentado en diferentes países y en nombre de las diversas confesiones religiosas. Sin embargo, se ha despertado una ola de odio dirigida principalmente contra la población musulmana, dejando a su paso un gran sufrimiento en gente sencilla fiel al Islam. Ninguna razón legitima el recurso al terrorismo, pero nuestra racionalidad exige una explicación. 

Desactivar el componente religioso de la violencia es hoy un imperativo fundamental para cualquier sistema cultural y todas las religiones y sabidurías mundiales, que obliga a discernir qué discursos y qué prácticas confesionales de nuestro ámbito representan un caldo de cultivo para la acción violenta. No obstante, tan necesario es advertir las complicidades como justo reconocer el papel de las religiones en la promoción de la paz: sin paz religiosa no hay paz civil. No podremos construir un futuro de paz en contra o al margen de los millones de creyentes del Islam, una importante fuerza religiosa, política y cultural. Vincular terrorismo e Islam es irracional, inmoral e injusto. 

► Es irracional Las causas de los atentados terroristas son múltiples y complejas: la personalidad de quien los comete, los contextos sociales e históricos, la situación política, las estructuras económicas, las convicciones religiosas... Desactivar la violencia religiosa requiere, pues, abordar simultáneamente las desigualdades económicas, las fracturas sociales, el rechazo a las minorías, el miedo a quien es diferente, los etnocidios, las guerras que matan y el capitalismo que destruye. No se puede juzgar los atentados terroristas al margen de las largas y vergonzosas historias de dominación y ocupación colonial: el ver o escuchar cómo muchos miembros del propio pueblo son asesinados por gente llamada “civilizada” lleva a la persona que los comete a considerar que el sufrimiento que produce no es comparable con el experimentado por su pueblo. Silenciar sistemáticamente los crímenes y las atrocidades de Occidente sobre países musulmanes no ayuda a comprender la respuesta terrorista. Asimismo resulta insuficiente explicar los atentados terroristas como cuestión cultural efecto del conflicto de civilizaciones. 

Tal enfoque ignora la imposibilidad de concebir las civilizaciones como magnitudes unitarias y homogéneas, su diversidad interna y las interacciones e influencias mutuas. No hay un conflicto inevitable entre Islam y Occidente sino una confrontación permanente entre lo peor de las religiones y civilizaciones. En cada civilización las religiones se han hermanado con la violencia a través de su predisposición al fundamentalismo, que ofrece una legitimación absoluta, certezas simples y principios innegociables que exigen guerras innegociables (contra la ideología de género, la escuela laica, el divorcio y, en general, los estilos de vida de la modernidad). La certeza más simple es considerar que la verdad está escrita en un libro que, por ser dictado por Dios mismo, merece una interpretación literal. Grave error es pretender convertir las representaciones teológicas (que incorporan imaginación, poética, alusión) en prácticas sociales, tesis morales o mandatos políticos. Algunos textos de la Biblia y del Corán serían delictivos en su literalidad. El problema es cómo se concibe las afirmaciones religiosas. 

 Y la certeza simple más peligrosa es estimar que sin Dios no hay orden ni cohesión social, convirtiéndolo en elemento del engranaje institucional que aspira a someter el orden político, social y cultural a las leyes religiosas (como en el Estado Islámico o el régimen de cristiandad). Si Dios es necesario para vivir en armonía, no tardarán en aparecer las milicias confesionales y los adoctrinamientos que anulen las conciencias impidiendo a la gen- te pensar por sí misma. Se niega, así, una intuición fundamental del Vaticano II: la autonomía de la realidad, que se regiría por leyes propias aunque Dios no existiera.


► Es inmoral Abordar el Islam desde el desconocimiento y con informaciones sesgadas es inmoral. Afirmar que la comunidad islámica no podrá ser nunca pacifica ni democrática niega la historia; atribuir al Islam lo que corresponde al Estado Islámico es tan impropio como achacar al cristianismo lo que corresponde al nacionalcatolicismo. Justificar el terrorismo apelando a la instancia religiosa evita la responsabilidad moral de quien atenta y soslaya la culpa colectiva. Francisco advierte de que no se trata de una guerra de religión o un choque de culturas sino de una guerra de interés económico, orientada a acaparar recursos naturales y dominar a los pueblos con otro orden mundial. Para desactivar la violencia terrorista hay que transformar las condiciones históricas,económicas,políticas, sociales, culturales y religiosas de nuestro mundo. Es inmoral y engañoso desligar el terrorismo islámico de otras acciones igualmente destructivas y no identificadas como terrorismo. 

La violencia presenta distintos epicentros de comportamientos individuales y prácticas colectivas e institucionales. Por otra parte, introducir la crisis migratoria en un contexto de discurso sobre el terrorismo desplaza el foco de atención hacia una imagen engañosa y falsa. En este sentido, la cumbre europea post-atentado mantuvo la política de vincular terrorismo y migración. Ya pueden haber nacido en Paris, Bruselas o Barcelona quienes cometen atentados, que seguirán siendo marroquíes de por vida. Aun teniendo nacionalidad española o francesa no dejarán de ser “inmigrantes de segunda o tercera generación”. 

El mito del chivo expiatorio (consistente en gestionar los conflictos del propio pueblo canalizándolos hacia un enemigo común a batir) quedó desactivado “de una vez por todas” por Jesús de Nazaret para que nadie derramara sangre nunca más. Sin embargo su resurgimiento en pleno siglo XXI explica el rechazo, tan arraigado entre la población, a las minorías inmigrantes, a las personas refugiadas, gitanas o musulmanas. 

► Es injusto No hay que ignorar que uno de los objetivos del terrorismo islámico es la eliminación de la población musulmana moderada (el 86% de las víctimas son musulmanas). No están a un lado las víctimas occidentales y al otro los verdugos musulmanes. En ambos lados hay personas musulmanas, y sobre ellas recaen las mayores obsesiones de este terrorismo. Por eso hay un mayor número de víctimas entre esta población. 

Es injusto concebir el atentado terrorista como resultado de un odio y una envidia cruel hacia los valores de Occidente: en su base no se encuentra tanto la envidia como la impotencia de comprobar cómo, en muchas ocasiones, el desarrollo de Occidente se ha alimentado injustamente del retraso de los pueblos de Oriente y de sus contradicciones internas. Quien afirma que los atentados terroristas no podrán con nuestros estilos de vida se incapacita para descubrir y afrontar los componentes alienantes de nuestra vida social. Es también injusto convertir la seguridad de la población occidental en centro de las agendas políticas desplazando al desván del olvido colectivo muchas tragedias escondidas, como si no tuvieran el mismo valor los miedos y las víctimas mortales en cualquier otro lugar. 

La violencia terrorista no se combate recortando libertades, multiplicando medidas represivas y agentes del orden ni ampliando el código penal. Sólo trabajando por unas sociedades abiertas, plurales, inclusivas y laicas, capaces de asumir como propios los valores de otros colectivos, podremos favorecer una humanidad más pacífica y de hermandad universal.

 Grup de Seglars i Rectors del Dissabte

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