Tras los atentados que han golpeado a Francia, los musulmanes en ese país han protestado con carteles que dicen 'No en mi nombre'. Foto: AFP / JEAN-PHILIPPE
Francia ha sufrido ataques, entre otros motivos, por una 'errática' diplomacia en Oriente Próximo.
El terror en Europa comenzó a nacionalizarse. Francia, Bélgica y Alemania han sufrido ataques terroristas por parte de extremistas que pretenden castigar la civilización occidental por las catastróficas colonizaciones, las acciones militares que tienen devastado a Oriente Próximo o por nuestra manera de ser y de vivir.
Cada vez es más evidente que esos ataques pretenden causar zozobra en frágiles civiles que no están acostumbrados a caminar y a respirar el miedo en cada lugar europeo.
Sin embargo, Francia ha venido sufriendo lo indecible no solo por ser el corazón de la cultura occidental, el centro de los movimientos revolucionarios que definieron nuestro modelo republicano, sino por una errática acción diplomática en Oriente Próximo que tiene a los europeos y a los americanos participando en un conflicto en clave de guerra fría y a los países de la región –Irak, Siria, Egipto, Arabia Saudí, entre otros– actuando en el terreno por razones religiosas.
En esa artera dinámica, Francia ha sufrido tres ataques de gravedad. El primero contra el periódico satírico Charlie Hebdo, donde fueron asesinados 12 periodistas y 4 quedaron heridos; el segundo fue una masacre en varios puntos de París, entre ellos la sala de conciertos Bataclan (130 muertos y más de 352 heridos), y el tercero, el 14 de julio pasado en la celebración nacional en Niza (84 muertos y más de 50 heridos).
Los tres eventos fueron reivindicados por el grupo Estado Islámico de Irak y el Levante (EI), Dáesh o ISIS –denominaciones del mismo grupo–. Esta nueva formación terrorista surge de la escisión de Al Qaeda en Irak, tiene origen suní y una red global que ha logrado un éxito inmenso no solo en Occidente, sino en el norte y centro de África y en lugares donde el Islam es religión mayoritaria (Indonesia).
Una parte de las células terroristas de ese movimiento en Europa está compuesta por ciudadanos europeos que siguen a este grupo.
Más allá de la reacción europea frente a la tragedia, existen unas dinámicas nacionales que empiezan a surgir en el ambiente nacional francés que alterarán la realidad normativa y política en los años que vendrán.
El miedo se inserta en una sociedad que sospecha de los valores que la definieron, y experimenta la confusión y la tragedia.
Francia vive, por desgracia, una época que las nuevas generaciones no conocieron sino en los textos de las guerras, pero que estuvieron presentes en la construcción de la República.
Mutaciones normativas
A pesar de la existencia de un gobierno socialista y de su compromiso con los derechos humanos y las libertades públicas, es una realidad la dificultad e incluso la incoherencia que ha tenido el gobierno de François Hollande frente al terrorismo islámico.
En un principio, tomó las decisiones justas para enfrentar al terrorismo, pero en otras intervino militarmente en Malí, Irak y Siria, eventos que han puesto en riesgo la propia seguridad de su nación.
Una vez producidos los atentados en el país, las decisiones políticas han sido rápidas y efectivas, como el establecimiento de un Estado de excepción, la construcción de una política criminal antiterrorista defensiva que ha llevado a que las autoridades administrativas persigan a potenciales yihadistas e incluso se ha llegado a pedir el fin de la doble nacionalidad o la posibilidad de suprimirla a los franceses cuando estén implicados en actividades terroristas.
Esta postura del gobierno de Hollande–Valls ha puesto a la derecha a transitar hacia caminos mucho más radicales, pidiendo, incluso, el cierre de las fronteras, controles a los europeos y aplicación de salvedades al espacio Schengen.
Seguramente, con esos escenarios, tanto Nicolas Sarkozy como Marine Le Pen pretenderán llegar al poder en el 2017, poniendo a Francia en una dinámica parecida a la del Reino Unido antes del catastrófico brexit.
Allí se jugará lo que define en su nuevo libro, The New Order (Penguin), 2016, Henry Kissinger como un orden mundial antiguo en el cual prima lo local sobre lo regional e internacional.
Parecería como si la Europa que tanto defendió René Cassin, Jean Monnet y el gran escritor austríaco Stefan Zweig estuviera de nuevo acogiendo los cantos de sirena nacionalistas que tanto daño le produjeron a Europa y a Francia.
Laicidad a la francesa
Históricamente, la laicidad es uno de los principios sobre los cuales se funda la república francesa, y surgió desde los mismos alzamientos revolucionarios.
El eje central de la laicidad es que el Estado se mantenga neutral frente a cualquier culto o religión. Esta acción estatal ha mantenido al país alejado de querellas religiosas a pesar de ciertas excepciones que se manifiestan en el financiamiento indirecto de la educación religiosa con profesores de colegios públicos. Una larga jurisprudencia da testimonio de la construcción conceptual de la laicidad.
Sin embargo, el surgimiento del radicalismo islámico y de los atentados terroristas llevó al Estado a ponderar esa laicidad con el principio de seguridad. Por ello, en el 2010, el entonces presidente Nicolas Sarkozy lideró una discusión en la Asamblea Nacional que condujo a la expedición de una ley –14 de septiembre– cuyo contenido está enmarcado en la prohibición de cualquier tipo de vestimenta que oculte el rostro en espacio público o en lugares donde se preste un servicio público. Esta norma fue aceptada por el Consejo Constitucional, y hasta el día de hoy ha mantenido la misma postura.
La razón del Consejo Constitucional del 7 de octubre del 2010 se ubicó en la necesidad de preservar los valores de la república francesa, en la seguridad de los ciudadanos y en el derecho a la igualdad entre hombres y mujeres. Una postura que puede dar para justificar cualquier restricción al ejercicio de la libertad religiosa. Si se mira con detenimiento, el temor puede ser una razón del emotivo juicio constitucional.
Más adelante, y luego de los atentados que han golpeado de forma inmisericorde a los franceses, se han presentado nuevos debates sobre esta laicidad, llegando recientemente a prohibirse en algunas localidades el uso de prendas como el burkini, especie de vestido de baño integral que las mujeres musulmanas pueden portar en las playas.
En Cannes se prohibió su uso, una decisión que fue confirmada por las autoridades judiciales. De igual forma, se han presentado riñas en Córcega entre la comunidad por el uso de estas prendas. Debe ponerse de presente que esto puede ser producto, más allá de la tendencia laica del país, de un nivel de crispación ocasionado por la violencia terrorista del grupo Estado Islámico.
La filósofa Caroline Fourest (La dernière utopie, Poche, 2009) ha sido una abanderada en Francia de ponerle contenido a la tolerancia, prescribiendo la necesidad de que se sea intolerante contra la intolerancia. Sin embargo, ese tipo de ambientes e ideas pueden también degradar la situación, permitiendo la violencia entre comunidades en un país cuyo espíritu no está atado a la exclusión ni a la insolidaridad.
Solidaridad a prueba
Los eventos de terror tienden a encarnar una profunda desconfianza entre la ciudadanía. Es normal y hace parte de la vida del hombre. Si una sociedad es víctima de abuso, su reacción natural es el recogimiento o la agresión.
Hace pocos días vimos con estupor cómo en la localidad de Jean-les-Pins, a 45 minutos de Niza, se presentó una estampida de un centenar de personas al confundir los fuegos pirotécnicos, tan naturales en el verano francés, con un ataque terrorista colectivo.
Estas reacciones demuestran que el ambiente está cargado de recelo y convulsión.
No obstante, el país sigue acogiendo inmigrantes dentro de los Centros de Acogida y de Orientación (CAO) que se han puesto al servicio de más de 70.000 personas que llegan anualmente al país. Dentro de esa política más de 500 familias han acogido en sus casas a refugiados, dando muestra así del espíritu francés.
El año 2017 será crucial. La gran discusión será la de encapsularse y abandonar el espíritu europeo con posturas nacionalistas que circulan por una Europa que parece haber olvidado a Hitler, Mussolini, Pétain, Franco o Dollfuss y a tantos otros de sus émulos y seguidores o, por el contrario, sacar el espíritu ilustrado que nos dio los principios y valores ciudadanos que han permitido pensar que la libertad, la igualdad, la fraternidad y la laicidad construyen ciudadanías responsables y posibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario