Issam sirve una sopa típica a su cuñado y sus dos hijos. - CHUS MARCHADOR
Unos 50.000 musulmanes celebran desde el lunes en Aragón la gran fiesta del Ramadán
La prohibición de beber se hacía todavía más dura durante los partidos de fútbol para Hassan El-Shalakany, un joven egipcio que llegó a Zaragoza hace un año para estudiar un máster. Él es uno de los 50.000 musulmanes en Aragón que comenzaron el pasado lunes la fiesta más importante de su calendario religioso. Desde el primer Ramadán que vivió, a los seis años, Hassan reconoce haber sido incapaz de cumplir estrictamente con la abstinencia diaria, sobre todo cuando había deporte de por medio.
Ayuno desde el alba hasta la puesta de sol, como muestra de sensibilización con aquellos que pasan hambre, y cinco oraciones diarias para reforzar la fe. Esas son las máximas para las 30 jornadas que este año dura la fiesta sagrada. "Los primeros tres días son difíciles, pero enseguida te adaptas", comenta Nabila, llegada desde Fez (Marruecos) hace ocho años. "Descansamos el estómago y el cuerpo. Es un acto de purificación tanto física como espiritual", añade Issam, su marido, quien regenta una tienda de antigüedades y artículos de segunda mano en el corazón del barrio de la Magdalena.
Hassan, por su parte, admite que lejos de El Cairo, donde reside su entorno más cercano, le resulta complicado seguir la rutina de este rito. Lo cual es entendible si se tiene en cuenta que se trata de un estudiante a jornada completa y gran aficionado al deporte. Para "aguantar", el joven procura entrenar a última hora del día y así poder comer y beber tras el ejercicio.
Aunque no lo parezca, el presente mes de abstinencia y reflexión es también un momento muy social en el que se refuerzan amistades y vínculos familiares. "Durante estas fechas siempre tenemos provisiones en la nevera, la casa se llena de gente para comer, beber y disfrutar". Issam se refiere al iftar, la comida que rompe el ayuno, y que, según el Corán, debe hacerse cuando la luz es tan escasa que "no se puede distinguir un pelo blanco de uno negro". En la mesa nunca faltan dátiles, por su aporte energético y su fácil digestión, ni leche, alimento fundamental en la vida de Mahoma. También se bebe té, se hace pan con mantequilla y se elaboran las delicias típicas de cada país.
De hecho, el consumo de alimentos durante esta época aumenta notablemente en los países de mayoría árabe, causando incluso la inflación de precios. "Muchas familias hacen una interpretación errónea de la festividad, convirtiendo las comidas en una gran exposición gastronómica", lamenta Fawaz Nahhas, presidente de la Comunidad Islámica de Zaragoza. "El Ramadán es, en realidad, un momento para concienciarse y solidarizarse con aquellas personas de pocos recursos", explica Nahhas.
Generosidad
Los actos de generosidad son característicos en esta época del año. Los musulmanes que más tienen suelen donar dinero o alimentos a la mezquita para aquellos que más lo necesitan. Esta acción recibe el nombre de zakt al-fitr. "Las mezquitas están abiertas a todos independientemente de su credo", dice Nahhas. Lo cierto es que durante este mes, los templos de los barrios populares se llenan de gente sin recursos en busca de alimentos.
El mes sagrado concluirá el 5 de julio con el Eid al-fitr, un rezo masivo para celebrar el fin del Ramadán. "La oración conjunta es un momento muy místico y emotivo", recalca Issam, quien el año pasado acudió a las instalaciones de La Granja, cedidas por el Ayuntamiento de Zaragoza, que proporciona anualmente un espacio para esta jornada a los 36.000 musulmanes de la ciudad, aunque este año aún no se ha determinado.
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