El mes musulmán de ayuno de Ramadán cae este año en pleno mes de agosto, y suma a los rigores propios del calor el hecho de que los días son más largos y la sed y el hambre duran tanto como el sol en el horizonte.
Las playas están vacías, lo mismo que las cafeterías y restaurantes durante las horas diurnas, y los comercios trabajan a medio gas; pero en la noche, cuando no se distingue un hilo negro de uno blanco, según reza el Corán, la vida regresa en tromba a calles, mezquitas y cafés.
“Ayunar en verano, cuando los días son largos, no tiene el mismo valor que en invierno, pues el valor de un acto religioso es proporcional al volumen del esfuerzo, y por ello las recompensas de Dios aumentan en paralelo a lo que el musulmán soporta”, señala a Efe el respetado teólogo Ali Zemzami.
El ayuno en Ramadán es uno de los cinco pilares del Islam, y su carácter sagrado se debe a que fue en este mes cuando el Corán fue revelado a Mahoma: se considera que Ramadán debe ser un mes de piedad, oración y limosnas.
El sentido del ayuno -no se puede comer, beber, fumar ni practicar el sexo desde el alba hasta el ocaso- tiene que ver con el autodominio del las necesidades y las pasiones, pero también con el hecho de ponerse en el lugar de quien padece privaciones durante todo el año.
Las mezquitas se llenan de fieles, sobre todo en el rezo del “tarawih”, que tiene lugar una hora después de la ruptura del ayuno y congrega a creyentes que acuden al templo con el alivio del estómago lleno.
Zemzami, considerado uno de los teólogos más aperturistas, recuerda que el ayuno solo debe hacerse con fe y convencimiento: “Los que no pueden soportar el calor y sienten que se agotan, pueden dejar de ayunar, al igual que quien practica trabajos duros, a condición de que devuelvan sus días de ayuno cuando les sea posible”.
Sin embargo, es casi imposible encontrar en Marruecos o en los demás países musulmanes a personas que rompan abiertamente el ayuno con el argumento del agotamiento, o incluso de la salud: la presión social es tan evidente que quien tiene derecho a comer (enfermos, embarazadas, mujeres menstruantes) lo hacen a escondidas.
Por si la presión social no bastara, hay leyes que castigan con la prisión (de uno a seis meses en Marruecos) a quien infringe en público y sin razón justificada la obligación del ayuno.
Salvo una minoría que “escapa” hacia países cristianos para escapar de las obligaciones del ayuno, lo habitual es que Ramadán dé lugar a reuniones familiares para la ruptura del ayuno y que sean miles los emigrantes que hacen el camino inverso para vivir el ayuno en un entorno más comprensivo que el europeo.
“Yo soy agnóstico pero hago el Ramadán por tradición”, confiesa Kamal, un joven residente en España y que cada año regresa a su país, y que ilustra de algún modo el arraigo social, tanto o más que el religioso, que tiene el mes de Ramadán en Marruecos.
Así sucede también con la mesa: sea verano o invierno, el surtido que se presenta para la ruptura del ayuno está compuesto invariablemente, como manda la tradición, por un menú que peca de hipercalórico por la cantidad de azúcar y harina.
“En Ramadán se come mal, se ingiere mucha proteína y poca fibra, con tendencia a lo hiperazucarado, por eso aumentan los casos de úlceras, colopatías y reflujos gástricos”, detalla la gastroenteróloga Suad Sufiani.
Los especialistas como Sufiani acuden en cada Ramadán a radios y televisión para recordar la necesidad de evitar las comilonas e ingerir más verduras y frutas menos dulces, y para advertir a los enfermos diabéticos o con úlceras que el ayuno está para ellos prohibido por el Islam, y no solo por la medicina.
Pero la tradición y el hambre son tercas y abundan tanto los casos de hipoglucemia como de indigestiones, perpetuando así las paradojas de un mes en el que la privación y los excesos van de la mano.
Islam España es el portal del islam en lengua española , un proyecto de futuro para la convivencia,la cooperación y el diálogo.
Las playas están vacías, lo mismo que las cafeterías y restaurantes durante las horas diurnas, y los comercios trabajan a medio gas; pero en la noche, cuando no se distingue un hilo negro de uno blanco, según reza el Corán, la vida regresa en tromba a calles, mezquitas y cafés.
“Ayunar en verano, cuando los días son largos, no tiene el mismo valor que en invierno, pues el valor de un acto religioso es proporcional al volumen del esfuerzo, y por ello las recompensas de Dios aumentan en paralelo a lo que el musulmán soporta”, señala a Efe el respetado teólogo Ali Zemzami.
El ayuno en Ramadán es uno de los cinco pilares del Islam, y su carácter sagrado se debe a que fue en este mes cuando el Corán fue revelado a Mahoma: se considera que Ramadán debe ser un mes de piedad, oración y limosnas.
El sentido del ayuno -no se puede comer, beber, fumar ni practicar el sexo desde el alba hasta el ocaso- tiene que ver con el autodominio del las necesidades y las pasiones, pero también con el hecho de ponerse en el lugar de quien padece privaciones durante todo el año.
Las mezquitas se llenan de fieles, sobre todo en el rezo del “tarawih”, que tiene lugar una hora después de la ruptura del ayuno y congrega a creyentes que acuden al templo con el alivio del estómago lleno.
Zemzami, considerado uno de los teólogos más aperturistas, recuerda que el ayuno solo debe hacerse con fe y convencimiento: “Los que no pueden soportar el calor y sienten que se agotan, pueden dejar de ayunar, al igual que quien practica trabajos duros, a condición de que devuelvan sus días de ayuno cuando les sea posible”.
Sin embargo, es casi imposible encontrar en Marruecos o en los demás países musulmanes a personas que rompan abiertamente el ayuno con el argumento del agotamiento, o incluso de la salud: la presión social es tan evidente que quien tiene derecho a comer (enfermos, embarazadas, mujeres menstruantes) lo hacen a escondidas.
Por si la presión social no bastara, hay leyes que castigan con la prisión (de uno a seis meses en Marruecos) a quien infringe en público y sin razón justificada la obligación del ayuno.
Salvo una minoría que “escapa” hacia países cristianos para escapar de las obligaciones del ayuno, lo habitual es que Ramadán dé lugar a reuniones familiares para la ruptura del ayuno y que sean miles los emigrantes que hacen el camino inverso para vivir el ayuno en un entorno más comprensivo que el europeo.
“Yo soy agnóstico pero hago el Ramadán por tradición”, confiesa Kamal, un joven residente en España y que cada año regresa a su país, y que ilustra de algún modo el arraigo social, tanto o más que el religioso, que tiene el mes de Ramadán en Marruecos.
Así sucede también con la mesa: sea verano o invierno, el surtido que se presenta para la ruptura del ayuno está compuesto invariablemente, como manda la tradición, por un menú que peca de hipercalórico por la cantidad de azúcar y harina.
“En Ramadán se come mal, se ingiere mucha proteína y poca fibra, con tendencia a lo hiperazucarado, por eso aumentan los casos de úlceras, colopatías y reflujos gástricos”, detalla la gastroenteróloga Suad Sufiani.
Los especialistas como Sufiani acuden en cada Ramadán a radios y televisión para recordar la necesidad de evitar las comilonas e ingerir más verduras y frutas menos dulces, y para advertir a los enfermos diabéticos o con úlceras que el ayuno está para ellos prohibido por el Islam, y no solo por la medicina.
Pero la tradición y el hambre son tercas y abundan tanto los casos de hipoglucemia como de indigestiones, perpetuando así las paradojas de un mes en el que la privación y los excesos van de la mano.
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