Las nuevas costumbres pueden ser una palanca que ayude a actualizar el significado de la muerte en nuestra vida diaria
Ponerse el chándal e ir a correr a un cementerio puede escandalizar a más de uno y de entrada cortocircuita toda lógica sobre los runners y los camposantos. La protagonista de Fleabag, una serie de televisión sobre una mujer transgresora con mucho sentido del humor, suele hacerlo ante la reprobación de su hermana: «¿no te avergüenza exhibir tu energía vital entre las tumbas?», viene a decirle en una ocasión. El cementerio de Waverley, junto a la playa de Bondi, en Australia, está ya en esos parámetros y no es ficción; junto a su perímetro serpentea una pista que corredores y ciclistas abarrotan entre vistas al océano y lápidas al sol.
Nuestros cementerios han ido salvando con dificultades las reservas que tenemos como sociedad ante todo lo que rodea a la muerte: ubicados a menudo a las afueras, solo se visitan en fechas señaladas por la desgracia o su aniversario. Que cementerios como el de Père Lachaise, en París, sea un referente histórico respetado en su transformación en atracción turística ha animado a la proliferación de rutas culturales por nuestros camposantos más ilustres, pero poco más. Fuera de las áreas metropolitanas, la brecha se agrava. Los cipreses envuelven como un muro infranqueable las tumbas del municipio, a menudo a un puñado de kilómetros de distancia.
Has de alejarte un buen trecho en el mapa para cambiar de óptica. En los pueblos ingleses, los niños cruzan cementerios pegados a las iglesias camino del colegio, y madres con cochecitos pasan ratos en los bancos entre lápidas de piedra y cruces de hierro. Más lejos, en el mismo centro de Oslo, el cementerio que aloja los restos de Edvard Munch se considera un área verde para pasear junto al barrio de moda de Grünerlokka.
En paralelo, la apuesta consolidada por las cremaciones reduce el número de entierros y crecen reivindicaciones de otras culturas como la musulmana, que reclama recintos para sus ritos en Cataluña. Estas nuevas realidades deberían servir de palanca de cambio para superar nuestros tabús con la muerte e integrarla mejor en nuestras vidas.
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