El Corán no hace distinciones, las mujeres también cumplen con el mes sagrado. Tres de ellas cuentan su día a día
El contacto más directo y puro entre la persona y Alá tiene lugar en el Ramadán. El ayuno invade los hogares de los musulmanes en el noveno mes de su calendario -regido por la luna- como muestra de fe y prueba de fortaleza. Desde el alba y hasta que se pone el sol, comida, bebida y sexo están prohibidos. Este periódico ha hablado con tres mujeres, el colectivo menos conocido y en apariencia más apartado, para saber cómo viven estos días sagrados dedicados a la oración y los suyos. Llevan pañuelo, en su mayoría no van a las mezquitas, trabajan diariamente o estudian para llegar lejos. Y todo lo eligieron ellas. Contar su historia, también.
Nardjes A. B.
«El Islam es la religión de la mujer»
El despertador suena antes de las 5.00 horas en casa de Nardjes, una Argelina que vive en Vitoria desde hace 6 años con su marido y sus dos hijos. Llega la primera de las cinco oraciones del día. Aún no ha salido el sol y puede desayunar. Cuscús con pasas, café con leche y una tostada. Suficiente para tener energía durante las horas soleadas, pero sin que sea excesivo. A las 7.00 horas coge el autobús para ir a trabajar -se dedica a la limpieza, pero espera que eso cambie cuando tenga homologado su título de ingeniera bióloga-, pero antes lee el Corán. Sus hijos y su marido duermen. «Es el mejor momento, hay mucha tranquilidad», asegura. Compagina el trabajo y el papel de madre con el sacrificio religioso; y como mujer, educar a los suyos es lo más importante. «Sería una falta descuidar a los hijos por orar». A las 14.00 horas vuelve y da de comer a los pequeños. Aunque el olor impregne la casa, no le entran ganas de comer. «Vosotros no lo entendéis, esto lo hacemos por placer», dice refiriéndose a los de otros cultos.
Después de ver alguna telenovela y de un rato de siesta, prepara la cena. De primero, sopa. «Es muy importante. Te abre el estómago». Luego carne con aceitunas, champiñones, patatas rellenas con carne y verduras... un manjar que recompensa las horas de ayuno. «Así sentimos el hambre y al pobre», explica. Porque el Ramadán es mucho más que el mes donde los placeres están prohibidos. «Sirve para purificarse. Dios ha hecho este mes para perdonar a los pecadores», comenta convencida.
Hace tres años, Nardjes decidió hacer una importante ofrenda a Dios. Hace tres años, el primer día de Ramadán, se puso velo. «No lo hice por mi marido o por mí, lo hice por Dios, y me gusta, me siento más cerca de él». A pesar de lo que muchos creen, esta argelina asegura que la libertad predomina en la forma de vestir femenina. La diferencia la marca cada familia y su forma de interpretar la cultura y la religión. «Para mí el Islam es la religión de la mujer», asevera. Su marido asiente y añade que «el musulmán de verdad las respeta porque ellas lo son todo».
Sukaina Abdebagui
«Ramadán es calma, perdón y purificación»
Era un día soleado en el desierto. Otro más. Sukaina volvía corriendo del colegio. Estaba sedienta y su instinto le llevó hasta las garrafas de agua que las mujeres y niños habían sacado del pozo. Eran los años 80 en el Sáhara. Agarró una, pequeña. «La de siempre», creía ella. Bebió y bebió y cuando se quiso dar cuenta era tarde. Era gasoil.
A Sukaina le gustaría cumplir el Ramadán tal y como dicen los preceptos: ayunar desde que sale hasta que se pone el sol. Pero le es imposible. La gastritis crónica que le creó aquel líquido se lo impide. Si un día se encuentra bien y decide ayunar, al siguiente lo más seguro es que tenga vómitos. La religión le perdona. A ella y a todos los enfermos, los mayores, las embarazadas y las chicas que estén menstruando. Estas últimas deberán recuperarlo después, claro. «Significa muchísimo para mí. Tranquilidad, perdón, purificación...».
Reside en Vitoria desde 2005, aunque diez años antes llegó a España. No va mucho a la mezquita, reza en casa. En su tradición, las mujeres oran en sus moradas. Los hombres sí van a la mezquita, pero aquí en Vitoria no mucho porque son pequeñas y los saharauis no tienen una propia. A diferencia de lo que muchos creen, la mujer saharaui es independiente, libre y muy luchadora. Puede divorciarse si así lo desea. Se queda con la tutela de los niños y lucha por ellos. Es su caso. «Es difícil de entender porque no hay tantos divorcios en Marruecos o Argelia». Sus hijos aún no tienen edad para seguir el Ramadán, pero pronto la tendrán, por eso les recomienda que practiquen. «Es muy duro», reconoce, pero nunca tanto como para dejarlo de lado.
Imane Akbache
«Todo lo que pertenece a mi religión me satisface»
El ayuno no es sólo cosa de adultos. Como buena joven de vacaciones, Imane se levanta, reza, desayuna y se vuelve a dormir. Tiene 19 años y más de la mitad ha hecho el ayuno. Desde los 11. Dos años después llegó a Vitoria junto a su familia: sus padres y sus cuatro hermanos.
Por las tardes lee mucho el Corán. Este mes se ha convertido en su libro de cabecera porque se ha propuesto terminarlo antes del fin del Ramadán. Su entereza a la hora de afrontar estos días sorprende. «No es un sacrificio, no lo paso mal. Todo lo que pertenece a mi religión me satisface», afirma. Este año el mes sagrado ha coincidido en agosto, en vacaciones, pero otras veces el colegio ha estado de por medio. «No pasa nada, lo cumplo igual. Sigo estudiando y haciendo educación física como una más», relata.
Desde antes de que llegara su hora, su primer ayuno, ya practicaba. Imitaba a sus padres porque -ríe- «a todos nos gusta ser como ellos, ¿no?». Y el esfuerzo le merece la pena, le sensibiliza y le ayuda a ser mejor persona. «Yo estoy así un mes y sé que por la noche como, pero imagina a los niños que cada día mueren de hambre».
Sus progenitores le han enseñado todo lo que sabe sobre religión, pero lamenta no conocer más. «Aquí no hay recursos para que todos podamos ir a la mezquita a escuchar al Imán o a los sabios». En ese sentido, también le da pena no poder ir a los templos a orar porque dice que son pequeños.
Se siente orgullosa y feliz por crecer en los preceptos del Islam. El año pasado cubrió su bonita melena con un pañuelo y aunque siente cómo los demás posan sus mirada en él, lo pasea con orgullo. «De verdad, esta religión dice que cada uno debe hacer lo que siente. Si no quieres hacer algo, no lo hagas. Es mejor así».
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domingo, 22 de agosto de 2010
La cara femenina del Ramadán
VITORIA,22.08.10,elcorreo.com,ANA PASTOR GONZÁLEZ
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