Maodo Sy sentado en la arena de Playa Poniente, junto al Puerto de Motril, descansando de una jornada intensa de trabajo y haciendo el ayuno del Ramadán. :: JAVIER MARTÍN
Maodo, un joven senegalés, recorre de sol a sol las playas de Motril con poco éxito y sin poder comer ni beber durante el día
Dijo un profeta de Alá: «Cuando comienza el Ramadán, se abren las puertas del Paraíso y las fuerzas hostiles son encadenadas». Pero esas puertas no se han abierto aún para Maodo. El senegalés, de 23 años, pensaba que la Península sería su propio paraíso: trabajo, casa, vehículo. Pero se ha encontrado con algo muy distinto. En cuatro años, todavía no ha conseguido un contrato de trabajo que le quite la etiqueta de 'ilegal'. Resignado a la venta ambulante, cada vez más escasa, este inmigrante, como tantos otros, recorre los bares y las playas de la Costa en busca de «algo para el día, mientras consigo otra cosa mejor». En estos días de Ramadán, la dificultad añadida de no poder comer nada, ni beber agua durante el día, agrava aún más su dura jornada de trabajo.
Maodo afirma que el ayuno obligado por los libros sagrados del Islam, desde que amanece hasta que se mete el sol, no lo lleva mal del todo, a pesar de tener que estar trabajando en horas intensas de calor sin beber una gota de agua. «Soy joven y fuerte, y llevo ocho años haciéndolo». Lo que peor lleva es la lejanía de su familia en estos días señalados, «para, a fin de cuentas, no tener nada». Maodo fue una víctima más de las mafias de su país. Le prometieron, como el profeta, la desaparición de todos sus males y le cobraron siete mil euros. Su familia hizo un gran esfuerzo económico, especialmente su hermano, que le cedió los ahorros que había conseguido montando una pequeña tienda de alimentación en Senegal.
19 euros
Desde que llegó en 2006, como turista, cruzando la frontera con Francia, ha trabajado de temporero en las fresas de Huelva, en los invernaderos de Almería y en los olivos de Jaén. Nunca firmó un contrato de trabajo pero, al menos antes, en el campo, sacaba lo justo para poder mandar todas las semanas algo de dinero a su familia, «y así, sentirme bien». Ahora apenas le llega para sobrevivir él. Hace dos años llegó a Granada a vender discos piratas, «pero el negocio está muy mal». Este verano, un amigo le ha convencido para venir a Motril, «a probar suerte en la playa».
Ayer, Maodo, se levantó a las 11 de la mañana porque el día anterior, al hacer dos cenas, se acostó tarde. Se fue a la playa de Poniente en autobús. Una vez allí, recorrió la orilla hasta Playa Granada. A las dos de la tarde no había vendido nada. El recorrido inverso, lo hizo a través de los chiringuitos. Allí cayeron dos discos de 'El Barrio', cinco euros, y una película de dibujos, tres euros. Después se sienta en el paseo aprovechando una sombra, donde hace su primer rezo del día, en silencio, solo para él.
A las cinco de la tarde reanuda la marcha con dos repeticiones de la misma ruta y con un resultado similar. Hoy ha tenido suerte, 19 euros. Aún no ha probado bocado. A las ocho y media se vuelve al piso de su amigo español y se sienta. Vuelve a rezar, y espera a que el reloj marque las nueve para tomarse un vaso de agua. Después un café sólo con mucho azúcar y algo de pan con mantequilla, «para no desmayarme», explica Maodo sonriente. Luego, un plato de arroz con pollo y antes de acostarse, fruta, yogur y los últimos rezos del día.
Maodo admite que el Ramadán resulta «un poco pesado» pero asegura que haciéndolo se siente más cerca de su gente. Su hermano le ha propuesto que se vuelva a su pueblo pero, de momento, Maodo prefiere seguir buscando su sueño en España, no se resigna a asumir que su viaje no ha valido para nada. «Seguiré luchando», dice sentado en la arena con la mirada perdida.
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