domingo, 2 de enero de 2011

Acoger a los musulmanes

Barcelona,02/01/2011,Jordi López Camps

Una persona amiga, la que tengo en buena consideración y estimación, me formulado algunas observaciones a mis consideraciones en relación al tema de las mezquitas. Considera que algunas veces se puede ser demasiado benevolente y permisivo hacia los musulmanes. Ya que esta religión cuestiona algunos aspectos de convivencia y se presenta, en determinadas circunstancias, como invasiva de los espacios comunes. Intentaré argumentar del por qué hay que tener una actitud abierta hacia el Islam y sus prácticas religiosas, especialmente en relación a la construcción de centros de culto musulmanes.

El primer argumento tiene que ver con el derecho a la práctica religiosa. Los musulmanes, como cualquier otro creyente, tienen el derecho a vivir y practicar su religión en libertad y en condiciones de dignidad. No siempre es así. Los musulmanes, muchos de los cuales han venido con las últimas migraciones, practican su religión en locales indignas. Esta situación cuestiona el ejercicio de un derecho constitucional fundamental: la libertad religiosa. La misma Constitución prevé que, en caso de que haya obstáculos que impiden ejercer una derecho básico, los poderes públicos deberán removerlos. Por ello, la falta de lugares de culto musulmanes interpela a los gobernantes en la medida en que han de articular una política pública que permita resolver el dilema de ejercer un derecho básico en condiciones. Las soluciones técnicas son diversas y, evidentemente, todas ellas han de preservar la misma condición de aconfesionalidad o laicidad positiva de la Constitución.

La segunda consideración, relacionada con la anterior, hace referencia a la valoración positiva que hago, como creyente y persona religiosa, a la bondad que las personas puedan vivir y celebrar su fe. Las prácticas religiosas, en la medida que tienen un componente social, son buenas para la cohesión de la sociedad. Así, hay que favorecer que las personas creyentes puedan expresar su fe y darle una dimensión social. Evidentemente, el ejercicio de toda práctica religiosa debe hacerse respetando el orden social y las condiciones de convivencia.

La tercera consideración es más pragmática. La indignidad de los lugares de culto de los musulmanes alimenta los argumentos de los movimientos políticos islámicos radicales y las corrientes musulmanas fundamentalistas partidarias de la no integración de los musulmanes. Estas visiones excluyentes dificultan los procesos de integración y debilitan la cohesión y alteran la convivencia. Y, en el caso de las visiones políticas radicales, tienen una derivada importante y peligrosa para la seguridad del país: el terrorismo islamista. Por ello, es conveniente adoptar políticas públicas religiosas orientadas a desactivar, en concreto, estas fundamentalismos destructivos.

Estos son, muy brevemente mis argumentos. No pretendo convencer sino contribuir a dialogar sobre un tema que se encuentra hoy en el centro del debate social y político.

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