viernes, 6 de marzo de 2020

El futuro incierto de los musulmanes desplazados por la violencia en Delhi

Nueva Delhi, 05/03/2020, (EFE) David Asta Alares.


Delhi Hina (i) y Mubina Begum (d), víctimas de disturbios que estallaron en Nueva Delhi, sentadas en un refugio improvisado. EFE/EPA/HARISH TYAGI

Mubina, de 46 años y recientemente enviudada, se hacina junto a sus hijos y casi una treintena de sus familiares en una casa segura en el noreste de Nueva Delhi, adonde huyó tras el estallido de violencia intercomunitaria entre musulmanes e hindúes la semana pasada en el que murieron más de 40 personas.

Como ella, cientos de musulmanes han tenido que desplazarse a pisos y un gran campamento improvisado en el barrio de Mustafabad, colindante con las zonas más afectadas por la violencia que también dejó más de 200 heridos, convertidos en refugiados en su propia ciudad y sin saber si podrán regresar a sus hogares.

'¿Qué deberíamos hacer? Ni siquiera podemos volver y ver si ha quedado algo, tenemos demasiado miedo', explicó Mubina a Efe, con el rostro oculto tras un velo blanco, el color del luto en esta parte del mundo.

VIOLENCIA DIRIGIDA CONTRA LOS MUSULMANES

El peor estallido de violencia intercomunitaria en la capital india desde hace décadas comenzó el pasado 23 de febrero como una serie de choques entre hindúes y musulmanes en el marco de las protestas contra una controvertida ley de ciudadanía que sacuden la India desde hace meses.

Ese texto, aprobado a instancias del Gobierno por el Parlamento el pasado diciembre, busca dar la nacionalidad a inmigrantes irregulares procedentes de Afganistán, Bangladesh y Pakistán que pertenezcan a las religiones hindú, sij, budista, jain, parsi y cristiana, excluyendo a los musulmanes.

Pero tanto la oposición como los desplazados denuncian que la violencia inicial en la capital entre las dos comunidades degeneró en los dos días posteriores en una serie de ataques dirigidos específicamente contra los musulmanes.

Sentada junto a Mubina en la habitación interior, tapizada de alfombras y donde se apilan cojines y víveres en una esquina, Hina recordó a Efe cómo pasaron horas encerrados en su casa del barrio de Shiv Vihar mientras una turba se dedicaba a incendiar viviendas.

'En nuestra calle había solo cinco o seis casas de musulmanes, y solo esas casas fueron atacadas', describió la joven de 20 años.

La violencia comenzó hacia las cuatro de la tarde cuando un grupo de enmascarados incendió algunas casas arrojando bombonas de gas, y no acabó hasta las tres de la mañana.

'No había electricidad, había una oscuridad total, así que seguimos escondiéndonos sin hacer ruido (...). Tuvimos que tapar las bocas de los niños para ahogar sus lloros', relató.

La única razón por la que su casa no sucumbió a las llamas fue porque sus vecinos hindúes convencieron a la turba de que ningún musulmán vivía allí, explicó uno de los familiares, Alimuddin, de 48 años de edad.

Al hombre se le saltan las lágrimas cuando enseña una imagen de su hija, estudiante de arte, pintando una colorida tela del dios hindú Ganesh. Los musulmanes y los hindúes eran como hermanos en el barrio antes de la violencia, recordó.

Mubina afirmó que no volvería a su barrio ni aunque la situación volviese a la 'normalidad', aunque sabe que la hospitalidad de los desconocidos que les acogen no durará para siempre.

'¿Y si sucede de nuevo? Ahora esta gente se ocupa de nosotros, pero ¿cómo puedo volver ahí con mis hijas?', lamentó.

'HEMOS PERDIDO TODO'

A unos cientos de metros de la casa donde se refugia Mubina y su familia, tras recorrer las calles angostas y tapizadas de basura de Mustafabad, reina un ánimo de derrota entre los cientos de musulmanes refugiados en tiendas de campaña en una explanada.

'Ahorramos con constancia durante veinte años y ahora hemos perdido todo. Estamos en la calle y tenemos que vivir en este campamento, es extremadamente triste', denunció un colérico Nawab, de 45 años.

Nawab se ha refugiado junto a una docena de hombres bajo una carpa en el pulcro campamento, que cuenta con tiendas de campaña distribuidas en hileras y un espacio exclusivo para mujeres, así como un centro médico facilitado por un hospital local.

Frente a la puerta, el trajín de hombres que transportan colchones y ropa es incesante, y un grupo de voluntarios se encarga de controlar las entradas y salidas del recinto cerrado.

La Policía destaca por su ausencia, al igual que durante lo peor de la violencia durante la semana pasada, cuando las turbas deambulaban por los callejones armadas con palos y pistolas, hiriendo de bala a más de la mitad de los al menos 200 heridos.

'La Policía no nos ayudó, estuve llamando continuamente durante tres días. Llamé a cien números decenas de veces, pero nadie respondió. Estábamos atrapados', recordó Nawab.

A las afueras de Mustafabad, donde se ven algunos miembros de la Fuerza de Acción Rápida (RAF) de la Policía, unos operarios se afanan en transportar los esqueletos carbonizados de motocicletas, mientras que las piedras que pavimentaban las carreteras hasta hace poco casi han desaparecido.

Pero para los musulmanes desplazados, el retorno a la vida cotidiana todavía queda muy lejos. Nawab tiene claro que no volverá a su hogar.

'Nuestros hijos no quieren volver, nos han amenazado de muerte y además había gente de la zona involucrada', dijo Nawab, y aunque explicó que algunos hindúes fueron buenos, teme dar sus nombres porque los pondrían en riesgo. EFE

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