El cyber-locutorio que regenta El Mostapha Ait Oukdim en la calle San Francisco es un observatorio privilegiado de la inmigración. En los ordenadores «es fácil ver a un negro, un árabe, un boliviano y uno de aquí», describe el joven. Los teléfonos ya no tienen cabina para evitar tentaciones de trapicheo.También hay cámaras de vigilancia. «Así sabes que determinada gente no va a entrar, y a mí no me interesa que entren. Los vecinos del barrio saben que nosotros también rechazamos al conflictivo, no les queremos en nuestros locales ni en nuestras calles».
El Mostapha participa en la mesa de rehabilitación del barrio y cree que los inmigrantes tienen «mucho que aportar» a la nueva etapa del plan. «Es importante que demos a conocer nuestra cultura, abrir las puertas de nuestros templos», dice. Él pertenece a la asociación de la mezquita de la calle Fika, que durante el Ramadán que acaba de terminar ha sido un punto de encuentro para muchos jóvenes musulmanes.
Al atardecer, les servían el 'harira', una sopa con garbanzos y fideos con la que rompen el ayuno, y repartían dátiles, dulces y bocadillos que sufragan con aportaciones de los fieles. Entre el templo de Fika y el de Assalam, en Begoñazpi, se reunían «240 personas cada día». Entonces el imán, Abderrahman Fana, les lanzaba mensajes revestidos de autoridad moral. Les dice «que se comporten bien, como el verdadero musulmán, con respeto. Que tengan cuidado con sentarse en la calle, porque la gente les mira y piensa 'no tiene trabajo, ¿cómo vive?'».
La nueva generación
Algunos de esos jóvenes se han quedado sin techo al cumplir la mayoría de edad y salir de los centros de la Diputación. «Me duele mucho cuando los veo marchar con los sacos de dormir», lamenta Mohamed Kasraoui, el presidente de la asociación. Él lleva treinta años en Bilbao y asegura que la ciudad «es muy acogedora. Me ayudaron mucho cuando no sabía el idioma», recuerda. Hoy sus hijos hablan euskera.
El Mustapha, que está casado con una vizcaína y acaba de ser padre de Aiza, «fruto de la integración», afirma que hay que preparar el camino «a la nueva generación. Este es un barrio muy vivo, rico en culturas, y debemos preservar esa riqueza. Cada uno se gana el respeto de los demás».
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