Miles de tripolitanos se reúnen en la plaza de los Mártires, símbolo de la revuelta, para rezar y celebrar el fin de los 42 años de dictadura de Gadafi
Estaba previsto reemplazar los carteles verdes con el número 41. Instalada debía estar ya sobre cuatro enormes estructuras metálicas, en la tripolitana plaza de los Mártires (antes plaza Verde), la inmensa fotografía o pintura de Muamar el Gadafi. Pero el 42 no se verá en las calles y avenidas de la capital libia, ni su efigie en el entramado del que ahora cuelgan las banderas tricolores (roja, verde y negra) de los rebeldes. Hoy se cumplen ese número de años del golpe de Estado contra el rey Idris que elevó al poder al coronel.
Entonces, el céntrico y amplio espacio se abarrotó de personas que aclamaban al joven -27 años- militar. Esta vez, y no es habitual, acertaron los rebeldes con los plazos y la celebración fue ayer muy diferente. No fue el aniversario de la entronización de Gadafi. Ya lo vaticinaban hace un mes los sublevados. Prometían que tomarían Trípoli antes de terminar el Ramadán, cuando aún se hallaban a más de 100 kilómetros de la ciudad. Y cumplieron.
Poco después del amanecer, la explanada comenzaba a llenarse a los pies del Castillo Rojo, alzado por los Caballeros de San Juan en el siglo XVI, y donde Gadafi apareció en los primeros días de la revuelta para arengar a sus partidarios. Miles de hombres, mujeres y niños se acercaban a celebrar la primera jornada del Eid el Fitr, la fiesta de tres días que pone colofón al mes sagrado musulmán. Pero no fue solo una celebración religiosa. Fue el día de la victoria. "Es el mejor día de mi vida", aseguraba emocionado Nabil Ageli, cirujano de 50 años.
Muchas personas se abrazaban y despejaban la duda de si seguían vivas, algunos lloraban, la gran mayoría saltaba alborozada y todos rezaron. "¿Qué edad tiene usted?", se le pregunta al cirujano Ageli. "Tengo solo siete días. Esto es vivir", decía.
La revolución contra el déspota, ahora irreversible, por mucho que queden peligrosos rescoldos de su régimen, ha vencido. Y, tras un mes de ayuno, calor abrasador, jornadas sin agua, bombardeos y francotiradores, los vecinos de esta urbe de dos millones de habitantes lucieron sus mejores galas, como es tradición, para el primer rezo del Eid el Fitr sobre las enormes alfombras que cubrían gran parte del recinto. La primera vez en décadas que pudieron orar en esta plaza. Porque Gadafi, cerebro de la Jamahiriya, el Estado de las masas, no permitía aglomeración alguna que no fuera para darse un baño de multitudes.
El médico se reía contando chistes -"cuando los inspectores extranjeros vinieron hace años a buscar armas de destrucción masiva no las encontraron; la destrucción masiva ya estaba aquí"- manifiestamente mejorables. Pero de esa desolación que describía escapó Ageli hace más de dos décadas. Se instaló en Reino Unido y en 2008 decidió vender vivienda y coche, y regresó a su país con esposa e hijos. "Creí en las promesas de apertura de Saif el Islam, el hijo de Gadafi. Me engañaron a mí y a muchos médicos que volvimos a Libia".
No era el día para abordar los gravísimos problemas que encara el país magrebí. "Tenemos que empezar de cero, pero los daños no son muy grandes, porque aquí no había nada", agrega el doctor. En la plaza, fusil en mano, el extranjero se topa con Abdul Alshnag, un veinteañero con el que ya se encontró en Bengasi en abril. Trabaja en el puerto de Valencia y relataba, emocionado, su largo viaje para alcanzar Trípoli, su ciudad.
"Dios es grande", tronó la multitud continuamente, mezclando la alabanza con el permanente recuerdo a los "mártires" que han rebautizado esta plaza de Trípoli, vigilada desde las azoteas porque el temor a lo que pueda urdir Gadafi sigue vivo y coleando. "Ha dicho que se reserva una sorpresa para el 1 de septiembre", comentaba Abdul Alshnag.
Terminó la oración dirigida por un imán que enervó a la masa. Los gritos de "shafshufa" -"pelo revuelto", como lo llevan bastantes hombres de la tribu de Gadafi- arreciaron. Pero la palabra que se escuchaba en boca de todos era "libertad".
Si se cumple lo que cantaba la muchedumbre, en otro exceso de confianza, al tirano forajido, hoy habrá otra fiesta: "Adiós, adiós. El 1 de septiembre estarás en la cárcel".
Islam España es el portal del islam en lengua española , un proyecto de futuro para la convivencia,la cooperación y el diálogo.
Estaba previsto reemplazar los carteles verdes con el número 41. Instalada debía estar ya sobre cuatro enormes estructuras metálicas, en la tripolitana plaza de los Mártires (antes plaza Verde), la inmensa fotografía o pintura de Muamar el Gadafi. Pero el 42 no se verá en las calles y avenidas de la capital libia, ni su efigie en el entramado del que ahora cuelgan las banderas tricolores (roja, verde y negra) de los rebeldes. Hoy se cumplen ese número de años del golpe de Estado contra el rey Idris que elevó al poder al coronel.
Entonces, el céntrico y amplio espacio se abarrotó de personas que aclamaban al joven -27 años- militar. Esta vez, y no es habitual, acertaron los rebeldes con los plazos y la celebración fue ayer muy diferente. No fue el aniversario de la entronización de Gadafi. Ya lo vaticinaban hace un mes los sublevados. Prometían que tomarían Trípoli antes de terminar el Ramadán, cuando aún se hallaban a más de 100 kilómetros de la ciudad. Y cumplieron.
Poco después del amanecer, la explanada comenzaba a llenarse a los pies del Castillo Rojo, alzado por los Caballeros de San Juan en el siglo XVI, y donde Gadafi apareció en los primeros días de la revuelta para arengar a sus partidarios. Miles de hombres, mujeres y niños se acercaban a celebrar la primera jornada del Eid el Fitr, la fiesta de tres días que pone colofón al mes sagrado musulmán. Pero no fue solo una celebración religiosa. Fue el día de la victoria. "Es el mejor día de mi vida", aseguraba emocionado Nabil Ageli, cirujano de 50 años.
Muchas personas se abrazaban y despejaban la duda de si seguían vivas, algunos lloraban, la gran mayoría saltaba alborozada y todos rezaron. "¿Qué edad tiene usted?", se le pregunta al cirujano Ageli. "Tengo solo siete días. Esto es vivir", decía.
La revolución contra el déspota, ahora irreversible, por mucho que queden peligrosos rescoldos de su régimen, ha vencido. Y, tras un mes de ayuno, calor abrasador, jornadas sin agua, bombardeos y francotiradores, los vecinos de esta urbe de dos millones de habitantes lucieron sus mejores galas, como es tradición, para el primer rezo del Eid el Fitr sobre las enormes alfombras que cubrían gran parte del recinto. La primera vez en décadas que pudieron orar en esta plaza. Porque Gadafi, cerebro de la Jamahiriya, el Estado de las masas, no permitía aglomeración alguna que no fuera para darse un baño de multitudes.
El médico se reía contando chistes -"cuando los inspectores extranjeros vinieron hace años a buscar armas de destrucción masiva no las encontraron; la destrucción masiva ya estaba aquí"- manifiestamente mejorables. Pero de esa desolación que describía escapó Ageli hace más de dos décadas. Se instaló en Reino Unido y en 2008 decidió vender vivienda y coche, y regresó a su país con esposa e hijos. "Creí en las promesas de apertura de Saif el Islam, el hijo de Gadafi. Me engañaron a mí y a muchos médicos que volvimos a Libia".
No era el día para abordar los gravísimos problemas que encara el país magrebí. "Tenemos que empezar de cero, pero los daños no son muy grandes, porque aquí no había nada", agrega el doctor. En la plaza, fusil en mano, el extranjero se topa con Abdul Alshnag, un veinteañero con el que ya se encontró en Bengasi en abril. Trabaja en el puerto de Valencia y relataba, emocionado, su largo viaje para alcanzar Trípoli, su ciudad.
"Dios es grande", tronó la multitud continuamente, mezclando la alabanza con el permanente recuerdo a los "mártires" que han rebautizado esta plaza de Trípoli, vigilada desde las azoteas porque el temor a lo que pueda urdir Gadafi sigue vivo y coleando. "Ha dicho que se reserva una sorpresa para el 1 de septiembre", comentaba Abdul Alshnag.
Terminó la oración dirigida por un imán que enervó a la masa. Los gritos de "shafshufa" -"pelo revuelto", como lo llevan bastantes hombres de la tribu de Gadafi- arreciaron. Pero la palabra que se escuchaba en boca de todos era "libertad".
Si se cumple lo que cantaba la muchedumbre, en otro exceso de confianza, al tirano forajido, hoy habrá otra fiesta: "Adiós, adiós. El 1 de septiembre estarás en la cárcel".
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