El pasado 24 de agosto se hicieron públicos los resultados de la quinta oleada del Barómetro Anual sobre “La Comunidad Musulmana de origen inmigrante residente en España”. Este barómetro se inció en 2006 con un tamaño muestral de 2.000 entrevistas y lo realiza Metroscopia para los Ministerios de Interior, Justicia y Trabajo e Inmigración. El estudio pretende describir —dentro de las limitaciones metodológicas que más adelante se indican— cuál es la cultura cívica del colectivo de inmigrantes de religión musulmana residente en España. Es decir, cuáles son sus valores básicos, su visión del mundo, su percepción de nuestra sociedad y de su lugar en ella. Una síntesis sumaria del conjunto de opiniones, actitudes y valoraciones expresadas en esta encuesta por la comunidad inmigrante musulmana residente en España basado arroja los siguientes tres rasgos básicos:
1. En primer lugar, una profunda religiosidad.
La religión constituye sin duda una primera seña de identidad de este colectivo. Los inmigrantes musulmanes consideran que la religión es muy importante en su vida y se declaran religiosos y practicantes de su religión en clara mayor proporción que los españoles de la suya (pero —conviene apuntarlo— en la misma medida en que estos lo hacían hace tres decenios). La identidad musulmana prevalece incluso sobre la propia identidad nacional para una clara mayoría.
Ahora bien, del conjunto de datos obtenido cabe concluir que el sentimiento religioso declarado no se limita, exclusivamente (y en muchos casos, ni siquiera preferentemente), a la adhesión a un concreto, específico y cerrado conjunto de preceptos dogmáticos, sino que expresa más bien la sensación de pertenencia a un entorno comunitario amplio, difuso y plural.
Así, los inmigrantes musulmanes residentes en España, parecen entender y practicar un islam tolerante y abierto, pues de forma masivamente mayoritaria: no piensan que ninguna religión sea superior a otra, ni que nadie tenga la autoridad para decir a los demás como vivir o actuar; consideran que los no creyentes tienen el mismo valor y dignidad como personas que los creyentes; creen absolutamente inaceptable la violencia como forma de defender o difundir las creencias religiosas; y se muestran partidarios de un Estado laico, que no otorgue trato especial alguno a ninguna religión.
2. Un segundo rasgo definitorio es el deseo de integración en la sociedad de acogida y su esfuerzo por conseguirlo. La comunidad inmigrantes musulmana declara sentirse claramente a gusto en España (lo afirma el 67%; sólo un 10% indica lo contrario) y se considera adaptada a la vida española: así lo indica un masivo 83% (nueve de cada diez entre quienes llevan ya aquí más de cinco años, frente al 50% que lleva menos de uno. Pero este último dato resulta en sí mismo revelador: en menos de un año de estancia la mitad se siente ya adaptado).
Tienen un entorno relacional que tiende a ser amplio y plural: sólo el 10% de los inmigrantes musulmanes dice relacionarse exclusivamente con personas de su misma nacionalidad, y sólo el 15% dice hacerlo exclusivamente con personas de su misma religión. En su gran mayoría tiene un dominio razonable del español (y, entre quienes residen en el litoral mediterráneo, un tercio dice poder manejarse en catalán o valenciano). Por otro lado, en general, los inmigrantes musulmanes no se sienten especialmente obstaculizados en la práctica de su religión (aunque sí percibe algunas dificultades, fundamentalmente de orden material).
3. Un tercer, y quizá especialmente importante rasgo, es la evaluación claramente positiva de la sociedad y de las instituciones españolas y del trato que, en general, reciben de ellas. En el caso de un país con los antecedentes históricos de España es fácil ceder a la tentación de afirmaciones genéricas e intemporales del tipo: “España tiene una tradición histórica de Islamofobia que ha sido utilizada para legitimar actitudes negativas contra la inmigración musulmana hacia España”. Esta frase aparece citada como irrebatible prueba de convicción respecto de las tendencias islamófobas de la sociedad española actual en un reciente Informe del CATS (Grupo de Trabajo del Consejo de la Unión Europea sobre Cooperación Policial y Judicial) presentado el pasado mes de octubre. Constituye sin duda un claro ejemplo de confusión de un tópico extendido, y con raíces ciertamente seculares, con pautas de comportamiento plenamente vigentes y tangiblemente perceptibles en la actualidad. La frase contiene tres elementos en modo alguno indiscutibles: la existencia de una incuestionable tradición “islamófoba” en España; que esa tradición haya sido utilizada para legitimar actitudes actuales de rechazo a la inmigración musulmana; y que realmente exista en la realidad ese rechazo en la sociedad española. Las tres afirmaciones pueden ser, a la vez, tenidas por ciertas o erróneas, según los datos o elementos probatorios que se aporten. En todas las sociedades, y en todas las culturas, existen pautas y componentes xenófobos, islamófobos, anti-semitas, cristianófobos, homófonos….: en suma pautas de recelo, rechazo u hostilidad a cuanto —desde las pautas culturales imperantes— se aparece como distinto y, por tanto, como perturbador y por ello como potencialmente peligroso. España no es en esto, sin duda, distinta a otras sociedades actuales. Pero los ya numerosos datos contrastables disponibles parecen indicar que desde luego en ninguno de esos apartados puede considerarse que esté en el grupo de cabeza.
En el caso concreto de la supuesta islamofobia (y sin necesidad de aludir a la ejemplar reacción de la ciudadanía y de las autoridades españolas a raíz de los atentados del 11-M, sin un solo incidente de acoso, hostigamiento o agresión al colectivo musulmán residente en España) la principal prueba exculpatoria la aportan los propios inmigrantes de religión musulmana aquí residentes. En efecto, según los datos de este Barómetro los inmigrantes musulmanes evalúan de forma muy positiva tanto a la sociedad española en su conjunto como a las instituciones y al sistema político español, y expresan un notable grado de confianza en los principales grupos e instituciones sociales. Resulta especialmente destacable que la población musulmana inmigrante en España sea la que más positivamente valore, en comparación con otros países occidentales, a la sociedad de acogida.
En comparación con el resto de Europa o con Estados Unidos, consideran que es en España donde existe un menor grado de rechazo y recelo de la religión musulmana: un 36% percibe esa reacción negativa en España, mientras que un 43% la percibe en Francia y un 49% en Estados Unidos. Un 75% considera que en España, hoy, musulmanes y cristianos se esfuerzan por entenderse y respetarse mutuamente (sólo un 7% piensa lo contrario). El 83% se considera adaptado a la vida y a las costumbres de su lugar de residencia en España. El 74% dice que en España se acoge bien a los inmigrantes, y un 88% indica que son atendidos en los hospitales públicos del mismo modo que los españoles.
Finalmente, los inmigrantes de religión musulmana califican a la policía española con un 6.1 (en una escala de 0 a 10), la cuarta nota más elevada, por detrás del Rey (7.2) y las ONG (7.2), los líderes de las comunidades musulmanas en España (6.7) y el sistema judicial (6.4), pero por delante, por ejemplo, de la Unión Europea (6.0), la Liga Árabe (5.8), los líderes del mundo árabe (5.7) o las Naciones Unidas (5.5).
La vida del inmigrante nunca es fácil y sin duda lo es aún menos cuando, como es el caso de la inmigración musulmana en España, es grande la distancia religiosa, cultural y lingüística con el país de acogida y cuando además la situación económica ensombrece las posibilidades de encontrar un trabajo que facilite la plena integración social. ¿Cómo entender entonces que los datos de este Barómetro —al igual, por cierto, que los de las cuatro oleadas anteriores— ofrezcan la imagen de una comunidad inmigrante en conjunto llamativamente satisfecha con su situación? ¿Hasta qué punto cabe dar un crédito absoluto a estos datos? ¿No presentan, quizá, una imagen embellecida, en la que han podido quedar inadecuadamente reflejadas las actitudes, opiniones y valoraciones menos amables y menos positivas?
Sin duda, hay factores metodológicos, insalvables, que invitan a interpretar con alguna cautela los datos obtenidos. Pero la estabilidad en el tiempo de estos parece avalar la idea de que, con todos los matices que puedan proceder, en esencia reflejan realmente —por encima de posibles sesgos declarativos o imperfecciones maestrales— lo que realmente piensa la comunidad inmigrante de religión musulmana que reside entre nosotros. Cada vez ganan más solidez, y son más abundantes, los datos que confirman la existencia mayoritaria de un Islam tolerante, liberal y occidentalizado, y no sólo en España, sino en todos los países occidentales y también, ya, en más de un país con población mayoritariamente musulmana. Los datos que aquí se presentan, referidos al caso concreto de los inmigrantes de religión musulmana residentes en España, no constituyen así una rareza, sino que vienen más bien a coincidir —quizá de forma especialmente acentuada— con lo que parece ser una pauta general, cada vez mejor y más nítidamente expresada y documentada.
Ahora bien, una vez más resulta necesario recordar que la cuestión de trascendental importancia que subyace tras estos datos es la suerte que puedan correr en nuestra sociedad los integrantes de la segunda generación de este colectivo de inmigrantes, es decir, los hijos de la inmigración musulmana. Los datos de este Quinto Barómetro proceden (como los de las cuatro oleadas anteriores) de inmigrantes de primera generación: es decir, de personas que, al contestar, están, con toda probabilidad, relacionando su situación actual con lo que era su condición en su país de origen. Que esa comparación termine arrojando un balance global positivo para la sociedad de acogida no puede resultar sorprendente. Ahora bien, en un futuro no lejano, para quienes serán ya españoles hijos de inmigrantes de religión musulmana, el marco de referencia a la hora de evaluar su situación personal será muy distinto: no se compararán ya con la situación que tenían sus padres en el país de procedencia, sino con la que tengan aquí, en ese momento, los otros españoles de su misma generación (no musulmanes o no hijos de no inmigrantes).
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