El racismo se esconde a menudo detrás de las exigencias de que las personas inmigradas “se integren”, o de la defensa de una monolítica “cultura nacional”.
Prueben a leer con detenimiento cualquiera de los diarios de mayor tirada que se publican en el Estado español, algunos incluso con insuflas de ser progresistas. Examinen cualquiera de las noticias que tengan que ver con la migración en este país, o cualquiera de las noticias de sucesos de su localidad. Verán como a menudo se nos presenta la realidad de la inmigración como algo negativo. Destacando siempre los sucesos más escabrosos o negativos de esta realidad que tenemos actualmente en nuestra sociedad. O bien son protagonistas de crímenes, o bien son la cara más dura del paro y la marginalidad.
Casi nunca se nos ofrece una visión de las personas inmigrantes en el Estado español como algo positivo, o simplemente como una parte más de la realidad actual.
Siempre se trata a esta parte de la sociedad, no como eso, sino como un elemento externo, ajeno a nosotros, como si fuera un miembro que fácilmente se puede separar, quirurgicamente del resto de la sociedad (véanse los controles policiales y las deportaciones que a diario se llevan a cabo, o la reciente expulsión de una adolescente del instituto donde estudiaba).
Se trata a la población inmigrante, no como si fuera el 12% de la población actual (datos de 2009), sino como si fuera un problema más del 88% restante, y se equipara, en las encuestas, al paro o al acceso a la vivienda.
Es por esto por lo que se hace necesario abrir un debate sobre la cultura en nuestra sociedad y el racismo que vivimos a diario en ella.
¿Cultura nacional o cultura de clase?
Partimos de la premisa de que a menudo se nos presenta la cultura española como algo uniforme con una serie de características a las que todas las personas criadas en el Estado español comparten, como los valores sociales o la forma de vivir. Sin embargo, esta supuesta realidad no se manifiesta ni siquiera en la lengua que en principio deberíamos compartir, principal vehículo de transmisión de la cultura, ya que millones de personas en el Estado piensan y conviven en otro idioma distinto al castellano.
Presentar a la sociedad como un compartimento donde algunos caben y otros no es un error, ya que este análisis que nos venden no tiene en cuenta varios aspectos.
Para empezar el que ya comentábamos, y es que la sociedad en el estado español no es, ni mucho menos, tan uniforme como se pretende, sino que se divide en estratos bien distintos entre sí. Así por ejemplo no tienen nada que ver la realidad y la cultura que vive un empleado de AIR COMET, con la que disfruta Díaz Ferrán. Plantearlo de otra manera es una manipulación de los verdaderos problemas que acontecen a la sociedad en esta época de crisis, los cuales hacen que probablemente compartan muchas más cosas los empleados de Viajes Marsans con cualquier persona inmigrante de la calle que con los directivos de su compañía, con los cuales tienen en común meramente una nacionalidad o un pasaporte.
Por otro lado, no se tiene en cuenta que la cultura es una parte de un sistema integrado mucho más amplio, y que cambia cuando cambia una parte del sistema. Es decir, que la cultura se adapta a la realidad de la que forma parte, no se trata de algo monolítico y homogéneo al cual los distintos individuos han de adaptarse, sino que ésta es más flexible, permeable y diversa de lo que creemos. En realidad, la cultura, como el lenguaje, o como cualquier medio que utilicen los humanos para relacionarse, es algo vivo y cambiante, con la necesidad de modificarse según las necesidades y realidades que viven los individuos o los grupos sociales. ¿Cómo podemos pretender que la cultura actual en el Estado español no tenga nada que ver con las experiencias y necesidades que trae cualquier población que viva en ella, por más foráneos que sean sus orígenes?
Por poner un ejemplo de lo absurdo que es compartimentar la sociedad en estas categorías, en Francia la población musulmana es de entre tres y cuatro millones de personas, de las cuales, buena parte de ellos son descendientes de las migraciones de población procedente de África llegadas en los años 70. Para los franceses “de pro”, estos jóvenes siguen siendo categorizados como inmigrantes, pese a que muchos de ellos tienen como país natal Francia.
El racismo subyacente
El distinguir entre “nuestra” cultura y la de “los otros”no es más que una visión racista que divide a las personas y las aleja de la defensa de sus verdaderos intereses. Ignora el hecho de que las culturas son el resultado del mestizaje que van dejando las distintas herencias de las poblaciones que alguna vez han formado parte de ellas. Deberíamos preguntarnos cuál es el motivo por el cual se hace tanto énfasis en dividirnos en realidades culturales, en lugar de nuestras necesidades e intereses más objetivos.
El sistema capitalista se sustenta en unos pilares de injusticia social, y el racismo es la consecuencia directa de esta situación ya que justifica el desigual acceso al bienestar y a los derechos de una parte de las personas, y forma parte de los mecanismos que permiten a algunos apropiarse de los beneficios del trabajo ajeno. Tomando las palabras de Tomás Pedro Gomariz, el racismo “es uno de los instrumentos de dominación que poseen los intereses rectores del mundo en que vivimos”. Permite mantener a buena parte de la población en una situación aún mucho más precaria y de indefensión, accesible para cualquier tipo de explotación que se requiera en el momento. Dividiéndolos del resto de la sociedad, se hace más difícil la lucha por los intereses que comparten con el resto de la clase trabajadora.
Cuando Marx estudió los antagonismos que se daban dentro de la clase obrera entre trabajadores ingleses protestantes e inmigrantes irlandeses católicos, llegó a la conclusión de que éste era uno de los secretos por los que la clase capitalista mantiene su poder. Es la aplicación del viejo dicho de divide y vencerás.
Hay, entonces, un interés por parte de la clase dominante en representar la inmigración como un problema o un peligro . En los medios siempre se presentan las noticias sin ofrecer una lectura de contexto, por un lado se introduce el “problema de la inmigración”, con un 12% de paro, y por otro, de vez en cuando se habla de la alta tasa de paro juvenil, con un 23%. Sin relacionar estas noticias, (¿es que no hay jóvenes entre los inmigrantes?), fácilmente se pude dar una imagen de los inmigrantes como supuestos “culpables”, ya que se les trata como una masa de población que sobra, como una cantidad de personas que la economía no puede absorber. Ésa es la justificación de la mayoría de leyes y cupos racistas. Para poder justificar esta manera de actuar se los presenta como ajenos a la sociedad, sin tener en cuenta que contribuyen como cualquiera a ella.
No suele relacionarse en los periódicos, ni indicarse en casi ningún medio público, que el paro, los recortes sociales o la precariedad es precisamente una problemática compartida y no causada por unos y sufrida por otros.
¿Integración o mestizaje?
Se culpa a menudo a la población inmigrante de no querer integrarse y de querer mantener sus propias costumbres; se les exige que sean iguales a nosotros, en lugar de equivalentes; se pretende que pasen un examen de “españolidad”, que conozcan nuestras costumbres y se adapten a ellas. Exigir esto es un absurdo, es como pretender forzar a un bebé a hablar a los seis meses. La integración y la adaptación vienen de forma natural, con la convivencia en los mismos barrios, o en las mismas escuelas, con un acceso igualitario a la riqueza social, pero esto no dará como resultado una suerte de individuos calcados a nosotros mismos, ya que ni nosotros mismos cumplimos los requisitos de lo que pretendemos ser.
Polarizar la atención sobre estas diferencias permite poner un velo sobre los verdaderos problemas que tenemos. Se obvia que nosotros mismos somos el resultado de una masa de migraciones que ha poblado la península, nuestro lenguaje y nuestras costumbres son la suma de diversas migraciones de personas que han pasado por la península, reflejo también de las relaciones de poder que han acontecido en el pasado. Así, el castellano toma muchas palabras del árabe, y otros muchos prestamos del francés o del inglés.
Es por estos motivos por los que la sociedad actual necesita una reflexión profunda sobre su cultura y lo que se pretende con ella. La cultura ha de ser, y de hecho suele ser, un reflejo de las distintas partes que la integran, de sus luchas y sus necesidades, y sus expresiones. La aprendemos, sí, pero también la transformamos, no se trata de un sistema estàtico, y en ella deberían reconocerse todos los grupos que participan de ella.
Hace unos años, nadie consumía determinados productos, como el kebab, sin embargo, hoy día forma parte de la dieta de muchas personas, lo consumimos con naturalidad, de igual modo que nos alimentamos con cualquier otro producto más típico. Ésta es una realidad que se refleja en cualquier aspecto de la sociedad, desde la moda, hasta la música, nuestros gustos, costumbres, o aquello que nos sorprende se han transformado a lo largo de los años.
Por mucho que nos esforcemos en deportar a los extranjeros que vienen, sus costumbres, las palabras que nos han donado, han llegado aquí para quedarse.
Islam España es el portal del islam en lengua española , un proyecto de futuro para la convivencia,la cooperación y el diálogo.
Prueben a leer con detenimiento cualquiera de los diarios de mayor tirada que se publican en el Estado español, algunos incluso con insuflas de ser progresistas. Examinen cualquiera de las noticias que tengan que ver con la migración en este país, o cualquiera de las noticias de sucesos de su localidad. Verán como a menudo se nos presenta la realidad de la inmigración como algo negativo. Destacando siempre los sucesos más escabrosos o negativos de esta realidad que tenemos actualmente en nuestra sociedad. O bien son protagonistas de crímenes, o bien son la cara más dura del paro y la marginalidad.
Casi nunca se nos ofrece una visión de las personas inmigrantes en el Estado español como algo positivo, o simplemente como una parte más de la realidad actual.
Siempre se trata a esta parte de la sociedad, no como eso, sino como un elemento externo, ajeno a nosotros, como si fuera un miembro que fácilmente se puede separar, quirurgicamente del resto de la sociedad (véanse los controles policiales y las deportaciones que a diario se llevan a cabo, o la reciente expulsión de una adolescente del instituto donde estudiaba).
Se trata a la población inmigrante, no como si fuera el 12% de la población actual (datos de 2009), sino como si fuera un problema más del 88% restante, y se equipara, en las encuestas, al paro o al acceso a la vivienda.
Es por esto por lo que se hace necesario abrir un debate sobre la cultura en nuestra sociedad y el racismo que vivimos a diario en ella.
¿Cultura nacional o cultura de clase?
Partimos de la premisa de que a menudo se nos presenta la cultura española como algo uniforme con una serie de características a las que todas las personas criadas en el Estado español comparten, como los valores sociales o la forma de vivir. Sin embargo, esta supuesta realidad no se manifiesta ni siquiera en la lengua que en principio deberíamos compartir, principal vehículo de transmisión de la cultura, ya que millones de personas en el Estado piensan y conviven en otro idioma distinto al castellano.
Presentar a la sociedad como un compartimento donde algunos caben y otros no es un error, ya que este análisis que nos venden no tiene en cuenta varios aspectos.
Para empezar el que ya comentábamos, y es que la sociedad en el estado español no es, ni mucho menos, tan uniforme como se pretende, sino que se divide en estratos bien distintos entre sí. Así por ejemplo no tienen nada que ver la realidad y la cultura que vive un empleado de AIR COMET, con la que disfruta Díaz Ferrán. Plantearlo de otra manera es una manipulación de los verdaderos problemas que acontecen a la sociedad en esta época de crisis, los cuales hacen que probablemente compartan muchas más cosas los empleados de Viajes Marsans con cualquier persona inmigrante de la calle que con los directivos de su compañía, con los cuales tienen en común meramente una nacionalidad o un pasaporte.
Por otro lado, no se tiene en cuenta que la cultura es una parte de un sistema integrado mucho más amplio, y que cambia cuando cambia una parte del sistema. Es decir, que la cultura se adapta a la realidad de la que forma parte, no se trata de algo monolítico y homogéneo al cual los distintos individuos han de adaptarse, sino que ésta es más flexible, permeable y diversa de lo que creemos. En realidad, la cultura, como el lenguaje, o como cualquier medio que utilicen los humanos para relacionarse, es algo vivo y cambiante, con la necesidad de modificarse según las necesidades y realidades que viven los individuos o los grupos sociales. ¿Cómo podemos pretender que la cultura actual en el Estado español no tenga nada que ver con las experiencias y necesidades que trae cualquier población que viva en ella, por más foráneos que sean sus orígenes?
Por poner un ejemplo de lo absurdo que es compartimentar la sociedad en estas categorías, en Francia la población musulmana es de entre tres y cuatro millones de personas, de las cuales, buena parte de ellos son descendientes de las migraciones de población procedente de África llegadas en los años 70. Para los franceses “de pro”, estos jóvenes siguen siendo categorizados como inmigrantes, pese a que muchos de ellos tienen como país natal Francia.
El racismo subyacente
El distinguir entre “nuestra” cultura y la de “los otros”no es más que una visión racista que divide a las personas y las aleja de la defensa de sus verdaderos intereses. Ignora el hecho de que las culturas son el resultado del mestizaje que van dejando las distintas herencias de las poblaciones que alguna vez han formado parte de ellas. Deberíamos preguntarnos cuál es el motivo por el cual se hace tanto énfasis en dividirnos en realidades culturales, en lugar de nuestras necesidades e intereses más objetivos.
El sistema capitalista se sustenta en unos pilares de injusticia social, y el racismo es la consecuencia directa de esta situación ya que justifica el desigual acceso al bienestar y a los derechos de una parte de las personas, y forma parte de los mecanismos que permiten a algunos apropiarse de los beneficios del trabajo ajeno. Tomando las palabras de Tomás Pedro Gomariz, el racismo “es uno de los instrumentos de dominación que poseen los intereses rectores del mundo en que vivimos”. Permite mantener a buena parte de la población en una situación aún mucho más precaria y de indefensión, accesible para cualquier tipo de explotación que se requiera en el momento. Dividiéndolos del resto de la sociedad, se hace más difícil la lucha por los intereses que comparten con el resto de la clase trabajadora.
Cuando Marx estudió los antagonismos que se daban dentro de la clase obrera entre trabajadores ingleses protestantes e inmigrantes irlandeses católicos, llegó a la conclusión de que éste era uno de los secretos por los que la clase capitalista mantiene su poder. Es la aplicación del viejo dicho de divide y vencerás.
Hay, entonces, un interés por parte de la clase dominante en representar la inmigración como un problema o un peligro . En los medios siempre se presentan las noticias sin ofrecer una lectura de contexto, por un lado se introduce el “problema de la inmigración”, con un 12% de paro, y por otro, de vez en cuando se habla de la alta tasa de paro juvenil, con un 23%. Sin relacionar estas noticias, (¿es que no hay jóvenes entre los inmigrantes?), fácilmente se pude dar una imagen de los inmigrantes como supuestos “culpables”, ya que se les trata como una masa de población que sobra, como una cantidad de personas que la economía no puede absorber. Ésa es la justificación de la mayoría de leyes y cupos racistas. Para poder justificar esta manera de actuar se los presenta como ajenos a la sociedad, sin tener en cuenta que contribuyen como cualquiera a ella.
No suele relacionarse en los periódicos, ni indicarse en casi ningún medio público, que el paro, los recortes sociales o la precariedad es precisamente una problemática compartida y no causada por unos y sufrida por otros.
¿Integración o mestizaje?
Se culpa a menudo a la población inmigrante de no querer integrarse y de querer mantener sus propias costumbres; se les exige que sean iguales a nosotros, en lugar de equivalentes; se pretende que pasen un examen de “españolidad”, que conozcan nuestras costumbres y se adapten a ellas. Exigir esto es un absurdo, es como pretender forzar a un bebé a hablar a los seis meses. La integración y la adaptación vienen de forma natural, con la convivencia en los mismos barrios, o en las mismas escuelas, con un acceso igualitario a la riqueza social, pero esto no dará como resultado una suerte de individuos calcados a nosotros mismos, ya que ni nosotros mismos cumplimos los requisitos de lo que pretendemos ser.
Polarizar la atención sobre estas diferencias permite poner un velo sobre los verdaderos problemas que tenemos. Se obvia que nosotros mismos somos el resultado de una masa de migraciones que ha poblado la península, nuestro lenguaje y nuestras costumbres son la suma de diversas migraciones de personas que han pasado por la península, reflejo también de las relaciones de poder que han acontecido en el pasado. Así, el castellano toma muchas palabras del árabe, y otros muchos prestamos del francés o del inglés.
Es por estos motivos por los que la sociedad actual necesita una reflexión profunda sobre su cultura y lo que se pretende con ella. La cultura ha de ser, y de hecho suele ser, un reflejo de las distintas partes que la integran, de sus luchas y sus necesidades, y sus expresiones. La aprendemos, sí, pero también la transformamos, no se trata de un sistema estàtico, y en ella deberían reconocerse todos los grupos que participan de ella.
Hace unos años, nadie consumía determinados productos, como el kebab, sin embargo, hoy día forma parte de la dieta de muchas personas, lo consumimos con naturalidad, de igual modo que nos alimentamos con cualquier otro producto más típico. Ésta es una realidad que se refleja en cualquier aspecto de la sociedad, desde la moda, hasta la música, nuestros gustos, costumbres, o aquello que nos sorprende se han transformado a lo largo de los años.
Por mucho que nos esforcemos en deportar a los extranjeros que vienen, sus costumbres, las palabras que nos han donado, han llegado aquí para quedarse.
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