Veintinueve líderes musulmanes se reunieron la semana pasada en el Vaticano con dirigentes de la Iglesia católica en el primer seminario del Foro Católico-Musulmán, un ágora con el que se pretende evitar que se gripe el motor del diálogo interreligioso. Además de las esperables declaraciones a favor de la “libertad religiosa”, del respeto a la “vida humana”, a la “juventud” y a las “minorías”, la declaración final de quince puntos contenía un asunto de gran repercusión para la economía. Era la cláusula doce, que elevaba una petición a “los creyentes” para que desarrollen un “sistema financiero ético”.
Se trata de la primera vez que musulmanes y católicos se ponen de acuerdo para hacer una solicitud de este tipo. Lamentablemente, la declaración del Foro no especifica cómo se debe desarrollar dicho sistema, sólo apunta que se tendría que dotar de “mecanismos de regulación que consideren la situación de los pobres”. Dado que, hasta ahora, los fondos vaticanos han utilizado los canales de la banca habitual, la petición para que se desarrolle un “sistema financiero ético” significa la adhesión de la Santa Sede a algunos de los principios que propugna la banca islámica.
Ésta se rige por la prohibición de la usura que realiza el Corán, lo que obliga a las hipotecas, fondos, cuentas corrientes y créditos de las instituciones financieras que respetan la “sharia” (ley islámica) a no cobrar ni ofrecer intereses. Obviamente, los bancos islámicos no regalan las hipotecas ni reciben nuestros ingresos sin ofrecer nada a cambio. Tanto a la hora de prestar dinero como de recogerlo, la banca “halal” (permitidas por el islam) ha ideado unos mecanismos que le permiten obtener beneficios y ofrecérselos a sus clientes.
A la hora de dar una hipoteca, la institución financiera compra la casa a su nombre y se compromete luego a vendérsela al cliente a un precio más alto. Esta diferencia no se considera “riba” (interés), sino una compensación al banco por el riesgo de la operación. Para rembolsar el precio de la vivienda se establecer unos plazos mensuales, que algunas entidades llaman “alquiler”, equiparables a los pagos del crédito hipotecario de la banca occidental.
Las comisiones son otra de las formas de cobrar veladamente por el dinero que prestan las instituciones financieras islámicas. Éstas prohíben que sus activos entren en sectores “haram” (prohibidos), como son la industria armamentística, la pornografía o las bebidas alcohólicas, y proponen que la riqueza no sólo beneficie al cliente, sino que también se reparta entre el resto de la comunidad. Precisamente son estos condicionantes de la banca islámica los que más pueden interesar al Vaticano, ya que proponen ayudar a los más desfavorecidos y vetan las inversiones en sectores antagónicos al habitual mensaje de paz de la Iglesia católica.
La banca islámica está cada día más presente en Europa. Gran Bretaña es su principal mercado aunque también se puede encontrar en España por medio de Bancorreos, la entidad creada por Correos y Deutsche Bank, que ofrece productos financieros adaptados a los más de un millón de musulmanes que viven en nuestro país.
El éxito de la banca islámica se ha visto estos días en la gran exposición “halal” que se ha celebrado en Abu Dhabi. En el encuentro, algunos analistas han vaticinado que muchos inversores occidentales escaldados con la crisis encontrarán la seguridad que buscan en las instituciones bancarias de acuerdo a la “sharia”.
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