El fichaje 8 Afellay mira al cielo tras marcar un gol en la Liga Europa, el pasado 4 de noviembre, con su equipo, el PSV. AFP / TOUSSAINT KLUITERS
Afellay se ha convertido en uno de los referentes de la juventud marroquí-holandesa
El nuevo jugador azulgrana, con 10 años, recorría 100 kilómetros en coche para entrenar con el PSV
No es una favela brasileña, ni un temido banlieu de París, pero el barrio de Overvecht, en el noreste de la ciudad holandesa de Utrecht, no tiene buena fama. Más de la mitad de la población es extranjera y la convivencia es problemática. Como en tantos otros barrios holandeses, la mayoría de las molestias las causan grupos de adolescentes marroquís, chavales de la segunda generación de inmigrantes, nacidos todos en Holanda y extraviados socialmente entre las tradiciones de sus padres y la vida en una Holanda rubia y cada vez más intolerante hacia ellos.
Ahí, entre los interminables bloques altos de pisos, creció Ibrahim Afellay, también hijo de padres marroquís. Ellos nacieron en Alhucemas cuando aún era un protectorado español, él, igual que sus cuatro hermanos, nació en Utrecht. Y podría haber acabado como tantos amigos suyos de la calle, aburridos en las plazas, sin saber hacia dónde encaminar su futuro. Ibrahim, Ibi para sus amigos, lo encontró en las plazas donde jugaba al fútbol. Era el mejor, siempre, junto a su amiguito Aissati, ahora en el Ajax. Ibi e Isi los llaman. «Nuestra historia es como un cuento», decía el nuevo futbolista azulgrana cuando jugaron juntos en el PSV contra el Milan.
Un cuento que aún no se ha terminado. Gran talento en el club aficionado de Elinkwijk, el PSV del lejano Eindhoven se fijó en él cuando apenas tenía 10 años. Y comenzaba a viajar, después del cole, los casi 100 kilómetros para entrenarse en su nuevo club, ahí donde debutaría en el primer equipo con solo 17 años, hace más de seis años ya. Fue el fútbol que salvó a Afellay de perderse como tantos de sus compañeros y que lo convirtió en uno de los grandes referentes de la juventud marroquí-holandesa, un símbolo de que es posible triunfar en una sociedad que ellos ven muy hostil.
Ya era internacional con Holanda («Lo pensé mucho antes de decidirme entre Holanda o Marruecos») y su fichaje por el Barça, como primer jugador de origen marroquí, ya le convierte en un ídolo casi insuperable. Había despertado también el interés de clubs como el Arsenal o la Juventus pero, como dijo ya hace un par de años, «prefiero un gran club de España, donde vivió mi padre antes de llegar a Holanda».
Un padre que le ha inculcado educación y buenas maneras. En Holanda, es de los pocos jugadores que aún trata de usted a los periodistas que lo entrevistan. «Son los valores que he aprendido en mi familia», explicó este año, en el Mundial de Suráfrica, a los periodistas holandeses. Una familia muy religiosa. «La religión es junto a la familia lo más importante para mí. Son estos dos pilares los que me dan fuerza y tranquilidad, tanto en los buenos como en los malos tiempos».
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