jueves, 13 de septiembre de 2007

Córdoba, la civilización que se suicida

Antonio Muñoz Molina recupera su libro de 1991 sobre la época de los Omeya, que se lee de distinta manera en el nuevo mundo nacido tras el 11-S

Córdoba - 12/09/2007 El País, José Andrés Rojo -

El libro que Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) publicó a principios de 1991 sobre la Córdoba de los Omeyas no tiene nada que ver con el que acaba de aparecer en una colección sobre ciudades andaluzas que edita la Fundación José Manuel Lara. Cada palabra, cada línea y cada párrafo se corresponden entre el libro de entonces y el libro de ahora (las correcciones de la nueva edición son mínimas; lo único distinto es la nota inicial), pero mientras tanto todo ha cambiado, y ahora se lee de otra manera y se trata, por tanto, de una obra diferente. Es curioso que fuera justo ayer, en el aniversario del atentado a las Torres Gemelas, cuando Muñoz Molina presentara esta nueva edición. Y es que es justamente eso, la irrupción del terrorismo islamista, lo que hace que uno se acerque al libro, y lo lea y lo entienda con otra perspectiva y muy distintas preocupaciones.

"Cuando escribí sobre la Córdoba de los Omeya", cuenta Muñoz Molina, "la materia que trataba era casi secreta, se conocía muy poco sobre al-Andalus, sobre esa larga época de la historia de España. Era un tema lejano, y como mucho existía un punto de narcisismo andaluz: querían demostrar que eran también diferentes y que, un buen día, habían llegado los castellanos a destruirles una sociedad tolerante, libre, donde convivían culturas diferentes. Abusaban de ese viejo truco que ha funcionado tan bien, el de presentarse como víctimas cuando en realidad se consideran superiores. Pero ése era un asunto de escala doméstica, pequeño. No había entonces la presencia real que el mundo del islam tiene ahora en nuestras vidas: ni estaban los inmigrantes que hoy llenan nuestras ciudades, ni existía Al Qaeda. Era, además, una época de fascinación por lo oriental. Si llegas a decir que querías tratar de la época romana de Córdoba, hubieras pasado por ser de derechas. El mundo oriental, los porritos y todo aquello, entonces estaba de moda".

Ahora en Córdoba hay palmeras y granados, y sigue oliendo al azahar de los naranjos que trajeron los musulmanes. Fue en el otoño del 711 cuando jinetes bereberes y árabes conquistaron la ciudad. "Me irrita la demagogia de los que predican que en al-Andalus convivieron tres cultura diferentes", explica el novelista que con su libro sobre los Omeyas se convirtió en una suerte de raro historiador (ésa fue su formación inicial, aunque luego lo reclamara y sedujera la literatura). "Allí convivieron tres religiones diferentes bajo una cultura dominante. Se hablaba y escribía en árabe, y dentro de esas coordenadas destacaron algunos judíos y algunos cristianos. Lo mejor de la poesía judía de aquella época está escrita en árabe".
Fueron tres siglos los que estuvieron los Omeya en Córdoba y convirtieron la ciudad en el puente más rico entre Oriente y Occidente. Temidos y respetados por sus enemigos, despertaron la fascinación de los viajeros y allí, dentro de sus lujosas moradas, cultivaron una sofisticadísima forma de vivir. Trajeron árboles, flores, frutos, el papel y los libros, trasladaron la sabiduría que germinaba en Bagdad o Damasco a este lado del mundo, construyeron edificios que aún hoy sorprenden por su belleza. "Lo que resulta incomprensible", dice Muñoz Molina, "es que esa sociedad, que se construyó con tanta dedicación y que costó tanto sufrimiento, fueran capaces los que la crearon de destruirla con idéntica entrega, con furia y obstinación". Y luego se refiere a uno de sus mayores tesoros, la impresionante biblioteca de al-Hakan II. "Se cuenta con mucha ignorancia que fueron los reinos cristianos los que la destruyeron. No es cierto. Todo empezó a precipitarse tras la muerte de al-Mansur (Almanzor), que ya había cedido a algunas reclamaciones fanáticas y quemado algunos libros. Fue, sin embargo, con las guerras civiles donde unos y otros se destruyeron y acabaron con todo". De Madinat al-Zahra quedaron algunas ruinas, pero Madinat al-Zahira fue arrasada. Como arrasada fue aquella imponente biblioteca.

Muñoz Molina habla de "porosidad" para entender aquel tiempo. "No se puede hablar de tolerancia, porque era un concepto que les resultaba ajeno", dice. E insiste en que no eran fronteras tan drásticas las que existían entre unos y otros. "Abd al-Rahman I era alto y rubio", cuenta. No respondía al prototipo de árabe. Venían de un lado y otro, se mezclaban. Pero había un grupo dominante, que era cruel con sus enemigos, y que se había levantado sobre la sangre de los derrotados.

Cuando empezó con el libro sobre Córdoba en 1989, un encargo del editor Rafael Borrás ("no sé si ahora tendría la audacia de aceptar el desafío", dice), Muñoz Molina llevaba tres novelas publicadas. La escritura de este libro le permitió cambiar un tanto de tuerca y escribir El jinete polaco. ¿Qué cambió? "Empecé a vigilar con más atención los excesos de mi estilo. Tener un estilo reconocible es muy peligroso. Termina por convertirse en rutina y amaneramiento. Desde entonces soy partidario de una prosa más seca".

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