Los ciudadanos húngaros se vuelcan con los refugiados en Budapest
Ayla dibuja a su familia en un barco recorriendo el mar Egeo cogidos de la mano y con chalecos salvavidas. Esta niña siria acaba de llegar a la estación de trenes de Keleti, Budapest. Descansa sobre una manta con el resto de sus hermanos, coge fuerzas para llegar a su destino. «Vamos a Alemania», explica su padre, Mohamed, que era médico en Alepo. «¿Quieres saber cual es mi sueño? Tener un trabajo y poder vivir en paz con mi familia», confiesa. Cientos de familias sirias siguen llegando hasta esta estación que se ha convertido ya en un campamento base. Mientras, ciudadanos húngaros se organizan para recibir a más. Cuenta con servicio médico, recolectan comida y ropa e incluso hay una red wifi para que todo el que llegue pueda contactar con su familia.
Ahmud nos enseña las heridas que ha sufrido en el camino. Denuncia el trato de la policía húngara en Röszke, en la frontera con Serbia. «Nos retuvieron, nos apuntaron con focos de luz y pasamos así horas hasta que nos dejaron marchar», exclama este joven afgano. A tan solo 100 metros una anciana siria apenas puede caminar. «Me dejaron pasar al verme en este estado pero lo que están haciendo con nosotros no es humano», sentencia.
Nuevas llegadas
Hoy se espera la llegada de cerca de 2.000 personas más desde Serbia. Para ayudarles en su camino a Budapest un grupo de ciudadanos ha organizado patrullas para repartir mantas y enseres. «Todo este material que ves son donaciones de mis vecinos», nos explica Oleg mientras se prepara para hacer su ruta diaria. La impotencia y la rabia en Hungría ha dado paso a una ola de solidaridad sin precedentes entre la población. Cae la noche en la estación y la joven empresaria Orsi reparte mantas y sopa entre los cientos de refugiados que duermen a la intemperie. «Hoy son ellos, pero mañana podríamos ser nosotros», suspira mientras intenta mantener la compostura.
Pero el miedo a que el Gobierno húngaro vuelva a bloquear los trenes sigue muy presente en la estación de Keleti, nadie quiere perder ni un segundo para coger el primer convoy a Austria. «Mi hermano está intentando comprar los billetes», nos cuenta Alí, ingeniero químico de Alepo, mientras mete un par de zapatos nuevos en su mochila antes de partir. Cada una de las historias que recorren los pasillos de Keleti encogen el corazón de los vecinos que se acercan a ayudar.
«No te puedo explicar el camino que he recorrido para estar aquí, pero te aseguro que es mejor que lo que viví en Kobani, un infierno», explica Omar. «Mi sueño es vivir en mi país, Siria, pero ahora Europa es la única esperanza que tengo», asegura. Mañana partirá a Austria y cuando llegue nos avisará, promete, para que la gente sepa que aún hay «esperanza» en Europa.
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