domingo, 3 de octubre de 2010

Casarse con el islam

PALMA,03/10/2010,diariodemallorca.es,MAR FERRAGUT


Rahma y Antonio en el salón de su casa con sus cuatro hijos: los gemelos Abderraham y Abderrahim, Mohammed y Abdhakim. MULTIMEDIA

La religión de Alá no obliga a nadie a convertirse por amor, pero es mejor compartir "ideales comunes" y costumbres


Usa chilaba. Practica el islam. Regenta la primera tienda de ropa árabe de las islas. Vive en Pere Garau y tiene que soportar a veces malas miradas y comentarios racistas por "ser mora". Y no es mora. Victoria tiene 25 años y es mallorquina. Recibe en su boutique, Sáhara, rodeada de velos y túnicas llegadas desde Marruecos, Dubai y Siria. "Espera, voy a buscar a mi marido", dice. Hace apenas tres días que la mallorquina Victoria López y el argelino Farouk Bettahar realizaron su enlace en los juzgados de Palma, pero ella ya pronuncia "mi marido" con toda naturalidad.

Su boda fue el pasado viernes. El convite se celebró en un restaurante de Portals y asistieron algo menos de 40 invitados. Algo alegre y emotivo, pero también discreto. Es decir, casi todo lo contrario al fastuoso enlace en Rabat entre un político español y una mujer marroquí que varios medios de comunicación describieron hace unas semanas. Hablaban de varios cientos de invitados, de colorido, folclore y comida especiada. Así fue el supuesto enlace entre Gustavo Arístegui, portavoz del Partido Popular para Asuntos Exteriores y diputado por Zamora, con su novia marroquí. Como fiesta sonaba bien. Pero era mentira.

"Ni me he casado, ni me voy a convertir al islam", declaró un enfadado Arístegui, que aseguró sentirse como Farruquito por la persecución mediática. Se casa, pero no va a convertirse. Puntualiza. Y es que, como dicen nuestros recién casados Victoria y Farouk (y aunque no sea su caso) el islam no prohíbe los matrimonios entre las personas musulmanas y las que no lo son. Victoria es realista y sabe que es más práctico a la hora de convivir si las personas son de la misma religión; Francisco Jiménez, presidente de la Lliga Musulmana, habla de algo que va más allá del día a día, habla de "compartir un ideal serio".

"Tener un objetivo común"

Jiménez cree que para que una pareja funcione a largo plazo "tiene que tener un objetivo común". Y el islam y la espiritualidad compartida contribuye a crearlo por lo que es natural que "tiendan a coincidir". A pesar de todo, puntualiza: "Hay de todo". Recuerda por ejemplo un caso de una mujer mallorquina que estuvo casada muchos años, más de 40, con un hombre marroquí y que no se convirtió hasta después de divorciarse. Incluso su marido se sorprendió. Menciona otro matrimonio para demostrar que "hay de todo". El caso de una mujer española que se casó con un musulmán y decidió convertirse porque vio que "no tenía una forma de vida que enseñarle a su hijo, por eso eligió la forma de vida de su marido, el islam".

Se dio cuenta, narra Jiménez, "que hay una serie de valores perdidos en occidente que dentro de la educación islámica se mantienen". Así fue como abrazó esa religión.
Volvamos a Sáhara, la tienda de Victoria; un chica que ocho años atrás ni siquiera sospechaba el vuelco que iba a dar su vida y no podía imaginar que acabaría convirtiéndose al islam. "¡Ni siquiera había visto a nadie rezando!", apunta, "es una religión al principio muy desconocida, pero es un proceso, vas conociendo a la persona, su entorno...". Se conocieron trabajando en un hotel y en seguida empezaron a hablar. "Farouk es muy divertido, muy echado para adelante", explica.

Llega el otro protagonista. Sonriendo y acompañado por una bandeja con cafés y dulces árabes. Con su simpatía y hospitalidad, Farouk ayuda a combatir "la mala fama de los musulmanes", que él ya tiene asumida como algo que acompañará a su religión para siempre. Pone de ejemplo dos cosas que le sucedieron el 12 de septiembre de 2001, un día después de los atentados de Al Qaeda en Estados Unidos: primero, que le echaron del trabajo de forma inmediata; segunda, que un compañero le hizo prometer que si ponía una bomba en Palma le avisaría a tiempo para salvar a su familia.

"Al verle, esos prejuicios desaparecen", asegura Victoria, quien explica que sus familiares y amigos acogieron a Farouk y aceptaron su conversión sin ningún inconveniente: "Les parece bien, son mi familia y mientras me vean feliz....". De hecho en los últimos años, su familia no se ha cortado un pelo a la hora de hacerles el típico comentario que algunos padres repiten como un mantra "¡A ver cuándo os casáis!".

La conversión de Victoria fue algo que salió natural, pero "no es indispensable". Ambos señalan que siempre es mejor para la convivencia y para "crear vida y tener hijos", pero el islam no obliga a nadie que quiera contraer matrimonio a convertirse: "La conversión tiene que salir de dentro, si no es fingir, mentirse a uno mismo", razona Farouk. "Si una persona es cristiana practicante, un buen cristiano, puede casarse con un buen musulmán, porque ambos creen en el libro", apunta él. "Pero para ser prácticos, cariño... ", le interrumpe su esposa, "es mejor que los dos lo sean".

Conversiones graduales

"El converso va poco a poco, como un niño", explica este argelino que lleva doce años en nuestro país. Su esposa no tuvo problemas a la hora de abandonar el cristianismo en el que fue educada y en adaptarse a las costumbres de su nueva religión. Cuando empezaron a vivir juntos dejó de consumir carne de cerdo y alcohol, que "ya no lo tomaba antes." Incluso empezó a hacer el ramadán cuando aún no se había convertido. El hiyab, el velo, lo respeta pero no lo lleva porque es una decisión "muy personal y de la que tienes que estar muy convencida".

Antonio Torralba llegó a la religión de Alá antes de casarse. Cuando era cristiano "nominal", por haber nacido en España, pasó muchos años frustrado con su forma de vivir, deprimido. E incluso tuvo que acudir a una clínica para tratar de dejar atrás tres duros adjetivos: "Era alcohólico, jugador y putero".

"Pero solo me daban soluciones racionales", lamenta. No se encontraba bien. Hizo una "huida para adelante" y se plantó en Sevilla, donde entró en contacto con españoles conversos. Y decidió abrazar esa fe que sabía que le iba a ayudar a mejorar. El 31 de diciembre de 1992 este mallorquín se convirtió y recibió el nombre de Abu Bakr. Un par de años después estaba viviendo en Granada cuando un amigo le enseñó una foto de una mujer llamada Rahma El Islami. "Y fui a buscarla a Marruecos".

El próximo 13 de noviembre se cumplirán 14 años de la boda que Antonio y Rahma celebraron en Tetuán. ¿Si Antonio no se hubiera convertido al islam se hubieran casado? "Prefiero que sea de mi religión", señala ella. Respecto al parecer de su familia, Rahma tiene claro que no tenían nada que decir: "Yo mando".

En principio para el islam no es un problema que un fiel se case con un cristiano, sostiene Antonio, que recuerda que una de las mujeres del profeta Mahoma era judía. Al final sí puede convertirse en un obstáculo, puntualiza. Es básico que también crea en Dios. Si uno de los dos es agnóstico, "es una barrera".

Introduce un matiz: "No pasa nada si un hombre musulmán se casa con una mujer cristiana, pero al revés no se recomienda". En ese caso, "si él no practica, arrastrará a su mujer a hacer cosas en contra del islam, "estallarían los conflictos". Recuerda lo que le sucedió a una marroquí, que vivió varios años e incluso tuvo tres hijos con un hombre no musulmán. "La mujer se sentía mal por que no hacía las cosas por el camino correcto y un día le dijo que si no se convertía y se casaban... hasta luego; él se convirtió". Antonio menciona además el tema de los hijos. Si una pareja profesa diferentes creencias, "los hijos reciben esa desunión, viven una dualidad tremenda".

A lo largo de la conversación, mientras de fondo se oyen los juegos de Mohammed, Abdhakim y de los gemelos Abderraham y Abderrahim, Antonio empieza varias frases diciendo "Con Rahma he aprendido que...". El islam y su mujer salvaron la existencia de este mallorquín, al que se le llenan los ojos de lágrimas cuando habla de su esposa: "Antes estaba incompleto; Con ella he aprendido a mirarme en un espejo limpio".

Tenía razón Jiménez cuando decía que "hay de todo". Carolina Pajeo y Hamid Aaboubou son un ejemplo. Esta joven natural de Almería y su pareja, de origen marroquí, viven juntos en Sant Joan desde hace tres años, con los tres hijos de ella de su relación anterior. Conviven sin casarse y conservando cada uno su creencia. "Yo de momento no quiero casarme, ya me ha bastado con la primera vez", asegura Carolina rotunda. Es cristiana pero "poco practicante", reconoce, "yo creo que tengo mi Dios, Hamid dice que es el mismo, pero no, yo tengo él mío y él el suyo".

Hamid cumple los preceptos del islam y reza las cinco veces al día, hace el ramadán, no come cerdo. Carolina le respeta. "Lo entiende perfectamente, me hace comida árabe y compra la carne halal" asegura Hamid. "La compro en la tienda de los moros, le han hecho la bendición", explica ella, muy entendida ya.

Al principio esta joven llevaba mal que Hamid "fuera celoso, demasiado posesivo". Al principio, por ejemplo, se enfadaba si ella saludaba a sus amigos hasta que Carolina se plantó: "Si quieres una mora, te buscas una mora; esta es mi cultura", le dijo. Hamid se justifica: "Es mi primera relación, y he visto mucho amor que no era de verdad, tenía miedo". Pero Hamid entiende lo que dice ella. Ambos han aprendido "muchas cosas".

Parejas que se convierten en puntos de encuentro entre creencias y culturas, como Farouk y Victoria, Antonio y Rahma, y Carolina y Hamid, hay muchas, pero no todas se animan a hablar abiertamente de ello. Algunas lo hacen por salvaguardar su intimidad, otras por que temen que les miren mal. Jiménez apunta que esa "visión distorsionada" de los musulmanes también frena a algunos a convertirse por miedo al rechazo familiar.

El presidente de la Liga Musulmana insiste en apreciar una frase que de tan repetida ya suena hueca, pero que no por ello es menos cierta: "La multiculturalidad nos enriquece". Para él, estas parejas son "como un milagro"; son "algo complejo de lo que hay mucho que aprender".

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