El recinto presume de historia; sus muros han sido testigos de las contiendas entre cristianos y musulmanes, las batallas del Medievo y hasta la acometida de las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia
El Castillo de Belalcázar empezó a construirse hacia la segunda mitad del siglo XV, si bien en el mismo lugar ya hubo una fortaleza romana, continuada luego en época musulmana. Sirvió de residencia a los condes de Belalcázar, señores feudales del territorio. El origen del nombre actual de la localidad está en esta fortaleza, ya que proviene de la expresión «bello alcázar». Anteriormente, el municipio era conocido como Gaete o Gahete.
Al ubicarse en uno de los pasos fronterizos para llegar a la capital, este castillo ha sido testigo de contiendas entre cristianos y árabes, escaramuzas del Medievo y hasta la acometida francesa en la Guerra de la Independencia. Se encuentra bajo la Ley Genérica del Patrimonio Histórico-Artístico.
Durante la ocupación de las tropas de Francia fue utilizado como almacén y en sus muros aún hoy en día se pueden ver los restos de la artillería.
El castillo, de excelente cantería de granito, ofrece una disposición cuadrangular, con altos y robustos muros que aparecen jalonados por ocho torres prismáticas, en correspondencia con el centro cada uno de los flancos y las esquinas. Tanto los lienzos de muralla como las torres, se enriquecen en su coronamiento con una apretada línea de modillones que, obviamente, embellecen la imagen del conjunto, según aparece en el libro «Los castillos de Córdoba», de Mercedes Valverde Candil y Felipe Toledo Ortiz.
Si hay un elemento que destaca de esta fortaleza es, sin duda, su torre del homenaje, emplazada en el muro oriental con una altura de 47 metros, la más elevada de la Península. En sus dos primeros tercios ofrece una disposición cilíndrica al redondearse las esquinas, compensándose esa diferencia a través de unos elementos escalonados de figura piramidal. Según recoge la obra de Valverde y Toledo, el rasgo definitivo de este cuerpo alto son las garitas cilíndricas que, alternativamente, largas y cortas, se adosan a los costados y en las esquinas. Sus superficies se aprovechan para unos gigantescos escudos de los Sotomayor con bandas traqueadas.
Junto al castillo se levantó un palacio renacentista en 1539 con la supervisión de Hernán Ruiz I y ejecución de un maestro local. De este edificio ya solo quedan sus restos; no obstante, las galas platerescas de sus ventanas se pueden apreciar hoy día.
El pasado mes de noviembre, la imponente fortaleza reabrió sus puertas tras una potente inversión de la Junta de Andalucía para su consolidación. El castillo debe aún someterse a nuevas actuaciones de restauración y adecentamiento de los caminos, pero las obras de consolidación realizadas desde 2018 ya hacen posible visitar el contorno del recinto, con ocho torres y otras 27 de la antigua muralla defensiva.
La Junta de Andalucía compró el Castillo de los Sotomayor en el año 2008 a la familia Delgado, su anterior propietaria, por casi 1,9 millones de euros. Debido a su mal estado, realizó en breve plazo obras de consolidación para evitar derrumbes, una iniciativa que supuso un gasto de 250.000 euros. A partir de entonces fue cuando comenzó a anunciar esta restauración.
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