El presidente chino, Xi Jinping, inicia mañana una visita a Birmania (Myanmar) en un momento en el que Naipyidó se está echando en brazos de la superpotencia vecina frente a las condenas de numerosos países occidentales por su brutal represión contra la minoría rohinyá.
Durante su estancia de dos días, la primera de un mandatario chino en dos décadas, está previsto que ambos países firmen acuerdos vinculados al ambicioso megaproyecto chino de la Nueva Ruta de la Seda, entre ellos una zona económica especial y un corredor que uniría la costa oriental birmana con la provincia china de Yunnan.
El histórico viaje señala el regreso de Birmania a las relaciones de "pauk-phaw" (hermandad, en birmano) con el gigante asiático tras unos años en los que, después de casi medio siglo de dictadura militar, Naipyidó se embarcó en una transición democrática que la acercó a países occidentales como Estados Unidos o la Unión Europea (UE), que ahora parece estar en peligro.
El factor que ha empujado a Naipyidó a volver a acercarse a Pekín es la brutal operación del Ejército birmano contra los musulmanes rohinyás llevada a cabo en 2017 en el estado de Arakan, en la que miles de miembros de esta minoría fueron asesinados y más de 700.000 huyeron a Bangladés, donde permanecen en el complejo de campos de refugiados más grande del mundo.
La operación, que según investigadores de la ONU fue perpetrada "con intención genocida", ha suscitado críticas internacionales, cargos en tribunales internacionales y la imposición de sanciones por parte de la UE y Estados Unidos, mientras China ampara al Gobierno birmano.
UNA "HERMANDAD" PROBLEMÁTICA
Las relaciones entre Birmania y la República Popular China han sido siempre problemáticas, a pesar de ser uno de los primeros países en reconocer al régimen comunista de Mao Zedong en 1949.
Sin embargo, durante la dictadura del general Ne Win (1962-1988) el apoyo de China a la insurgencia del Partido Comunista de Birmania (PCB), que llegó a controlar grandes extensiones de territorio en las remotas zonas del norte, junto a la frontera china, sembró la desconfianza.
Eso comenzó a cambiar en 1988, cuando una revuelta popular consiguió derrocar a Ne Win, pero fue sustituido por una Junta militar que reprimió brutalmente las protestas mientras el PCB implosionaba y desaparecía de la escena.
La Junta militar trató de abrir el país a inversores extranjeros, pero sus graves violaciones de los derechos humanos hicieron que los países occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, impusieran duras sanciones contra el régimen.
Una de las mayores partidarias de las sanciones era la líder de la oposición prodemocrática, Aung San Suu Kyi, que se convirtió en un icono en Occidente y ganó el premio nobel de la paz en 1991.
En aquellas circunstancias, para mitigar el aislamiento internacional, la Junta recurrió a China, que defendía a Birmania ante el Consejo de Seguridad de la ONU y se convirtió en su socio más importante y principal proveedor de armamento.
A cambio de esta protección, China se dedicó a explotar los ricos recursos naturales birmanos, lo que aumentó el sentimiento antichino entre la población.
LA TRANSICIÓN
Cuando, en 2011, la Junta militar decidió finalmente dar paso a un sistema parlamentario, donde los militares conservan gran parte de poder, muchos analistas lo interpretaron como un acercamiento a Occidente y así evitar su excesiva dependencia con respecto a Pekín.
Una de las primeras decisiones del primer presidente civil, el exgeneral Thein Sein, fue la de suspender el proyecto de la megapresa de Myitsone, que una empresa china iba a construir en el norte de Birmania y cuya electricidad habría estado destinada en su práctica totalidad a la provincia china de Yunnan.
La decisión de Thein Sein causó consternación en Pekín, pero fue bien recibida por Estados Unidos, y las reformas democráticas emprendidas hicieron que Washington y la UE comenzaran a levantar las sanciones que habían impuesto a Birmania.
La transición democrática culminó con la victoria de Suu Kyi en las elecciones de noviembre 2015 y su nombramiento como líder de facto del país pocos meses después, lo que supuso el punto álgido de las relaciones entre Birmania y Occidente.
Pero tras la brutal operación de limpieza étnica llevada a cabo contra los rohinyá en 2017 y ante las críticas y presiones internacionales, le corresponde ahora a Suu Kyi, que antaño había criticado la excesiva dependencia del régimen militar con respecto a Pekín, recurrir de nuevo a la protección del poderoso vecino del norte, que esperará concesiones a cambio.
Mientras tanto, el resto de la comunidad internacional se enfrenta a un dilema de difícil solución: si se distancia de Birmania por la represión contra los rohinyá, el Gobierno se acercará aún más a China y, si no lo hace, corre el riesgo de parecer cómplice de esa represión. EFE
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