Tradujo 'El Corán' y 'Las mil y una noches'
La visión de una ilustración de una mujer con burka; o sobre la cultura babilónica. En cualquier caso, algo leído entre los 8 y los 16 años, cuando una bronquitis crónica le obligó a guardar cama y, claro, a hartarse de libros, en especial de Oriente, quizá para huir de la iconografía de la pequeña burguesía del campo de Tarragona de la que era originaria su familia. Sea como fuere, así nació la vocación de Joan Vernet i Ginés (Barcelona, 1923), el arabista más completo del siglo XX en España, que el pasado sábado falleció en Barcelona a los 87 años, según trascendió ayer.
"Su aspecto era tosco y huraño, pero era de las personas más cariñosas del mundo", recordaba ayer su alumno aventajado, el doctor Julio Samsó, aún sorprendido hoy de la voracidad intelectual omnívora de su maestro. "No era un arabista hispano típico; lo tocaba todo: desde la vida del profeta Mahoma
[del que escribiría una biografía] hasta la historia del Argelia del XIX". Pero también fue un auténtico sabio de la evolución de la ciencia medieval y renacentista, rama de la que crearía, en la Universidad de Barcelona (UB), un equipo de grandes investigadores.
El problema era doble: leía como un poseso y desde joven hizo mucha matemática, lo que provocó que hasta el último minuto del bachillerato no se decidiera por ciencias o letras. Fue lo segundo, pero no dejó de ir con asiduidad al Observatorio Fabra de Barcelona para mirar estrellas. La misma afición del que acabaría siendo su mentor, Josep Maria Millàs Vallicrosa, que casi de tanto creer en él le ahoga: a diferencia de sus colegas de curso, que traducían antologías de manual, como él ya las había hecho Millàs le pasaba diarios árabes. El resultado: tras licenciarse en 1946, seguiría su estela docente.
Vernet abría casi la UB, en la que sería catedrático de Lengua y literatura Árabes (1954 - 1987). Llegaba antes de las 7 de la mañana y no paraba (generando un respeto en las clases que se convertía, por rigor y sapiencia, en "miedo atroz") hasta las 11.30. Suficiente: marchaba a casa y a trabajar hasta las nueve de la noche, cuando se acostaba. En esa segunda jornada laboral, cargado de sus conocimientos de árabe y hebreo, empezó una labor que le llevó a escribir una treintena de libros y 300 artículos, entre ellos Literatura árabe y Historia de la ciencia española. Los más populares fueron su traducción de El Corán y de Las mil y una noches, solo posibles por su sistematismo, marcando en los márgenes la fecha en la que concluía su jornada de traslación.
Era el califa de la ficha. Cogía paquetes de 500 folios y se los hacía partir en octavillas, que ordenaba en cajas de zapatos. Así construyó el fichero de los apellidos árabes de la costa mediterránea entre Girona y Almería (menos grandes capitales) por el método de vaciar las guías telefónicas del litoral. Nada sorprendente comparado con su mecanismo de numerar correlativamente todos los folios que escribía, copias en papel carbón salidas de su máquina de escribir y que después encuadernaba. En sus ratos libres, desvelaba las fuentes armenias de Lope de Vega en El gran duque de Moscovia. Que en 1978 entrara en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas; en 1980, en el Institut d'Estudis Catalans o, en 1986, en la Royal Asiatic Society eran lógicos accidentes de su labor, que motearon la medalla Sarton (EE UU, 1991), la Koyré (Francia, 1995) o la Creu de Sant Jordi (2002), entre otros méritos.
Quizá porque su mujer era también arabista, entendieron en casa tanta dedicación a libros y discípulos, si bien ninguna de sus tres hijas le ha seguido. Su gran humanidad quedó constatada, amén de en títulos como Lo que Europa debe al Islam (1999), en una declaración de principios: "Soy monoteísta no adscrito". Apenas hablaba del terrorismo islámico, consciente de que hay tanto fundamentalismo ahí como en el mundo cristiano. La masacre de Oslo le ha dado de nuevo la razón.
Islam España es el portal del islam en lengua española , un proyecto de futuro para la convivencia,la cooperación y el diálogo.
"Su aspecto era tosco y huraño, pero era de las personas más cariñosas del mundo", recordaba ayer su alumno aventajado, el doctor Julio Samsó, aún sorprendido hoy de la voracidad intelectual omnívora de su maestro. "No era un arabista hispano típico; lo tocaba todo: desde la vida del profeta Mahoma
[del que escribiría una biografía] hasta la historia del Argelia del XIX". Pero también fue un auténtico sabio de la evolución de la ciencia medieval y renacentista, rama de la que crearía, en la Universidad de Barcelona (UB), un equipo de grandes investigadores.
El problema era doble: leía como un poseso y desde joven hizo mucha matemática, lo que provocó que hasta el último minuto del bachillerato no se decidiera por ciencias o letras. Fue lo segundo, pero no dejó de ir con asiduidad al Observatorio Fabra de Barcelona para mirar estrellas. La misma afición del que acabaría siendo su mentor, Josep Maria Millàs Vallicrosa, que casi de tanto creer en él le ahoga: a diferencia de sus colegas de curso, que traducían antologías de manual, como él ya las había hecho Millàs le pasaba diarios árabes. El resultado: tras licenciarse en 1946, seguiría su estela docente.
Vernet abría casi la UB, en la que sería catedrático de Lengua y literatura Árabes (1954 - 1987). Llegaba antes de las 7 de la mañana y no paraba (generando un respeto en las clases que se convertía, por rigor y sapiencia, en "miedo atroz") hasta las 11.30. Suficiente: marchaba a casa y a trabajar hasta las nueve de la noche, cuando se acostaba. En esa segunda jornada laboral, cargado de sus conocimientos de árabe y hebreo, empezó una labor que le llevó a escribir una treintena de libros y 300 artículos, entre ellos Literatura árabe y Historia de la ciencia española. Los más populares fueron su traducción de El Corán y de Las mil y una noches, solo posibles por su sistematismo, marcando en los márgenes la fecha en la que concluía su jornada de traslación.
Era el califa de la ficha. Cogía paquetes de 500 folios y se los hacía partir en octavillas, que ordenaba en cajas de zapatos. Así construyó el fichero de los apellidos árabes de la costa mediterránea entre Girona y Almería (menos grandes capitales) por el método de vaciar las guías telefónicas del litoral. Nada sorprendente comparado con su mecanismo de numerar correlativamente todos los folios que escribía, copias en papel carbón salidas de su máquina de escribir y que después encuadernaba. En sus ratos libres, desvelaba las fuentes armenias de Lope de Vega en El gran duque de Moscovia. Que en 1978 entrara en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas; en 1980, en el Institut d'Estudis Catalans o, en 1986, en la Royal Asiatic Society eran lógicos accidentes de su labor, que motearon la medalla Sarton (EE UU, 1991), la Koyré (Francia, 1995) o la Creu de Sant Jordi (2002), entre otros méritos.
Quizá porque su mujer era también arabista, entendieron en casa tanta dedicación a libros y discípulos, si bien ninguna de sus tres hijas le ha seguido. Su gran humanidad quedó constatada, amén de en títulos como Lo que Europa debe al Islam (1999), en una declaración de principios: "Soy monoteísta no adscrito". Apenas hablaba del terrorismo islámico, consciente de que hay tanto fundamentalismo ahí como en el mundo cristiano. La masacre de Oslo le ha dado de nuevo la razón.
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