Azoka de Durango 2018./Borja Agudo
La feria ofrece la cultura con energía y entusiasmo. Ese espíritu se reflejará en la variedad y calidad de las obras traducidas que podremos encontrar en ella a partir de hoy
Hace mucho, en la antigua Tudela, un día tres jóvenes simpatizaron y terminaron haciéndose amigos. Al despedirse, decidieron volver a encontrarse el siguiente día festivo a primera hora de la tarde en la plaza de la ciudad. Sin embargo, su decepción no pudo ser mayor porque cada uno de ellos regresó por su lado y esperó, esperó y terminó desesperándose ante la ausencia de los demás. Desconcertados, no acertaban a entender por qué sus amigos habían faltado a la cita. Unas semanas más tarde por fin supieron la razón del desplante y consiguieron tranquilizarse: Alí, que era musulmán, había acudido el viernes; Miriam, que era judía, se presentó el sábado; y, Joanes, el cristiano, había aparecido el domingo. Así era imposible que volvieran a reunirse. Pero el desengaño tuvo su recompensa ya que tomaron una decisión acertada: determinaron que, a partir de entonces, celebrarían cada uno su fiesta y la de los otros dos. «De esa forma se acabó el problema: desde ese día, cobró fama en todo el mundo la muy noble ciudad de Tudela, en la que el fin de semana duraba tres días».
Las palabras con las que termina el cuento 'Adarbakoitzaren oinatza' de Xabier Urzante suelen servirme para reivindicar el espíritu de la convivencia y de la hospitalidad en contraposición con el de la muralla, la ignorancia, el miedo… El cuento, desde su aparente simplicidad, es un canto a la tolerancia, demuestra un interés por las personas que nos rodean y viene a proclamar precisamente el espíritu de la traducción. Lo volví a contar la semana pasada en un cursillo atípico destinado a alumnos de Primaria en el que participé junto al traductor Fernando Rey (gracias a la colaboración entre la asociación de traductores Eizie y el Ayuntamiento de Errenteria). Allí conocí a Namuuna, un niño de origen mongol; o a Medhanit, una niña de origen etíope; o a Rui Hao Sun, un chaval que apenas balbucía en euskara y castellano. Es cierto que los niños son como el papel de seda y que todo lo que pasa sobre ellos deja huella, porque saltaba a la vista que las sesiones servían para festejar las lenguas y la diversidad: solo había que ver sus caras y la absoluta unanimidad con la que respaldaron el fin de semana de tres días.
Aprecio un propósito semejante en la Azoka de Durango por su afán de ofrecer la cultura con energía y entusiasmo, en lugar de la solemnidad y los achaques con los que frecuentemente se la asocia. Y estoy convencido de que ese espíritu se refleja en la variedad y calidad de las obras traducidas que podremos encontrar este año: Ryszard Kapuściński, Alice Munro, Eva Illouz, Nanni Balestrini, Ngugi wa Thiong'o, Ingerborg Bachmann o la nueva colección Sherlock Holmes irudiduna que ofrecerá obras ilustradas de Conan Doyle. Afirma Joseba Sarrionandia que pocas veces se citan los nombres de los traductores y señala que el traductor es el más secreto de los escritores. Es cierto que estos trabajos pueden pasar un tanto desapercibidos entre tantas creaciones originales, pero, como confirma Anjel Lertxundi, todas estas obras vienen a conformar la literatura vasca actual y nos enriquecen con el cromatismo de sus voces. Este año, además, intuyo que su ensayo sobre la traducción 'Itzuliz usu begiak' será una obra imprescindible para los que le seguimos de cerca.
En Durango me sentiré como los niños de la antigua Tudela, o como si deambulara por Bagdad o Toledo, grandes focos culturales de la Edad Media y sede, además, de sendas escuelas de traductores. Recuerda Alain de Libera que en Toledo no se reparaba en el origen del autor para ponerse a traducir su obra. A modo de ejemplo, cuenta que la obra del médico y filósofo Avicena fue traducida del árabe al latín de una forma particular: el judío Ibn Daud traducía en voz alta del árabe al castellano, mientras que el cristiano Dominicus Gondisalvi lo plasmaba simultáneamente en latín. La transmisión de esta gran obra filosófica le sugiere esta reflexión: «Bagdag y Toledo son dos lecciones porque una sociedad que deja de traducir es una sociedad destinada a la muerte. Eso es precisamente lo que sucederá en el mundo musulmán en la época de Toledo: se deja de traducir, ya no se interesan por el saber de los otros y, de repente, la convivencia desaparece».
En Durango me gustaría encontrarme con alguno de los niños que participaron en el cursillo de traducción. Quizá Namuuna, o Medhanit, o Rui Hao Sun. Tal vez alguno de ellos nos enriquezca más adelante con sus traducciones; incluso con sus creaciones, como es el caso de la escritora de origen marroquí Najat El Hachmi, que escribe en catalán y que llegó a recibir el premio de las Letras Catalanas Ramon LLull por su obra 'L'ultim patriarca' (Azken patriarka, Txalaparta). Por último, también es posible que en Durango recuerde y comente con mis amigos un aviso que me sorprendió en una cafetería durante una breve visita que, durante el cursillo de traducción, hice en Hondarribia. La nota acompañaba a los periódicos que colgaban de una barra metálica: «Las personas que lleven más de veinte minutos con el periódico deberán contar las noticias en voz alta». La feria del libro sin duda tendrá su espacio en las páginas de nuestros diarios -y quizá, si alguien rebasa su tiempo, en la boca de algún lector hondarribitarra-, pero es significativo que no tenga repercusión en los medios de comunicación estatales. Es el indicio de una falta de interés por las personas, por sus lenguas, por la diversidad.
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