Mansour Al Nagor espera recibir las ayudas que el gobierno central prometió para los refugiados. Foto: JMB.
El Ayuntamiento ha escolarizado a los niños y Cáritas y un grupo de vecinos les aportan alimentos y una casa para vivir
Llegó a El Vendrell en septiembre de 2014 con su esposa Samia Heek y sus siete hijos, que ahora tienen entre 18 y 4 años. Atrás quedaron sus vidas en Daraa, la ciudad siria en la frontera de Jordania de donde es Mansour Al Nagor y donde en 2011 comenzó la guerra cuando el ejército detuvo a unos estudiantes por pintar símbolos de paz en el colegio. La protesta para pedir su liberación encendió la mecha en toda la zona.
La guerra comenzó a expulsar a los sirios de su país. Mansour y su familia recalaron en un primer momento en Jordania, pensando que regresarían en poco tiempo. Pero no fue posible. Ni iba a serlo. «Pensamos en Europa. Era la gran esperanza y vinimos». Dejaron todo atrás y cogieron el avión «a la esperanza».
‘Veníamos con esperanza’
«Veníamos con ilusiones», explica Mansour, de 54 años. Pero las esperanzas se agotan. En 17 meses la familia no ha recibido una sola ayuda del gobierno central ni de Accem, una ONG que gestiona la atención a quienes llegan al país y en cuya página web puede leerse ‘creando esperanza para los refugiados’.
La familia siria reside desde su llegada en una casa en Barcelona prestada por un vecino de esa ciudad . El Ayuntamiento y la Generalitat facilitaron el empadronamiento y la escolarización de los niños, que también tienen becas comedor. Cáritas colabora con alimentos y ropa. Pero por su parte el gobierno central ha evitado cualquier ayuda con fríos y burocráticos argumentos.
La familia siria llegó a El Vendrell porque un vecino que viajó al país en 2007 como turista tuvo a Mansour de guía y mantuvo el contacto. Al saber de la huida de Siria de toda la familia no dudó en ofrecerles una casa. Nada más llegar a El Vendrell solicitaron la ayuda de la que el gobierno central se vanagloria, pero la respuesta no llegaba.
Integrados
Más de cinco meses después, cuando los hijos del matrimonio de Mansour y de Samia Heek, de 38 años, ya estaban escolarizados y los chavales tenían un círculo de amistades que ayudaban al arraigo, recibieron como respuesta de Accem que tenían plaza en el Centro de Acogida al Refugiado (CAR) de Sevilla. Y el aviso de que si la rechazaban perderían el derecho a cualquier ayuda.
Los intentos de hacer comprender que los niños estaban escolarizados, que tenían un círculo social creado y que las oenegés e instituciones destacan la necesidad de facilitar la integración de los refugiados, fueron totalmente infructuosos.
«Pedimos que se aplazase la posibilidad de ir a Sevilla, al menos hasta acabar el presente curso escolar», explica Esteban Baigorri, el vecino de El Vendrell que acogió a la familia siria en su casa. Pero la respuesta volvió a ser la misma. Si se rechazaba acudir al CAR de Sevilla no habría ayudas.
Resistir
La familia se resiste a la negativa. No han firmado ninguna renuncia ni se oponen a trasladarse a la capital andaluza. Pidieron un aplazamiento del que no han recibido respuesta. Mientras, pasan los días y unas noches muy largas. Ahora la familia ha solicitado el reconocimiento de asilo subsidiario que le permitiría el reconocimiento de todos los derechos. Mansour Al Nagor también espera que cuando lleguen a España los refugiados sirios que el gobierno se ha comprometido a acoger, sus conocimientos de castellano y como traductor le permitan tener un trabajo.
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