sábado, 22 de agosto de 2009

Un concepto español de islam

Paris, 22-08-09,abc.es,JEAN-PIERRE FILIU

Opinión

A un observador francés no le queda más remedio que sentirse impresionado por la relación serena y positiva de España con Europa. No se trata sólo de comparar el 77% del sí al referéndum constitucional en España con el 55% del no en Francia, sino de la forma en que Madrid y las autonomías utilizan con método y pertinencia las oportunidades que brinda Bruselas, situando allí a sus responsables y promoviendo sus proyectos. Muy lejos del espejismo post gaullista de una potencia francesa amplificada por Europa, España juega con modestia el juego de la Unión, sin perder nunca de vista sus intereses nacionales. Sería larga la lista de asuntos que han manejado con éxito los sucesivos Gobiernos españoles, más propensos a construir consensos que relaciones de fuerza.

A este respecto, el devenir del proceso euromediterráneo es ejemplar. Éste es en nuestro espacio marítimo común lo que la democracia es en el campo político: la peor de las fórmulas... si excluimos todas las demás. Por esta razón, las críticas virulentas a la dinámica iniciada en Barcelona en 1995 no han conseguido darle carpetazo sino que, por el contrario, han llegado a reactivarla con una misión renovada. La Unión para el Mediterráneo, establecida ahora en la capital catalana, pretende ser una estructura tan original como ambiciosa, en la que los gobernantes del norte y del sur se reúnan en igualdad de condiciones, al tiempo que se insta al sector privado a colaborar con los administradores de los fondos públicos.
Pero el horizonte político sigue estando oscurecido por el trágico callejón sin salida en que se encuentran palestinos e israelíes, y la Presidencia española de la Unión Europea deberá encontrar en el primer semestre de 2010 las vías y los medios para liberar de esta hipoteca al proyecto euromediterráneo, sin subordinarlo por ello a la ecuación de Oriente Próximo.

En este sentido, Madrid saldría ganando si busca la contribución de los Estados del Golfo, cuya ayuda financiera daría una nueva dimensión a las iniciativas de desarrollo euromediterráneo. Pero la asociación entre la Unión Europea y el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) sigue sin estar hilvanada, mientras que, independientemente de los fondos soberanos o del maná del petróleo, Arabia Saudí, Qatar y Emiratos Árabes Unidos ya son actores principales en el escenario palestino o libanés. Kuwait ocupará la Presidencia del CCG durante la Presidencia española de la UE. Y el Foro Eurogolfo, que se celebrará en Kuwait en febrero de 2010, podría constituir una ocasión privilegiada para consolidar la diplomacia española.
Más allá de la lógica institucional, España es también la impulsora de un concepto determinado de islam que no se conoce suficientemente fuera de sus fronteras. Barack Obama, en su discurso en El Cairo el pasado 4 de junio, se vanagloriaba de la situación creada en los Estados Unidos para los casi siete millones de musulmanes.

Su proporción es comparable en la población española, en la que la inmigración marroquí, inicialmente dominante, cede su lugar a otros componentes africanos o asiáticos, mientras que la generación joven, nacida y criada en España, posee la nacionalidad española. Este islam, a la vez más diverso y mejor integrado, está reconocido desde 1992 como una de las religiones constitutivas de España, es decir, mucho antes de que los demás Estados europeos hubieran concedido un estatus jurídico al culto musulmán.

Así, Madrid ha promovido una vía distinta del multiculturalismo británico o del «republicanismo» a la francesa. Esta original opción ha permitido sin duda amortiguar el impacto de los atentados del 11 de marzo de 2004, cuando España dio una formidable lección al mundo al negarse a caer en la trampa terrorista de una escalada de la violencia racista. Este islam, cada vez más español, representa una oportunidad excepcional de proyección y enriquecimiento para este país, ya que se dirige con determinación hacia el futuro, y no hacia un mítico pasado andaluz.
Esta necesidad de España, que se manifiesta tanto en Europa como en el Mediterráneo o en el mundo musulmán, abre oportunidades, pero genera expectativas y, en consecuencia, obligaciones fuera del espacio hispánico.

La lúcida coherencia de la diplomacia española en lo que se refiere a compromiso multilateral le garantiza un amplio crédito. Pero la clave del poder blando, esa influencia tan inmaterial como inestimable, no reside en lo interestatal, sino que emana del dinamismo de una sociedad segura y orgullosa de sí misma. Y a este respecto España, incluso en esta época de crisis, tiene recursos para dar y tomar.

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