Una familia musulmana comparte sus experiencias tras el primer día de abstinencia en el mes de ramadán
Al anochecer, la familia se reúne para romper el ayuno. Han sido casi 14 horas sin beber, ni comer absolutamente nada en este primer día de ramadán. El momento es casi mágico. Un vaso de agua es lo primero que Juan Peralta se lleva a la boca. Como cabeza de familia repite lo que haría el imán en la mezquita. Tras una primera llamada al rezo, su mujer, Sara Aneidos, inicia también su primer trago de líquido bajo la atenta mirada de su hija Maryam, de cinco años. "Es lo que más necesitaba", comenta.
La noche del viernes, cuando comenzó a verse el creciente lunar, comenzó el mes de la abstinencia para la comunidad musulmana de Balears. Pero lo que mucha gente no conoce es que este periodo dedicado a la devoción y a la solidaridad en el que todos los adultos, desde la pubertad, deben privarse de comer, beber, fumar y mantener relaciones sexuales durante el día guarda un fuerte arraigo en el núcleo familiar.
En la mesa, preparada con un menú de frutas y dulces, no pueden faltar los dátiles.
"Los compartimos todas las comunidades musulmanas. Se recomiendan expresamente porque contienen muchos nutrientes", explica Juan antes de acometer la súplica con la que definitivamente se da por concluido el ayuno: "Se ha ido la sed, las venas se han humedecido y la recompensa ha sido obtenida, si Dios (así) lo permite", un rezo que su mujer repite en silencio y al que acompaña con sus buenos deseos para todo el año. La comida se come poco a poco, sin prisa. "Apenas tengo hambre", comenta Sara. "Luego el cuerpo se acostumbra y pide más". Tras el Maghrib, uno de los cinco rezos obligatorios, continúa la cena.
Aunque las mujeres de la casa este año están dispensadas –porque los niños y las embarazas, junto a los enfermos y ancianos, son las excepciones del ramadán–, Sara ha optado por comenzar la abstinencia. "Mientras no me maree seguiré", dice sobre su gestación. Para ella es una opción voluntaria que puede dejar cuando quiera, aunque cuando lo haga tendrá que recuperar días de ayuno durante el año. "Aquí no se libra nadie", indica Juan.
En cambio, con la niña será diferente, todavía le queda mucho. "Cuando cumpla ocho o nueve años la dejaremos, pero solo si ella quiere de forma libre", aclara su padre mientras ella devora un trozo de pastel de chocolate. Durante la cena, Juan aclara que el ayuno es rígido pero también flexible, cuenta con dispensas para enfermos que permiten pagar alimentos para pobres por tanto días de ayuno que no se hayan realizado. Aunque, eso sí, si se rompe el ayuno, conscientemente y sin disculpa, el precepto lo deja claro: dos meses de abstinencia o alimentar a 60 pobres.
Tras este desayuno nocturno, se preparan para el último rezo colectivo, a las 22,12 horas, que se realizará en la mezquita de Pere Garau, de la Juan es el responsable. Estos días el templo está más concurrido que nunca. "Las horas se pasan entre rezos y la lectura del Corán", resume. Durante estos treinta días cada fiel debe leerse al menos una vez el libro sagrado. "Hay quien lo hace una vez por semana", anota.Tras rezar la Isha comenzará la auténtica cena.
"He preparado un poco de sopa, ensalada y pescado. Nada especial", apostilla Sara. El menú varía en cada colectivo, pero ellos continúan con su vida lo más normal posible. En los países musulmanes cambia el ritmo de vida, algo que no pasa aquí donde los fieles deben seguir trabajando con horario occidental. No obstante, Juan asegura que el hambre no les desgasta. "Es un mes bendito y Dios no da la fuerza. Si ahora hacemos un mayor esfuerzo, la recompensa será mayor", subraya.
Justo antes de que comience el ayuno, a las 5.24 horas, realizarán el último almuerzo. "Hacemos las tres comidas, solo sustituimos el día por noche", aprecia Juan. "Romper el hábito educa el cuerpo y el alma. Es un autocontrol, un sacrificio que te permite valorar todo mucho más".
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