domingo, 10 de febrero de 2008

Damasco, a las puertas del Paraíso

Damasco,10-02-2008,EFE/JOSE ROLDAN COBANO,

La Ciudad Vieja de Damasco fue declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en el año 1979. Esta urbe se precia de ser la ciudad habitada de forma continuada más antigua del mundo, ya que existen indicios de su existencia desde el tercer milenio antes de Cristo.

A lo largo de la abultada historia de la capital de Siria, fueron muchos los personajes legendarios que tuvieron relación con ella, tales como Alejandro Magno, el rey David, Nabucodonosor, Saladino o Adriano, sólo por mencionar algunos.

Levantada a orillas del río Barada, Damasco ha sido considerada una de las ciudades más bellas de la tierra a lo largo de la historia, hasta tal punto que, según la leyenda, cuando Mahoma la contempló desde una colina, rehusó entrar en ella, al considerar que al paraíso sólo se accedía en el momento de la muerte.

La relación de Damasco con el paraíso también se encuentra en la Biblia, ya que, según la tradición, el río Barada aportó el barro con el que Dios hizo a Adán.

Por desgracia, y por culpa del desmesurado crecimiento demográfico, Damasco en la actualidad ha dejado de ser el vergel que históricamente fue, si bien desde la atalaya de sus 6,000 años de historia.

Damasco continúa siendo una de las ciudades más acogedoras del mundo, elevando a su más alta expresión la ancestral hospitalidad árabe.

Además, lejos de presupuestos excluyentes y plan- teamientos restrictivos, más propios de lugares con escasa historia, la ciudad de Damasco es un modelo de tolerancia, en la que conviven todas las razas y todas las confesiones religiosas en armonía. Nada mejor para comprender el origen de esas razas y religiones que visitar el Museo Nacional, en el que se exhiben muestras soberbias que ponen de manifiesto el glorioso pasado de Damasco.

Emociona la sala dedicada a Ugarit, donde se exhibe el alfabeto ugarítico, considerado el precursor del griego y del latín, es decir, la base de toda nuestra cultura.

Extraordinarias las salas dedicadas a Ebla, a Mari, a Dura Europus, o a tantas y tantas legendarias civilizaciones que pasaron por aquí, ya que prácticamente todos los grandes imperios dejaron alguna huella en estas tierras.

No obstante, las muestras más genuinas del Damasco tradicional no las hallamos en el Museo, sino en la Ciudad Vieja, un recinto amurallado, en el que se hallan los principales zocos de la ciudad y la Mezquita de los Omeya, el gran atractivo monumental de la vieja Damasco.

Enclavada en el corazón de la Ciudad Vieja, la Mezquita de los Omeya ocupa el lugar que antes ocupara un templo arameo del siglo IX a.C. que posteriormente fue transformado para dedicarlo a Júpiter y, más tarde aún, en una iglesia dedicada a San Juan Bautista.

En el siglo VII, bajo la dinastía de los Omeya, Damasco se convierte en la capital del mundo islámico, por lo que se emprende la construcción de un templo en consonancia con tal protagonismo. Así se construye una de las mezquitas más fastuosas del mundo, que ocupa el tercer lugar en los lugares sagrados del Islam, tras La Meca y Medina.

La mezquita se compone de dos partes bien diferenciadas, el patio y el oratorio. El patio, pavimentado en su totalidad con mármol blanco, presenta un cuerpo superior de galerías cubierto en sus orígenes totalmente de mosaicos bizantinos de tonos dorados, desaparecidos en la actualidad la mayor parte de los mismos a consecuencia de los múltiples avatares sufridos a lo largo de los siglos.

En la parte central del patio se encuentra una hermosa fuente de las abluciones y dos cúpulas, la de los relojes y la del tesoro. Desde el patio puede apreciarse la estilización de los tres minaretes con que cuenta la mezquita, desde los cuales los almuédanos convocan a los fieles a la oración. El oratorio está dividido en tres naves, y en el centro destaca el crucero, coronado por la cúpula del Aguila.

Junto a ésta se encuentra el sepulcro de San Juan Bautista, donde la tradición asegura que reposa la cabeza del santo, aunque no es el único lugar que la reivindica.

En el interior de la mezquita los fieles rezan, leen los libros sagrados, conversan o hacen vida contemplativa. En una pequeña estancia adosada al patio se encuentra el sepulcro de Hussein, hijo de Alí y nieto de Mahoma, figura central del chiísmo, muerto en Kerbala (Irak).

En las calles que rodean a la mezquita el tiempo parece haberse detenido, ya que los artesanos y los comerciantes continúan realizando sus actividades al ritmo que lo hacían sus antepasados.

En los zocos, donde todo se compra y todo se vende, hay unanimidad en cuanto al tiempo; es una parte tan importante de la vida, que han acordado no convertirlo en mercancía, lo que explica que Damasco aún se mantenga tan cerca del Paraíso.•

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