Cartagena, 22 de septiembre de 2007, el faro de Cartagena, Opinión: Santiago Delgado
Arnold Toynbee fue un filósofo de la Historia, que decía que las civilizaciones se extinguen por colapso, tras final en el que intervienen dos fuerzas: una interior, de tipo psicológico, moral o religioso, y otro de tipo externo, violento, los siempre llamados bárbaros. Ejemplificaba con el Imperio Romano, al que sofocaron, desde dentro los cristianos, con su moral superior, en teoría, y desde fuera los pueblos germánicos.
Ambos hicieron tenaza, y acabaron con la era romana. Historia pura. Los mismos romanos, sumidos en decadencia, habían abandonado la disciplina ciudadana, el orgullo de su ley y la confianza en su ejército. Caídos en una moral individualista, sin ninguna visión colectiva, sucumbieron. Perdieron su orgullo pagano, y vieron disgregarse la unidad del Imperio.
En Occidente parecemos estar en un periodo similar. Hay un proletariado interno de moral rígida de intensidad considerable, fuertemente unido: el Islam occidental. Y hay una fuerza externa, que es, en este caso, concomitante con el proletariado interno: el Islam amenazante de Irán y Al Qaeda, a los que, en caso de confrontación masiva se unirían muchos más. Nadie puede negar la decadencia de Occidente. El individualismo, otra vez, se apodera de las mentes. Los ejércitos, al igual que en la Roma del Bajo Imperio, se nutren de profesionales que no defienden su patria: hispanos inmigrantes en USA, sudamericanos que se alistan en las filas del ejército español, una vez suprimida la inútil, militarmente hablando, Mili.
Tengo la sensación de vivir ya en el siglo del colapso de la Civilización Occidental, la que más defendió al ser humano, la que más alto llegó en el conocimiento, puro y práctico, la que venció al hambre y a la miseria. La que liberó a la mujer. No es inmediato este colapso, pero llegará. La caída de valores comunitarios y de esfuerzo, el descreimiento de la autodefensa como práctica legítima, y la creencia sin fundamento de que cualquier religión es transitoria frente al laicismo progresista, practicado por más o menos la mitad de toda la población, hace que las constantes del esquema romano se repitan.
No creo que se pueda reaccionar. La Ilustración no posee las claves de la eternidad. A la noche medieval siguió el alba renacentista, después vino la mañana de las Luces, más tarde la tarde positivista, y ahora estamos en el atardecer postmoderno. Pronto llegará la noche del sueño de la libertad y el conocimiento. Nadie va a rearmar a una población sin espíritu colectivo, que ha integrado el virus suicida de la tolerancia con el intolerante.
Ahora, los arqueólogos se pasman al saber los secretos astronómicos que conocían los mayas, por ejemplo. Civilizaciones vendrán que canten las glorias en derechos humanos que Occidente consiguió. Al lado de eso, todo logro tecnológico quedará enano en cuanto a valía verdadera. Y acaso también, a la manera en que el sándalo perfuma la espada que lo hiende, según la metáfora borgiana, algo de nosotros quede en quienes nos sustituyan. Vale.
Islam España es el portal del islam en lengua española , un proyecto de futuro para la convivencia,la cooperación y el diálogo.
Arnold Toynbee fue un filósofo de la Historia, que decía que las civilizaciones se extinguen por colapso, tras final en el que intervienen dos fuerzas: una interior, de tipo psicológico, moral o religioso, y otro de tipo externo, violento, los siempre llamados bárbaros. Ejemplificaba con el Imperio Romano, al que sofocaron, desde dentro los cristianos, con su moral superior, en teoría, y desde fuera los pueblos germánicos.
Ambos hicieron tenaza, y acabaron con la era romana. Historia pura. Los mismos romanos, sumidos en decadencia, habían abandonado la disciplina ciudadana, el orgullo de su ley y la confianza en su ejército. Caídos en una moral individualista, sin ninguna visión colectiva, sucumbieron. Perdieron su orgullo pagano, y vieron disgregarse la unidad del Imperio.
En Occidente parecemos estar en un periodo similar. Hay un proletariado interno de moral rígida de intensidad considerable, fuertemente unido: el Islam occidental. Y hay una fuerza externa, que es, en este caso, concomitante con el proletariado interno: el Islam amenazante de Irán y Al Qaeda, a los que, en caso de confrontación masiva se unirían muchos más. Nadie puede negar la decadencia de Occidente. El individualismo, otra vez, se apodera de las mentes. Los ejércitos, al igual que en la Roma del Bajo Imperio, se nutren de profesionales que no defienden su patria: hispanos inmigrantes en USA, sudamericanos que se alistan en las filas del ejército español, una vez suprimida la inútil, militarmente hablando, Mili.
Tengo la sensación de vivir ya en el siglo del colapso de la Civilización Occidental, la que más defendió al ser humano, la que más alto llegó en el conocimiento, puro y práctico, la que venció al hambre y a la miseria. La que liberó a la mujer. No es inmediato este colapso, pero llegará. La caída de valores comunitarios y de esfuerzo, el descreimiento de la autodefensa como práctica legítima, y la creencia sin fundamento de que cualquier religión es transitoria frente al laicismo progresista, practicado por más o menos la mitad de toda la población, hace que las constantes del esquema romano se repitan.
No creo que se pueda reaccionar. La Ilustración no posee las claves de la eternidad. A la noche medieval siguió el alba renacentista, después vino la mañana de las Luces, más tarde la tarde positivista, y ahora estamos en el atardecer postmoderno. Pronto llegará la noche del sueño de la libertad y el conocimiento. Nadie va a rearmar a una población sin espíritu colectivo, que ha integrado el virus suicida de la tolerancia con el intolerante.
Ahora, los arqueólogos se pasman al saber los secretos astronómicos que conocían los mayas, por ejemplo. Civilizaciones vendrán que canten las glorias en derechos humanos que Occidente consiguió. Al lado de eso, todo logro tecnológico quedará enano en cuanto a valía verdadera. Y acaso también, a la manera en que el sándalo perfuma la espada que lo hiende, según la metáfora borgiana, algo de nosotros quede en quienes nos sustituyan. Vale.
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