Domingo, 27 de Mayo de 2007,ALFREDO ASENSI, Granadahoy.com
A finales de los años 80, Antonio Muñoz Molina recibió el encargo de escribir un libro sobre una ciudad que conocía poco y sobre un tiempo de mil años atrás. Fue el editor Rafael Borrás quien le propuso participar en la colección de la editorial Planeta Ciudades en la Historia con una obra sobre Córdoba.
"Era una colección bien ideada, sin duda por el mismo Rafael, de libros que habrían de ser muy bien editados e ilustrados y en los que un autor de algún modo vinculado con una ciudad habría de hacer una evocación personal de la misma en su periodo de mayor relevancia", escribe Muñoz Molina.
"En ese tiempo -añade- yo vivía en Granada. Lo más normal habría sido que Rafael, al invitarme a participar en esta colección, me propusiera un libro sobre Granada. Pero en lugar de eso me pidió que escribiera sobre Córdoba en el periodo omeya, y a mí al principio la idea me chocó, incluso me resistí a aceptarla. Pero Borrás, hombre de voz tenue y modales suaves, era también muy terminante, y se empeñó en Córdoba y en los omeyas por razones que no llegó a explicarme".
El resultado fue el ensayo Córdoba de los Omeyas, publicado en 1990 y que acaba de ser reeditado por la Fundación José Manuel Lara, previa revisión del texto por parte del escritor de Úbeda y enriquecido con un centenar de ilustraciones a color, en su colección Ciudades andaluzas en la Historia.
Muñoz Molina confiesa que aceptar el encargo fue lanzarse al vacío. Córdoba era para él una ciudad querida "pero poco familiar", y como escritor admite que se encontraba en un momento difuso después de tres novelas consecutivas (Beatus Ille, El invierno en Lisboa y Beltenebros), un periodo de búsqueda de nuevos caminos impulsada por el sentimiento de que había llegado al final de una etapa en su trayectoria. "Lo bueno de un encargo inesperado -explica en la nota introductoria a esta nueva edición- es que lo saca a uno a la fuerza de su propio mundo, lo obliga a desprenderse de sus rutinas más queridas, es decir, las más peligrosas".
Escribir Córdoba de los Omeyas, asevera, supuso un desafío que tuvo "efectos muy saludables" para su imaginación; le abrió las puertas de la "ruptura estética" que estaba buscando y preparó su sensibilidad para nuevos empeños, el primero de los cuales fue, sin ir más lejos, El jinete polaco, premio Planeta y una de sus obras más reconocidas.
En Córdoba de los Omeyas, Muñoz Molina recorre la historia de ciudad desde el siglo VIII hasta el XI a través de nueve capítulos que se inician en Hombres venidos de la tierra o del cielo con el inicio de la conquista islámica de la península. En El príncipe fugitivo relata la odisea de Abd al-Rahman ibn Muawiya, príncipe del linaje omeya que huyó de Siria tras el exterminio de su familia a manos de los abbasíes y que acabaría pasando a la Historia como el emir Abderramán I. "Abd al-Rahman es un Simbad clandestino -escribe Muñoz Molina-, un Ulises que deberá inventarse una patria simétrica porque la suya le fue prohibida para siempre. Vive sin sosiego y peregrina escondiéndose por los territorios del Islam sin más compañía que la de su liberto Badr".
El 15 de mayo de 756 entra con su ejército en Córdoba, en cuya mezquita mayor recibe su consagración como emir y las gentes de la ciudad le juran obediencia. Sus vocaciones eran la aventura, la poesía y la guerra.
En La ciudad laberinto el autor de Sefarad asegura que la Córdoba de los omeyas "es un laberinto de callejones y columnas y palacios cerrados y también de rostros y de idiomas, una ciudad mestiza donde los cristianos y los judíos hablan y escriben en árabe aunque sigan conservando du lengua y donde nadie, ni siquiera los más altivos aristócratas que remontan su linaje a las tribus primitivas, puede alardear de una improbable limpieza de sangre".
Dedica capítulos a Ziryab y Eulogio de Córdoba (El músico de Bagdad y el teólogo furioso) y la Mezquita (El bosque de los símbolos) antes de situar su foco de evocación lírica y mítico-histórica sobre gran fase de esplendor de la Córdoba omeya, protagonizada por Abderramán III, primer califa de Al-Ándalus, y Alhakén II, el "el señor de los libros", dueño de una biblioteca que ha sido comparada con la de Alejandría. El tirano Almanzor y la aparatosa desintegración del Califato (el "réquiem de Córdoba") centran los últimos apartados de la obra.
A finales de los años 80, Antonio Muñoz Molina recibió el encargo de escribir un libro sobre una ciudad que conocía poco y sobre un tiempo de mil años atrás. Fue el editor Rafael Borrás quien le propuso participar en la colección de la editorial Planeta Ciudades en la Historia con una obra sobre Córdoba.
"Era una colección bien ideada, sin duda por el mismo Rafael, de libros que habrían de ser muy bien editados e ilustrados y en los que un autor de algún modo vinculado con una ciudad habría de hacer una evocación personal de la misma en su periodo de mayor relevancia", escribe Muñoz Molina.
"En ese tiempo -añade- yo vivía en Granada. Lo más normal habría sido que Rafael, al invitarme a participar en esta colección, me propusiera un libro sobre Granada. Pero en lugar de eso me pidió que escribiera sobre Córdoba en el periodo omeya, y a mí al principio la idea me chocó, incluso me resistí a aceptarla. Pero Borrás, hombre de voz tenue y modales suaves, era también muy terminante, y se empeñó en Córdoba y en los omeyas por razones que no llegó a explicarme".
El resultado fue el ensayo Córdoba de los Omeyas, publicado en 1990 y que acaba de ser reeditado por la Fundación José Manuel Lara, previa revisión del texto por parte del escritor de Úbeda y enriquecido con un centenar de ilustraciones a color, en su colección Ciudades andaluzas en la Historia.
Muñoz Molina confiesa que aceptar el encargo fue lanzarse al vacío. Córdoba era para él una ciudad querida "pero poco familiar", y como escritor admite que se encontraba en un momento difuso después de tres novelas consecutivas (Beatus Ille, El invierno en Lisboa y Beltenebros), un periodo de búsqueda de nuevos caminos impulsada por el sentimiento de que había llegado al final de una etapa en su trayectoria. "Lo bueno de un encargo inesperado -explica en la nota introductoria a esta nueva edición- es que lo saca a uno a la fuerza de su propio mundo, lo obliga a desprenderse de sus rutinas más queridas, es decir, las más peligrosas".
Escribir Córdoba de los Omeyas, asevera, supuso un desafío que tuvo "efectos muy saludables" para su imaginación; le abrió las puertas de la "ruptura estética" que estaba buscando y preparó su sensibilidad para nuevos empeños, el primero de los cuales fue, sin ir más lejos, El jinete polaco, premio Planeta y una de sus obras más reconocidas.
En Córdoba de los Omeyas, Muñoz Molina recorre la historia de ciudad desde el siglo VIII hasta el XI a través de nueve capítulos que se inician en Hombres venidos de la tierra o del cielo con el inicio de la conquista islámica de la península. En El príncipe fugitivo relata la odisea de Abd al-Rahman ibn Muawiya, príncipe del linaje omeya que huyó de Siria tras el exterminio de su familia a manos de los abbasíes y que acabaría pasando a la Historia como el emir Abderramán I. "Abd al-Rahman es un Simbad clandestino -escribe Muñoz Molina-, un Ulises que deberá inventarse una patria simétrica porque la suya le fue prohibida para siempre. Vive sin sosiego y peregrina escondiéndose por los territorios del Islam sin más compañía que la de su liberto Badr".
El 15 de mayo de 756 entra con su ejército en Córdoba, en cuya mezquita mayor recibe su consagración como emir y las gentes de la ciudad le juran obediencia. Sus vocaciones eran la aventura, la poesía y la guerra.
En La ciudad laberinto el autor de Sefarad asegura que la Córdoba de los omeyas "es un laberinto de callejones y columnas y palacios cerrados y también de rostros y de idiomas, una ciudad mestiza donde los cristianos y los judíos hablan y escriben en árabe aunque sigan conservando du lengua y donde nadie, ni siquiera los más altivos aristócratas que remontan su linaje a las tribus primitivas, puede alardear de una improbable limpieza de sangre".
Dedica capítulos a Ziryab y Eulogio de Córdoba (El músico de Bagdad y el teólogo furioso) y la Mezquita (El bosque de los símbolos) antes de situar su foco de evocación lírica y mítico-histórica sobre gran fase de esplendor de la Córdoba omeya, protagonizada por Abderramán III, primer califa de Al-Ándalus, y Alhakén II, el "el señor de los libros", dueño de una biblioteca que ha sido comparada con la de Alejandría. El tirano Almanzor y la aparatosa desintegración del Califato (el "réquiem de Córdoba") centran los últimos apartados de la obra.
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