La felicidad es un espejismo que todos persiguen. Desde el filósofo en la cima de sus cavilaciones y abstracciones hasta el hombre de a pie en la sima de su ingenuidad y sencillez. Desde el rey en su lujoso palacio hasta el mendigo en su cabaña pequeña….En cambio, nadie persigue el malestar ni lo pretende como meta….La pregunta que todos nos hacemos es ¿dónde reside la felicidad? ¿dónde buscarla?
Algunos piensan que está en la riqueza, el lujo y la abundancia de bienes. Otros la ven en los niños, flores de la vida y ornato del mundo. Tampoco faltan los que la persiguen en la ciencia materialista y experimental que ha llevado al hombre a más de lo que esperaba y que le ha allanado muchas dificultades.
Todos se han quedado con el deseo de alcanzarla. Una tremenda frustración, un espejismo que nunca está donde lo vislumbren. Allí la han buscado sin encontrarla. Pues no consiste ni en abandonar bienes, ni en llenar la casa de niños, ni tampoco en la ciencia materialista.
No está fuera, está aquí dentro, se esconde en lo más profundo de la conciencia humana. Es algo abstracto que no se ve, ni se pesa en la balanza, ni se guarda en los almacenes. No hay felicidad por toneladas para que se pueda comprar con dinero.
La felicidad es algo que uno siente allá dentro. Es una tranquilidad en la conciencia, un sosiego del corazón, una claridad en el espíritu y una alegría plena.
La felicidad es algo que no se procura fuera, sino que brota del interior del mismo ser humano.
Dijo el Profeta Muhammad (la paz y las bendiciones de Allah sean con él): “Quien amanece con su descendencia segura, con el cuerpo indemne, con la comida del día, es como si tuviera todo cuanto hay en el mundo”.
Si la felicidad es un árbol cuyas raíces se hunden en la conciencia y en los sentimientos del ser, la fe en Allah y la creencia en el Más Allá son su sustento y su ambiente.
La fe hace que broten en el corazón humano fuentes de felicidad. La felicidad no se realizaría sin el efluvio de la tranquilidad, la seguridad, la esperanza, la satisfacción y el amor. Allah dice: “Él es Quien ha hecho descender la tranquilidad en los corazones de los creyentes para que aumenten su fe con más fe”.
No cabe duda de que la tranquilidad de la conciencia es la fuente originaria de la felicidad y asimismo su pilar fundamental, del cual uno no puede prescindir. Dicha tranquilidad emana esencialmente de la creencia sincera en Allah. Una creencia que está fuera del alcance de la duda y de la hipocresía.
La experiencia nos enseña que la mayoría de los que sienten angustia, nerviosismo, perturbación, futilidad, son los que carecen de fe y de la refrescante Verdad. Su vida no tiene sabor aunque esté cargada de bienes y de riquezas. La razón es que no han experimentado la tranquilidad de la conciencia y la apertura del corazón que se recogen en las huertas de la fe que Allah, desde los cielos, irriga para los creyentes. Pues éstos tocan puerto cuando los demás se sumen en la inseguridad, experimentan satisfacción cuando los otros dudan.
Esta es la tranquilidad que llenó al Mensajero de Allah cuando se produjo la Hégira: no se angustió ni desesperó, no temió ni dudó. Allah dice a propósito: “Ciertamente, Allah lo ayudó cuando lo expulsaron los incrédulos; cuando estaban en la cueva le dijo a su compañero: no estés triste, en verdad que Allah está con nosotros.
Y aquí se plantea la pregunta, ¿por qué el creyente es más dado que nadie a la tranquilidad y al sosiego?
La respuesta es que la naturaleza humana presenta un vacío que no se llena ni con la ciencia, ni con la cultura, ni con la filosofía, sino con la creencia en Allah.
La naturaleza humana manifestará siempre angustia, sed y hambre, hasta que de con Allah y crea y se dirija a él. Entonces se quitará de encima el cansancio, apagará la sed y reposará tranquila.
A este propósito dice Ibn al-Qayim (que Allah se apiade de él): “Hay en el corazón un desgarro que no lo reduce sino el dirigirse a Allah; y una soledad que no la quita sino la compañía de Allah; y una tristeza que sólo se disipa con la alegría que emana del conocimiento de Allah y la sinceridad con los demás; y una angustia que sólo apacigua el auxiliarse con Él y refugiarse en Su Seno; y unos fuegos y lamentos que sólo apaga el estar satisfecho con lo que Él determina y el someterse a Sus mandamientos y prohibiciones, abrazando la paciencia hasta el día que nos encontremos con Él. El corazón está sumido en una miseria que no se acaba sino con el amor a Allah, dirigiéndose hacia Él, recordándolo constantemente y siendo sincero y fiel para con Él. De otro modo, aunque se le entregara al hombre cuanto hay en el mundo, esto no acabaría con dicha miseria”.
El creyente ha de comprender la finalidad de su existencia como condición indispensable de la tranquilidad de su conciencia y para protegerse contra la duda aniquilante y contra la angustia atormentadora.
“Mantén lo que se te reveló, pues estás en el buen camino”
“Ponte en manos de Allah, pues estás en la Verdad evidente”
La conciencia del hombre de tener razón y de estar bien encaminado es un sentimiento muy ajeno al del escéptico al mensaje divino.
La tranquilidad de la conciencia no viene sino con la salvación del hombre del tormento de la duda y de la indeterminación, y es esta misma tranquilidad la que no se realiza sino para el creyente que tiene muy claro el objetivo de la vida.
Algunos piensan que está en la riqueza, el lujo y la abundancia de bienes. Otros la ven en los niños, flores de la vida y ornato del mundo. Tampoco faltan los que la persiguen en la ciencia materialista y experimental que ha llevado al hombre a más de lo que esperaba y que le ha allanado muchas dificultades.
Todos se han quedado con el deseo de alcanzarla. Una tremenda frustración, un espejismo que nunca está donde lo vislumbren. Allí la han buscado sin encontrarla. Pues no consiste ni en abandonar bienes, ni en llenar la casa de niños, ni tampoco en la ciencia materialista.
No está fuera, está aquí dentro, se esconde en lo más profundo de la conciencia humana. Es algo abstracto que no se ve, ni se pesa en la balanza, ni se guarda en los almacenes. No hay felicidad por toneladas para que se pueda comprar con dinero.
La felicidad es algo que uno siente allá dentro. Es una tranquilidad en la conciencia, un sosiego del corazón, una claridad en el espíritu y una alegría plena.
La felicidad es algo que no se procura fuera, sino que brota del interior del mismo ser humano.
Dijo el Profeta Muhammad (la paz y las bendiciones de Allah sean con él): “Quien amanece con su descendencia segura, con el cuerpo indemne, con la comida del día, es como si tuviera todo cuanto hay en el mundo”.
Si la felicidad es un árbol cuyas raíces se hunden en la conciencia y en los sentimientos del ser, la fe en Allah y la creencia en el Más Allá son su sustento y su ambiente.
La fe hace que broten en el corazón humano fuentes de felicidad. La felicidad no se realizaría sin el efluvio de la tranquilidad, la seguridad, la esperanza, la satisfacción y el amor. Allah dice: “Él es Quien ha hecho descender la tranquilidad en los corazones de los creyentes para que aumenten su fe con más fe”.
No cabe duda de que la tranquilidad de la conciencia es la fuente originaria de la felicidad y asimismo su pilar fundamental, del cual uno no puede prescindir. Dicha tranquilidad emana esencialmente de la creencia sincera en Allah. Una creencia que está fuera del alcance de la duda y de la hipocresía.
La experiencia nos enseña que la mayoría de los que sienten angustia, nerviosismo, perturbación, futilidad, son los que carecen de fe y de la refrescante Verdad. Su vida no tiene sabor aunque esté cargada de bienes y de riquezas. La razón es que no han experimentado la tranquilidad de la conciencia y la apertura del corazón que se recogen en las huertas de la fe que Allah, desde los cielos, irriga para los creyentes. Pues éstos tocan puerto cuando los demás se sumen en la inseguridad, experimentan satisfacción cuando los otros dudan.
Esta es la tranquilidad que llenó al Mensajero de Allah cuando se produjo la Hégira: no se angustió ni desesperó, no temió ni dudó. Allah dice a propósito: “Ciertamente, Allah lo ayudó cuando lo expulsaron los incrédulos; cuando estaban en la cueva le dijo a su compañero: no estés triste, en verdad que Allah está con nosotros.
Y aquí se plantea la pregunta, ¿por qué el creyente es más dado que nadie a la tranquilidad y al sosiego?
La respuesta es que la naturaleza humana presenta un vacío que no se llena ni con la ciencia, ni con la cultura, ni con la filosofía, sino con la creencia en Allah.
La naturaleza humana manifestará siempre angustia, sed y hambre, hasta que de con Allah y crea y se dirija a él. Entonces se quitará de encima el cansancio, apagará la sed y reposará tranquila.
A este propósito dice Ibn al-Qayim (que Allah se apiade de él): “Hay en el corazón un desgarro que no lo reduce sino el dirigirse a Allah; y una soledad que no la quita sino la compañía de Allah; y una tristeza que sólo se disipa con la alegría que emana del conocimiento de Allah y la sinceridad con los demás; y una angustia que sólo apacigua el auxiliarse con Él y refugiarse en Su Seno; y unos fuegos y lamentos que sólo apaga el estar satisfecho con lo que Él determina y el someterse a Sus mandamientos y prohibiciones, abrazando la paciencia hasta el día que nos encontremos con Él. El corazón está sumido en una miseria que no se acaba sino con el amor a Allah, dirigiéndose hacia Él, recordándolo constantemente y siendo sincero y fiel para con Él. De otro modo, aunque se le entregara al hombre cuanto hay en el mundo, esto no acabaría con dicha miseria”.
El creyente ha de comprender la finalidad de su existencia como condición indispensable de la tranquilidad de su conciencia y para protegerse contra la duda aniquilante y contra la angustia atormentadora.
“Mantén lo que se te reveló, pues estás en el buen camino”
“Ponte en manos de Allah, pues estás en la Verdad evidente”
La conciencia del hombre de tener razón y de estar bien encaminado es un sentimiento muy ajeno al del escéptico al mensaje divino.
La tranquilidad de la conciencia no viene sino con la salvación del hombre del tormento de la duda y de la indeterminación, y es esta misma tranquilidad la que no se realiza sino para el creyente que tiene muy claro el objetivo de la vida.
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