Por:Riay Tatary
Hace unos días, el Imam que dirigía la plegaria del cIsha’ (la plegaria de la noche), recitó, no recuerdo si en la primera o en la segunda rakac ah, el comienzo de la sura Ta.Ha, que dice:
“ Ta-Ha. No te hemos revelado el Corán para que te mortifique, sino como recuerdo para quien es temeroso…( Ta-Ha ; 20: 1-3 ).
Estas palabras, aunque dirigidas particularmente al Profeta Muhammad (la paz y las bendiciones de Allah sean con él) encierran, al igual que la totalidad de la revelación coránica, un mensaje de relevancia universal, tanto temporal como espacial.
Están de acuerdo todos los sabios del Islam en que si realmente deseamos beneficiarnos de la lectura del Corán es imprescindible que, al leer sus exhortaciones, sus consejos, sus órdenes o prohibiciones, nos demos por aludidos, sintamos que somos nosotros los interpelados, que lo que está en juego es nuestro rechazo particular del kufr (la incredulidad) y el shirk (asociarle a Dios otros dioses, otros seres animados o inanimados) y nuestro propio sometimiento sin condiciones a la voluntad de Dios y de Su Noble Enviado.
Volviendo a las aleyas coránicas que hemos citado al principio, creo, en mi modesto entender, que la principal conclusión que podemos extraer de ellas es que el Corán y por extensión la Ley islámica, no han sido puestos a disposición del hombre para mortificarle, para hacer de él un desgraciado, para amargarle la existencia. Sin embargo, lamentablemente, no es esto lo que piensa la inmensa mayoría de las gentes de mentalidad “ moderna “ y laica de Occidente y Oriente, quienes no ven en el Islam más que un conjunto de normas que obstaculizan al hombre el ejercicio de su libertad natural y, por ende, su integración y participación en la vida social de las denominadas sociedades avanzadas de nuestro tiempo.
Son muchos también los jóvenes nacidos en familias musulmanas que, faltos de una verdadera formación islámica, hacen suyas esas ideas o cuando menos se suman en un mar de contradicciones y dudas cuando, al llegar a Occidente, se encuentran de pronto inmersos en unas sociedades que encarnan la forma más dura de los ideales modernos.
La sociedad moderna bombardea a diario sus – o mejor, nuestros – sentidos e intelectos con una inmensa parafernalia de sugestiones, incitaciones, objetos, ideas, lemas,…que tarde o temprano, en mayor o menor medida, surten su efecto. Son muchos los que, seducidos ante semejante despliegue, se plantean entonces la validez de unas leyes y unas normas de conducta moral reveladas al género humano hace mil cuatrocientos años.
Para responder a esas dudas e interrogantes bastaría con una aproximación sincera al Corán, donde podrían leerse las aleyas que hemos mencionado al comienzo de este artículo y otras como la que dice:
“ Por cierto que este Corán guía hacia lo más recto…”( Bani Isra’il ;17:9)
o la que dice:
“ Conságrate a la religión monoteísta, porque es la naturaleza sobre la cual Dios creó al hombre. ¡ No hay mortificación en la creación de Dios ! Ésta es la religión verdadera, pero la mayoría de los hombres no saben “
( Al-Rum ; 30:30 )
Reflexionando sobre ellas, nos daríamos cuenta de que la Ley de Dios, lejos de ser una carga, un obstáculo para la vida del hombre, una mortificación, constituye una bendición y una misericordia inmensas por parte de Dios, siendo su fin último el de permitirnos alcanzar la meta para la que fuimos creados:
“ Y no he creado a los genios y a los hombres sino para que me adoren “
( Al-Dariyat ; 51:56 )
Y en la realización completa de ese fin radica la consecución de la verdadera felicidad y equilibrio humanos en esta vida y en la otra, porque este estado natural del ser humano de servidumbre ante Dios encierra en sí el germen de la mayor libertad que jamás pueda concebirse.
Por el contrario, seguir aquellas ideas, tendencias, modas formuladas por quienes han transgredido todos los límites y han deificado sus pasiones, no puede conducir sino a la completa alienación del ser humano respecto a su naturaleza primordial y su misión en esta vida y, en consecuencia, a la más desdichada de las existencias.
Es preciso, pues, que sepamos distinguir entre un camino y otro, y que no nos amedrente el aparente rigor de una Ley, de un camino, que ha sido concebido por quien más capacitado está para ello, para facilitar al hombre su efímera estancia en la tierra.
Hace unos días, el Imam que dirigía la plegaria del cIsha’ (la plegaria de la noche), recitó, no recuerdo si en la primera o en la segunda rakac ah, el comienzo de la sura Ta.Ha, que dice:
“ Ta-Ha. No te hemos revelado el Corán para que te mortifique, sino como recuerdo para quien es temeroso…( Ta-Ha ; 20: 1-3 ).
Estas palabras, aunque dirigidas particularmente al Profeta Muhammad (la paz y las bendiciones de Allah sean con él) encierran, al igual que la totalidad de la revelación coránica, un mensaje de relevancia universal, tanto temporal como espacial.
Están de acuerdo todos los sabios del Islam en que si realmente deseamos beneficiarnos de la lectura del Corán es imprescindible que, al leer sus exhortaciones, sus consejos, sus órdenes o prohibiciones, nos demos por aludidos, sintamos que somos nosotros los interpelados, que lo que está en juego es nuestro rechazo particular del kufr (la incredulidad) y el shirk (asociarle a Dios otros dioses, otros seres animados o inanimados) y nuestro propio sometimiento sin condiciones a la voluntad de Dios y de Su Noble Enviado.
Volviendo a las aleyas coránicas que hemos citado al principio, creo, en mi modesto entender, que la principal conclusión que podemos extraer de ellas es que el Corán y por extensión la Ley islámica, no han sido puestos a disposición del hombre para mortificarle, para hacer de él un desgraciado, para amargarle la existencia. Sin embargo, lamentablemente, no es esto lo que piensa la inmensa mayoría de las gentes de mentalidad “ moderna “ y laica de Occidente y Oriente, quienes no ven en el Islam más que un conjunto de normas que obstaculizan al hombre el ejercicio de su libertad natural y, por ende, su integración y participación en la vida social de las denominadas sociedades avanzadas de nuestro tiempo.
Son muchos también los jóvenes nacidos en familias musulmanas que, faltos de una verdadera formación islámica, hacen suyas esas ideas o cuando menos se suman en un mar de contradicciones y dudas cuando, al llegar a Occidente, se encuentran de pronto inmersos en unas sociedades que encarnan la forma más dura de los ideales modernos.
La sociedad moderna bombardea a diario sus – o mejor, nuestros – sentidos e intelectos con una inmensa parafernalia de sugestiones, incitaciones, objetos, ideas, lemas,…que tarde o temprano, en mayor o menor medida, surten su efecto. Son muchos los que, seducidos ante semejante despliegue, se plantean entonces la validez de unas leyes y unas normas de conducta moral reveladas al género humano hace mil cuatrocientos años.
Para responder a esas dudas e interrogantes bastaría con una aproximación sincera al Corán, donde podrían leerse las aleyas que hemos mencionado al comienzo de este artículo y otras como la que dice:
“ Por cierto que este Corán guía hacia lo más recto…”( Bani Isra’il ;17:9)
o la que dice:
“ Conságrate a la religión monoteísta, porque es la naturaleza sobre la cual Dios creó al hombre. ¡ No hay mortificación en la creación de Dios ! Ésta es la religión verdadera, pero la mayoría de los hombres no saben “
( Al-Rum ; 30:30 )
Reflexionando sobre ellas, nos daríamos cuenta de que la Ley de Dios, lejos de ser una carga, un obstáculo para la vida del hombre, una mortificación, constituye una bendición y una misericordia inmensas por parte de Dios, siendo su fin último el de permitirnos alcanzar la meta para la que fuimos creados:
“ Y no he creado a los genios y a los hombres sino para que me adoren “
( Al-Dariyat ; 51:56 )
Y en la realización completa de ese fin radica la consecución de la verdadera felicidad y equilibrio humanos en esta vida y en la otra, porque este estado natural del ser humano de servidumbre ante Dios encierra en sí el germen de la mayor libertad que jamás pueda concebirse.
Por el contrario, seguir aquellas ideas, tendencias, modas formuladas por quienes han transgredido todos los límites y han deificado sus pasiones, no puede conducir sino a la completa alienación del ser humano respecto a su naturaleza primordial y su misión en esta vida y, en consecuencia, a la más desdichada de las existencias.
Es preciso, pues, que sepamos distinguir entre un camino y otro, y que no nos amedrente el aparente rigor de una Ley, de un camino, que ha sido concebido por quien más capacitado está para ello, para facilitar al hombre su efímera estancia en la tierra.
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