domingo, 26 de agosto de 2018

Del baño árabe como una de las bellas artes

Granada, 25 agosto 2018, ideal.es,JESÚS LENS



Baños de la Mezquita en la Alhambra. : / PEPE MARÍN

Los monumentos pueden contemplarse, pueden sentirse y, en ocasiones muy raras y excepcionales, pueden vivirse. Visitar la Alhambra con Blanca Espigares permite vivirla como una gran aventura y un mágico descubrimiento. No importan los años que tengas ni las veces que hayas subido antes: Blanca conseguirá que la mires con otros ojos y que la sientas mucho más cálida y cercana. Y que, durante un puñado de horas, seas partícipe de la historia

Todo comienza cuando veo que el Espacio del Mes en la Alhambra es la Sala de las Camas del Baño Real del Palacio de Comares, «el único edificio medieval islámico que se ha conservado prácticamente íntegro en Occidente», leíamos en IDEAL. Ni que decir tiene que se me pusieron las orejillas tiesas y todos los sentidos alerta.

Entonces le pregunté a Blanca si se animaba a subir conmigo, veíamos la Sala de Camas y, de paso, me contaba algo de la historia negra y criminal de la Alhambra que tan bien conoce, pues su empresa Masquetours ha preparado un recorrido histórico-cultural para el festival Granada Noir con el crimen como protagonista.

Y me dijo que sí. Pero que pero.

En esta vida, hay dos tipos de peros. Están los peros empobrecedores, esos que restan valor al enunciado que les precede; y están los peros enriquecedores.

-¿Qué te parece si vemos el Baño Real, pero también visitamos el Baño de la Mezquita y el Bañuelo? De esa manera podemos comparar la vida de la monarquía y la realeza con la de la gente normal, la gente de a pie...

¿Ven ustedes como hay peros y peros... además de manzanas?

Digámoslo ya: la Sala de Camas es... es... es... ¿qué es? No sé. Empiecen a pensar en los adjetivos calificativos más exagerada y desmesuradamente deslumbrantes. Y se quedarán cortos. Ahí lo dejo.


Un detalle sintomático: no se pueden hacer fotos. Y, a falta de aviso bien visible en la entrada, la persona encargada de la vigilancia se lo hace saber a la gente apenas la ve enarbolar el móvil o la cámara. ¿Cual creen ustedes que es la reacción más habitual de la peña? Pasar a toda velocidad frente al espacio, sin detenerse apenas unos segundos para su contemplación. «Total, si no se pueden tomar fotografías y no me puedo hacer un selfie para subir a las redes sociales, ¿qué pinto aquí?», parecen pensar.

No les voy a explicar cómo es un hamman. Digamos sencillamente que suele estar dividido en tres salas: un recibidor/vestuario y sala fría, una sala templada y una sala caliente junto al horno, en la que el suelo abrasa y requiere el uso de chanclos de madera. Mucho más interesante es conocer la intrahistoria que se esconde en la costumbre de compartir un baño, muy perdida y abandonada en nuestra cultura y que, sin embargo, sigue viva en las sociedades orientales o, de otra manera, en los países nórdicos, donde la sauna es su respuesta al frío ambiente.

Un lugar palpitante

El baño era un lugar palpitante en que, además de la higiene y la salud, se cuidaban los negocios y las relaciones sociales. Un lugar de encuentro, charla y conversación. Mujeres y hombres entraban en turnos diferentes o en días distintos y, si ellos se dedicaban a sus folletaícas de dineros, ellas aprovechaban para fijarse en los cuerpos de sus comadres, tratando de adivinar qué tal nueras podrían hacer las más jóvenes.

Dinero, negocio... y conspiraciones. Que los Baños también eran -y son- un lugar muy propicio para planear asaltos y golpes de estado. ¿Se acuerdan ustedes de la secuencia cumbre de 'Promesas del Este', con Viggo Mortensen peleando a muerte en un baño turco? Pues aquello fue un juego de niños en comparación con lo que pasaba en la Alhambra. Haciéndole un guiño al Noir, Blanca me recuerda cómo uno de los monarcas nazaríes de finales del siglo XIV fue asesinado en el Baño de una forma muy sutil: al terminar, se secó con una prenda impregnada en veneno, tal y como contó el médico y novelista Gastón Morata en 'El perfume de bergamota».

La riqueza ornamental de la Sala de las Camas del Baño Real contrasta con la adustez del Baño de la Mezquita, donde solo quedan restos de azulejos en una de las salas. La higiene era algo esencial en la cultura musulmana y el agua, un lujo: no olvidemos que su tradición proviene de las ardientes arenas del desierto arábigo. Por eso, un Baño junto a la gran mezquita, dentro del recinto de la Alhambra pero fuera de los palacios nazaríes; era esencial para satisfacer las necesidades higiénicas de las miles de personas que servían y trabajaban en su bullicioso entorno.

Y nos queda el Bañuelo. Es duro marcharse de la Alhambra sin cumplimentar una visita como es debido a sus salas más especiales, pero si empezamos a hacer paradiñas y a echar aunque sea vistazos, nos tienen que echar de allí con el ritual de la escoba.

¿Por qué el Bañuelo se encuentra donde se encuentra? La clave la hallamos en uno de los puentes perdidos sobre el Darro. Ustedes se han fijado en los restos del Puente de los Tableros, ¿verdad? En realidad, era una puerta más de acceso a Granada: el acceso a través del río se cerraba con una reja y, junto a él, la Puerta de los Panderos regulaba la entrada y salida de la gente a pie. Nos encontramos en el destino final de una vía comercial muy transitada y los polvos del camino hacían necesario darse un baño para una rápida restauración de chapa y pintura.

El Bañuelo es grande. Muy grande. Se puede sentir la cantidad de gente que lo usaba a diario. Es funcional y, aunque guarda algunos restos de decoración, se percibe lo extremadamente útil y práctico que resultaba.

Para ricos y pobres, nobles y plebeyos, reyes y súbditos; el baño era un rito de obligado cumplimiento y Blanca nos ha mostrado, en una sola tarde, tres inmejorables muestras de cómo se cumplimentaba en la Granada musulmana. ¡Un lujazo!

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