Barcelona, 04/03/2016,lavanguardia.com,ENRIC JULIANA
Hubo un momento en que parecía que las confesiones estaban en decadencia, una suposición que, en este inicio de siglo está siendo desmentida por los acontecimientos
En el conjunto de América, un grupo de confesiones compite duramente por captar nuevos fieles; en el norte se diviniza la individualidad (Getty - Getty)
André Malraux, aventurero, hombre de acción, escritor, militante antifascista y ministro de Cultura del general De Gaulle, dejó dicho que “el siglo XXI será espiritual o no será”. O al menos esa frase se le atribuye. Un deseo de espiritualidad e inmaterialidad después del siglo de las dos grandes guerras mundiales. La paz.
Nos hallamos ya en el segundo decenio del siglo XXI y no es seguro que este nuevo tiempo sea profundamente espiritual. El siglo de la aceleración tecnológica y de la individualidad solitaria en las grandes ciudades no está siendo especialmente introspectivo. Los egos se exacerban en la pasarela de las redes sociales, y mucha gente escribe ciento cuarenta caracteres sin mucha reflexión. La filosofía es expulsada de los programas escolares, y el discurso sobre el espíritu se transforma en píldoras de autoayuda, una de las ramas más rentables de la industria cultural en Occidente.
Más que del espíritu, en el siglo XXI se está hablando mucho de la religión. No hay religión sin espiritualidad –bueno, eso habría que discutirlo–, pero la religión incluye otros ingredientes, en estos momentos muy activados.
La religión militante se está convirtiendo en refugio de las multitudes airadas en los arrabales del planeta y en signo de identidad –no necesariamente de espiritualidad– del nuevo hombre desarraigado. Religión, política y geografía forman un terceto activo e inquietante en la primera parte del siglo XXI. No sé que pensaría Malraux en estos momentos, pero estamos bastante lejos del precepto laicista francés que aboga por convertir la religión en un asunto estrictamente privado. Todavía hay mucha gente dispuesta a morir y matar en nombre de Dios.
El siglo XXI habla mucho de las religiones. Más adelante vendrán los robots, el internet de las cosas y de las sensaciones, la inteligencia artificial altamente desarrollada, la fusión del hombre con las máquinas y finalmente la definitiva escisión del género humano, cuya unidad, si lo meditamos bien, no ha durado mucho en el tiempo histórico. La esclavitud no fue definitivamente abolida en el mundo hasta hace unos doscientos años –aunque persiste de forma más o menos camuflada en algunos rincones del planeta–. Hay suficientes incertidumbres en el horizonte como para pasar todos los fines de semana meditando en un convento, pero la aceleración del tiempo histórico se ha convertido en un gran adversario del Hombre Espiritual. Seguramente tiene razón el filósofo alemán Peter Sloterdijk cuando nos advierte que en la actual fase de la modernidad no puede haber pensamiento crítico sin crítica a la aceleración de la vida. Silencio y lentitud frente a sobreestimulación.
El islam atrapará demográficamente al cristianismo
Más de medio mundo vive hoy fascinado u horrorizado por la ebullición del islam, la religión que comenzará a atrapar demográficamente al cristianismo a partir del año 2050, superándolo en el 2070. (Informe sobre las religiones en el mundo. Instituto Pew, Washington, 2015). La mayor franja de población de Eurasia será islámica en el siglo XXI. La revelación del profeta Mahoma, el viejo código ético de los comerciantes y camelleros del desierto, convertida en la principal religión de masas en la era de la globalización. El viejo código piadoso, transformado en aglutinante de la ira y el malestar en el circuito de suburbios del bajo vientre euroasiático. Una franja gigantesca: la ribera sur del Mediterráneo, el valle del Nilo, los arrabales de Estambul y los interiores de Anatolia, el Cáucaso, el Sinaí, el valle de lágrimas de Siria, las montañas de Afganistán, Mesopotamia, el antiguo imperio persa, los fragmentos perdidos de la Unión Soviética en Asia Central, el superpoblado Pakistán y parte de India, la región china de Xinjiang y la bomba demográfica de Indonesia, en Extremo Oriente. Añadámosle el Cuerno de África, el inmenso corredor del Sahel, Sudán, parte de Nigeria y otras naciones del continente africano. Añadámosle los barrios más pobres de las principales ciudades europeas. El mapa es impresionante.
Los huracanes de la globalización están contribuyendo a convertir una religión sin un clero fuertemente jerárquico en fuente de identidad cultural y política de millones de personas, difuminando las barreras nacionales. La televisión vía satélite e internet crean comunidad islámica por encima de los arraigos locales. En Irán, la mayo rjerarquización del clero chií casa perfectamente con la vieja tradición reglamentaria del antiguo imperio persa y contribuye a la fuerte articulación política de un potente país que ahora Occidente redescubre como posible aliado. Iraníes y saudíes –chiíes del primer imán Alí y suníes adoctrinados por la secta wahabí que domina Arabia Saudí– se disputan el predominio regional del Gran Oriente Medio, donde se hallan el 70% de las reservas mundiales de petróleo y el 40% de gas natural. Los europeos empiezan ahora a entender que su continente se llama Eurasia. Una vasta plataforma continental que empieza en Lisboa y acaba en Vladivostok, el mar de la China y la isla de Timor. Un gigantesco espacio geopolítico cuyo centro de gravedad está en las montañas de Afganistán que separan Asia Central de las aguas del océano Índico. Muchas cosas importantes del mundo se van a decidir en ese cuadrante.
Más de medio mundo vive hoy fascinado y horrorizado por la ebullición del islam: la mayor franja de población de Eurasia será islámica en este siglo
Más de medio mundo vive hoy fascinado y horrorizado por la ebullición del islam: la mayor franja de población de Eurasia será islámica en este siglo (Pablo Blazquez Dominguez - Getty)
La cristiandad es la religión de la gran isla americana, donde la soledad, la pobreza y el desarraigo en las grandes ciudades se transforman en marginación y delincuencia, sin jóvenes iluminados dispuestos a suicidarse con un cinturón de explosivos a mayor gloria de Alá y el califato. En la gran isla americana hay competición entre iglesias –dura competición–, pero no guerras en nombre de la religión. Cuando los americanos cultos, sean del Norte, del Centro o del Sur, contemplan lo que está ocurriendo en Eurasia, agradecen que Dios crease los océanos.
El mosaico de iglesias evangélicas en Estados Unidos conforma lo que Harold Bloom denomina “la religión norteamericana”. Una variante del viejo gnosticismo, sostiene este ensayista y crítico literario de origen judío. La divinización de la individualidad. “Los estadounidenses creen que Dios los conoce y los ama de una manera personal, y que hay algo dentro de ellos, más profundo aún que el alma, que está en contacto con Dios. El norteamericano se coloca por encima de la creación; es más antiguo que esta, tan antiguo como Dios, de quien es parte. En la religión estadounidense, ser libre es unirse con Dios o con Jesucristo. Ninguna nación occidental es tan religiosa como la nuestra”. Algunos datos dan la razón a Bloom: Estados Unidos es el país de Occidente en el que un mayor porcentaje de la población (53%) considera la religión un asunto muy importante. (El ranking lo encabeza Indonesia, gran reserva demográfica del islam en Extremo Oriente, con el 84%).
El hombre blanco protestante está en horas bajas en Estados Unidos. Se está radicalizando políticamente (Donald Trump) con la consiguiente ventaja estratégica para un Partido Demócrata, más ecléctico y abierto a las minorías que empiezan a ser mayoría. Los hispanos son mayoritariamente católicos y escuchan al papa Francisco con los auriculares del modo de vida norteamericano.
El papa Francisco es hoy el personaje religioso más importante del planeta, como lo fue Juan Pablo II en las postrimerías de la guerra fría y en aquellos años felices en los que un hombre llamado Francis Fukuyama llegó a pronosticar el fin de la historia. El Papa argentino –promovido en el 2013 por los cardenales americanos– trabaja activamente con cuatro objetivos. Uno: evitar que el Vaticano se convierta en un segundo Kremlin a ojos del mundo en la era de la aceleración de las noticias y del mito de la transparencia. Dos: acentuar la dimensión social del catolicismo para abrazar mejor a los desamparados de América, a los desorientados de Europa y a los famélicos de África. Tres: aumentar el prestigio global del catolicismo como doctrina compasiva, humanista y ecologista, abierta a la fraternidad con las demás religiones. Y cuatro: evitar un choque frontal con el islam, pese a las salvajadas cometidas por Estado Islámico en Iraq, Siria y otros países musulmanes. El cristianismo está desapareciendo de Oriente Medio, su cuna histórica. El cristianismo sigue siendo la religión más perseguida en el planeta.
El judaísmo pervive gracias a la potencia de Israel y vuelve a vivir angustiado en Europa. En algunas ciudades francesas –Marsella, por ejemplo– se recomienda a los judíos no salir a la calle con la kipá. Una vergüenza que anticipa tiempos difíciles.
Occidente exporta a Oriente técnicas de aceleración de vida y trabajo; Oriente ha transferido a Occidente técnicas espirituales de relajación
Occidente exporta a Oriente técnicas de aceleración de vida y trabajo; Oriente ha transferido a Occidente técnicas espirituales de relajación (JGI/Tom Grill - Getty)
Extremo Oriente no tiene religión revelada, pero sus formas de espiritualidad invaden Occidente desde hace años. En las grandes ciudades europeas hoy en día hay más gente practicando alguna de las técnicas orientales de relajación y ralentización de la vida –yoga en sus múltiples variantes, taichi, meditación zen…– que personas en misa el domingo. Occidente ha exportado a Oriente las disciplinas de aceleración de la vida y el trabajo, más una gigantesca demanda de productos industriales, en manos del proletariado chino. Oriente ha transferido a Occidente técnicas espirituales de relajación ante la acumulación de estrés y el sinsentido de la vida. La nueva ruta de la seda.
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