domingo, 21 de febrero de 2016

Los refugiados sirios, sometidos a "la ley de la jungla" en la frontera turca

Siria,20 Febrero 2016,AFP


Foto: Internet Agencia AFP La decisión turca de cerrar la frontera con Siria 

ha acabado beneficiando a las familias de los traficantes, que hacen pagar cada vez más caro el pasaje clandestino a los refugiados sirios que huyen de los bombardeos en su país. Como los clanes mafiosos que prosperan gracias a los miles de migrantes que quieren cruzar el Mediterráneo, estos contrabandistas, a menudo campesinos cuyas tierras se encuentran al lado de las alambradas, chantajean, maltratan y explotan a los refugiados sirios que intentan cruzar los cercos. Fatima Al Ahmed, de 27 años, cruzó hace una semana con su hijo de dos años en los brazos las alambradas entrecortadas entre los olivares. 

Decidió huir de su barrio de Sakhur, controlado por los rebeldes en el este de Alepo, cuando su marido falleció, hace un mes, en un bombardeo al salir a buscar comida. "Nos juntamos ocho personas entre los vecinos", dice, sentada en un café en Kilis, en el sur de Turquía. "Me ayudaron a pagar, porque no tenía suficiente dinero". "Antes, en Alepo todo se organizaba, tratábamos con traficantes de confianza. Pero ahora, desde los bombardeos rusos, hay demasiada gente", confiesa. Tras 15 horas de trayecto aterrador en minibús, entre disparos y explosiones (90 minutos en tiempo normal), llegaron a la aldea de Yaarubié, en la frontera. "Los traficantes están ahí. Gritan '¡Turquía! ¡A Turquía! ¿Quién quiere ir a Turquía?' Son malos, violentos, sólo piensan en el dinero", dice Fatima. 

"Nos empujan como a animales, golpean a las mujeres que no van rápido, incluso las que llevan bebés. Es terrible, es la ley de la jungla". 'Esperando la hora' La mujer explica, como todos los otros refugiados encontrados en Kilis, que los traficantes sirios están en constante comunicación, por teléfono o walkie-talkie, con los traficantes turcos, que se ocuparán de ellos cuando hayan cruzado la frontera. "Nos hicieron esperar, sentados en el suelo bajo los árboles, hasta que llegara la hora. La hora a la que los soldados turcos pagados hicieron guardia y miraron para otro lado mientras nosotros cruzábamos", precisa. Su epopeya le costó unos 300 euros, todo el dinero que tenía, y más aún. Este monto, la familia de Ahmad, un adolescente raquítico de 14 años que parece que tenga 11, no lo tenía. Demasiado pobres, fueron de los últimos en sobrevivir en el barrio de Marjé en Alepo. Cuando un barril de explosivos lanzado desde un helicóptero mató a dos de sus hermanos, la familia decidió huir, amontonada en un camión. 

"No podíamos pagar a los traficantes, por eso nos escondimos. Nos arrastramos hasta la alambrada y pasamos por debajo", dice este chico, que nunca fue a la escuela, con los ojos llenos de malicia. "Por suerte, los gendarmes turcos nos encontraron. Como éramos muchos niños, no nos devolvieron. Incluso llamaron un autobús", cuenta. En Kilis, el flujo de refugiados clandestinos se está reduciendo. Con las consignas de cierre de fronteras mejor aplicadas, el precio del pasaje se dispara. Ahora se habla de 500 e incluso 1.000 dólares. 

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