Aunque una encuesta oficial insiste en la adaptación del colectivo, no está claro que se facilite su integración
Por cuarto año consecutivo, la encuesta elaborada por los ministerios del Interior, de Justicia y de Trabajo e Inmigración refleja el perfil moderado, integrado y tolerante de los musulmanes en España. Es comprensible que el Gobierno español haya querido conocer cómo se pronuncian los miembros de este colectivo en relación a su encaje en la sociedad española.
De hecho, otros gobiernos europeos han patrocinado en los últimos años este tipo de macroencuestas, que se convierten en una forma de medir la temperatura social en el seno de este colectivo. En nuestro país, los sondeos de opinión son el instrumento fetiche de los gestores públicos para conocer lo que opina la ciudadanía. Si recurren a ellos para saber si la gente les va a votar, ¿por qué no utilizar la misma metodología para evaluar el grado de integración de los musulmanes en España? La intención es loable, pero el objetivo es demasiado ambicioso.
LOS RESULTADOS son espectaculares: el 94% de los entrevistados rechazan el uso de la violencia para defender las creencias religiosas, el 81% se declaran totalmente adaptados a la vida y a las costumbres españolas, y un 84% dicen no haber encontrado ningún obstáculo para practicar su religión en España. Algunas voces han levantado una sombra de duda sobre estos datos, sugiriendo que el Gobierno ha intentado edulcorar estos resultados.
Hay que decir que los responsables de esta encuesta siempre han reconocido la existencia en la misma de un componente de «deseabilidad social», donde los entrevistados pueden haber exagerado su conformidad con algunas de las preguntas que les fueron formuladas. Este factor, muy frecuente en todo sondeo de opinión, se hace mucho más relevante en este caso, sabiendo que se trata de una encuesta oficial, y en la que la mitad de los entrevistados llevan menos de cinco años en España.
Las sospechas ante este sondeo no son de tipo metodológico. Se da por supuesto que existe otra realidad «verdadera» respecto del islam en España, que parece querer ser disimulada a través de este barómetro. Esta realidad nos mostraría que estamos ante un colectivo que rechaza integrarse en nuestra sociedad, y que periódicamente nos los recuerda. Así podría ser interpretada, por ejemplo, la última polémica sobre el velo de una alumna musulmana en Pozuelo de Alarcón (Madrid).
No obstante, seguimos estando atados a un profundo desconocimiento de las dinámicas que mueven el islam en España, lo que tienta nuestros prejuicios y abre el camino a las especulaciones. Un suceso hace la noticia, pero un conjunto de sucesos no necesariamente describen una tendencia social dada. De la misma manera, una encuesta tampoco puede resolver nuestra ansiedad social ante el islam, que seguimos percibiendo como la representación de todo lo contrario a lo que somos.
La interpretación de los datos de esta encuesta se encuentra condicionada por el hecho de haber entrevistado solo a musulmanes de origen inmigrante. Hoy, cuando el islam español comienza a ser una realidad sociológica, es incomprensible que se siga considerando el colectivo musulmán como algo extraño a nuestra sociedad. Supone, además, contradecir el principio de notorio arraigo del islam en España, formulado por ley desde 1992. Es esta una de las primeras pruebas de la ambigüedad que se esconde en lo más profundo de este barómetro.
La otra sería la valoración que se hace de la religiosidad de los entrevistados: un 52% de ellos se declaran como muy practicantes, tres puntos por encima de la encuesta anual anterior. El aumento de la religiosidad en este colectivo es relativizado ante los indicadores de integración anteriormente citados.
No hay nada contradictorio en ello: los musulmanes en España, como en el resto de Europa, tienden al mantenimiento de su religiosidad, sin entrar en colisión con las formas de vida europeas. Ahora bien, cuando desde una perspectiva comparada, se dice en la encuesta que los musulmanes inmigrantes practican más que los católicos españoles, y que los primeros lo hacen tal como lo hacían los segundos en los años 70, ¿se nos está sugiriendo que el perfil actual de secularización de la población española debería de ser adecuado también para otros colectivos? Hemos de recordar que en España seguimos pensando que mantener una religiosidad activa y visible dificulta la integración de los musulmanes en nuestra sociedad. Veamos, si no, alguna de las primeras reacciones al velo de Najwa Malha.
En resumidas cuentas, por mucho que insista este sondeo, no me atrevo a afirmar si los musulmanes están bien o mal integrados en España. En cambio, tengo serias dudas de que como sociedad estemos cumpliendo nuestra parte en este asunto. Sin querer contradecir los resultados de este barómetro, solo querría aportar un dato para la reflexión: en un estudio reciente, hemos contabilizado 60 conflictos ante la apertura de mezquitas en España durante el periodo 1995-2008. Atención: 40 de ellos solo en Catalunya.
Por cuarto año consecutivo, la encuesta elaborada por los ministerios del Interior, de Justicia y de Trabajo e Inmigración refleja el perfil moderado, integrado y tolerante de los musulmanes en España. Es comprensible que el Gobierno español haya querido conocer cómo se pronuncian los miembros de este colectivo en relación a su encaje en la sociedad española.
De hecho, otros gobiernos europeos han patrocinado en los últimos años este tipo de macroencuestas, que se convierten en una forma de medir la temperatura social en el seno de este colectivo. En nuestro país, los sondeos de opinión son el instrumento fetiche de los gestores públicos para conocer lo que opina la ciudadanía. Si recurren a ellos para saber si la gente les va a votar, ¿por qué no utilizar la misma metodología para evaluar el grado de integración de los musulmanes en España? La intención es loable, pero el objetivo es demasiado ambicioso.
LOS RESULTADOS son espectaculares: el 94% de los entrevistados rechazan el uso de la violencia para defender las creencias religiosas, el 81% se declaran totalmente adaptados a la vida y a las costumbres españolas, y un 84% dicen no haber encontrado ningún obstáculo para practicar su religión en España. Algunas voces han levantado una sombra de duda sobre estos datos, sugiriendo que el Gobierno ha intentado edulcorar estos resultados.
Hay que decir que los responsables de esta encuesta siempre han reconocido la existencia en la misma de un componente de «deseabilidad social», donde los entrevistados pueden haber exagerado su conformidad con algunas de las preguntas que les fueron formuladas. Este factor, muy frecuente en todo sondeo de opinión, se hace mucho más relevante en este caso, sabiendo que se trata de una encuesta oficial, y en la que la mitad de los entrevistados llevan menos de cinco años en España.
Las sospechas ante este sondeo no son de tipo metodológico. Se da por supuesto que existe otra realidad «verdadera» respecto del islam en España, que parece querer ser disimulada a través de este barómetro. Esta realidad nos mostraría que estamos ante un colectivo que rechaza integrarse en nuestra sociedad, y que periódicamente nos los recuerda. Así podría ser interpretada, por ejemplo, la última polémica sobre el velo de una alumna musulmana en Pozuelo de Alarcón (Madrid).
No obstante, seguimos estando atados a un profundo desconocimiento de las dinámicas que mueven el islam en España, lo que tienta nuestros prejuicios y abre el camino a las especulaciones. Un suceso hace la noticia, pero un conjunto de sucesos no necesariamente describen una tendencia social dada. De la misma manera, una encuesta tampoco puede resolver nuestra ansiedad social ante el islam, que seguimos percibiendo como la representación de todo lo contrario a lo que somos.
La interpretación de los datos de esta encuesta se encuentra condicionada por el hecho de haber entrevistado solo a musulmanes de origen inmigrante. Hoy, cuando el islam español comienza a ser una realidad sociológica, es incomprensible que se siga considerando el colectivo musulmán como algo extraño a nuestra sociedad. Supone, además, contradecir el principio de notorio arraigo del islam en España, formulado por ley desde 1992. Es esta una de las primeras pruebas de la ambigüedad que se esconde en lo más profundo de este barómetro.
La otra sería la valoración que se hace de la religiosidad de los entrevistados: un 52% de ellos se declaran como muy practicantes, tres puntos por encima de la encuesta anual anterior. El aumento de la religiosidad en este colectivo es relativizado ante los indicadores de integración anteriormente citados.
No hay nada contradictorio en ello: los musulmanes en España, como en el resto de Europa, tienden al mantenimiento de su religiosidad, sin entrar en colisión con las formas de vida europeas. Ahora bien, cuando desde una perspectiva comparada, se dice en la encuesta que los musulmanes inmigrantes practican más que los católicos españoles, y que los primeros lo hacen tal como lo hacían los segundos en los años 70, ¿se nos está sugiriendo que el perfil actual de secularización de la población española debería de ser adecuado también para otros colectivos? Hemos de recordar que en España seguimos pensando que mantener una religiosidad activa y visible dificulta la integración de los musulmanes en nuestra sociedad. Veamos, si no, alguna de las primeras reacciones al velo de Najwa Malha.
En resumidas cuentas, por mucho que insista este sondeo, no me atrevo a afirmar si los musulmanes están bien o mal integrados en España. En cambio, tengo serias dudas de que como sociedad estemos cumpliendo nuestra parte en este asunto. Sin querer contradecir los resultados de este barómetro, solo querría aportar un dato para la reflexión: en un estudio reciente, hemos contabilizado 60 conflictos ante la apertura de mezquitas en España durante el periodo 1995-2008. Atención: 40 de ellos solo en Catalunya.
*Antropólogo y experto en el islam.
Islam España es el portal del islam en lengua española , un proyecto de futuro para la convivencia,la cooperación y el diálogo.
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