jueves, 1 de noviembre de 2007

Sentencia a la hora de la oración

MADRID.01 de noviembre de 2007, ABC.es, JUAN FRANCISCO ALONSO

En la cuarta planta de la mezquita Abu-Bakr, junto al metro de Estrecho, hay una televisión apagada en una sala vacía, como cualquier mañana. Sin embargo, la voz del juez Gómez Bermúdez serpentea como un eco por los pasillos a la hora del rezo, la una en punto, en el momento en que una treintena de musulmanes se descalza y se arrodilla en dirección a La Meca. Helal-Jamal Abboshi, secretario general de la Unión de Comunidades Islámicas de España, se queda pegado a internet hasta el momento de ir a la sala de oración, cubierta por una alfombra tejida en Arabia Saudí. «Me gusta más verlo en el ordenador -dice-. He seguido la sesión por la radio, por las webs de los periódicos, y también por los vídeos que han ido colgando».

Hacía dos horas que Abboshi se movía por el ciberespacio de la curiosidad, mientras repetía sin descanso que unir terrorismo con Islam es «atentar contra la convivencia». Este palestino que vive desde hace treinta y seis años en España saluda a los fieles que cruzan el umbral, piden un programa de actividades, se sientan unos minutos, preguntan qué ha pasado, y vuelve con sus argumentos al yunque: «Que digan que son marroquíes, o de la nacionalidad que sea, pero no que son islamistas, ¿o acaso se titula que Trashorras es católico?». La expresión «terrorismo islámico» le irrita, le hace llamar a los despachos de los directores de los periódicos, o al de la secretería de algún político, o a «mis amigos» policías. Mete la mano en el bolsillo y saca tres tarjetas personales, la del jefe superior de Policía de Madrid, la del jefe de la Unidad Central de Expulsiones y Repatriaciones y la del jefe de Policía del distrito de Tetuán.

La policía o el CNI han pasado a menudo por la mezquita, recuerda Abboshi, con una sonrisa que es en realidad una delgada línea entre el cansancio y la comprensión. «Mire, la policía me llamó el mismo día 11 de marzo, a las siete de la tarde, y nos citamos al día siguiente, a las doce de la mañana, para preguntarme por «El Egipcio». Le conocía, porque había estado alguna vez en esta mezquita, aunque utilizaba un nombre que no era el suyo. Un amigo me dijo que había visto su pasaporte, donde figuraba el auténtico, Rabie Othman, y eso les dije a los agentes». Abboshi recuerda el nombre de «El Egipcio» justo cuando aparece en la boca del juez Bermúdez, y añade: «Yo no digo que sea bueno, pero me parece incapaz de dirigir los atentados, porque no sabía español muy bien, porque no conocía Madrid, no sé...».
«Un solo enemigo»

En la calle de Anastasio Herrero, a tiro de piedra de la entrada de la mezquita, una pintada ha amanecido acusadora: «Un solo enemigo: los fundamentalistas», reza. Bajo el trazo azul del mensaje pasean los fieles en busca de la mezquita o de alguna de las cuatro carnicerías para musulmanes que hay en la zona. Abdul, marroquí que vive desde hace siete años en España, charla con tres amigos sobre la sentencia. «Muchas veces notas que la gente te castiga con la mirada, que no quieren relacionarse contigo, y todo eso hace que me sienta muy mal. Que paguen los culpables, pero la religión es sagrada». Abdul cree que los periodistas nunca explican bien esa diferencia.

A los tertulianos que pasan la mañana alrededor del ordenador les gusta el juez Bermúdez, «tan serio y profesional», y «disparan» contra los políticos, «que utilizan el 11-M para ganar votos», y contra los periodistas, que «confunden cuando no manipulan. La sangre de las víctimas no debe servir para ganar votos», dicen, mientras las páginas web que se refrescan a golpe de ratón suman años de condena y reacciones encadenadas. Abboshi murmura entonces que «hay mucho terrorista de boquilla entre los musulmanes, y también entre los españoles, los que buscan el enfrentamiento».

Alrededor de la mesa, y en la calle, sobrevuela el nombre de «El Egipcio», el único de los puestos en tela de juicio que los presentes dicen haber visto por la mezquita. Abdul, marroquí del norte, de tez blanca, explica que ha oído que sus amigos quieren prepararle una fiesta cuando vuelva al barrio, y añade que debería acudir a las televisiones, para «lavar su imagen».
Alguien que pasea cerca sonríe cuando conoce la absolución de «El Egipcio», aunque no sepa exactamente las circunstancias, una especie de solidaridad de piel, o de religión. Es un chasquido de dedos que pronto se borra por el discurso original: «Algunos son islamistas por la mañana, por la tarde venden droga y por la noche van de putas. ¿Cómo podemos asociar a esas personas con el Islam?», se pregunta Helal-Jamal Abboshi, padre de cuatro hijos españoles.

Al Yazira en el kebab

En el kebak «Rania», en la calle de Bravo Murillo, la estampa del juez y sus folios aparece detrás de un locutor de Al Yasira, la CNN árabe. Un par de clientes y la camarera, que mezcla las tiras de carne con lechuga y salsas de colores, siguen las noticias sin apartar los ojos de la pantalla, pero no aceptan fotos ni esbozan comentario alguno que se salga del carril del monosílabo o del lugar común: «Lo que diga la justicia».

La frase hecha se repite sin más condimentos en la carnicería cercana, en diferentes grupos que se paran de tertulia en la calle, y en los despachos del Centro Cultural Islámico de Madrid, la llamada mezquita de la M-30, donde el portavoz, Mohamed El Afifi, está de vacaciones, el imán «libra hoy», y el encargado de asuntos culturales asegura, mientras cierra la puerta, que «formamos parte de la sociedad española, y no veo por qué tenemos que opinar como practicantes de una religión; que se haga justicia, sencillamente».

En la segunda planta del edificio de Tetuán, Riay Tatary Bakry, responsable de la Unión de Comunidades Islámicas de España, sigue la sentencia por dos teléfonos, mientras expresa su opinión a otras tantas televisiones. «Quería decir que este día tiene que significar un punto y aparte, un regreso a la normalidad». Ya por la tarde, en una celebración familiar, añadía: «Hoy es el día de las víctimas. Debemos estar con ellas, con su sufrimiento, y mostrarles nuestro apoyo».

Riay Tatary lleva toda la vida en España, ha negociado en nombre de su comunidad con todos los partidos, y parece convencido de que «tras la sentencia podemos abrir la puerta a otra etapa sin confrontación». «Acatamos plenamente la verdad judicial. Hay que apoyarla y respetarla, porque es el único medio para normalizar las relaciones».

En su opinión, las condenas han dejado claro que los autores del atentado son un grupo que no representa de ninguna manera a la comunidad islámica española. Nosotros desaprobamos cualquier tipo de violencia, y no sólo eso, sino que trabajamos por favorecer la convivencia».
«Los conflictos que hemos detectado en estos tres años y medio -continúa- no han sido consecuencia directa de los atentados, sino de cómo algunos medios de comunicación parecen empeñados en señalar a todos los musulmanes como terroristas. Esa actitud de mezclarlo todo, de envenenar, sí que ha hecho muchos daños, porque unas semanas después del 11-M, las relaciones en la calle eran normales. Al cabo, todos nos conocen de siempre».

Televisiones apagadas

La pantalla del ordenador va de la televisión «on line» a los titulares de los periódicos, de la transmisión de las emisoras de radio a la página de inicio de Al Yazira. En la cuarta planta, la televisión sigue apagada. Ninguno de los fieles que pasan por el despacho de Helal-Jamal Abboshi reconoce un interés «más allá del de cualquier español» por el juicio y por la sentencia, aunque todos parecen simpatizar con la figura de ese juez «tan vehemente». Lo escuchan, asienten, preguntan qué significan en la Justicia española esos miles de años de los que se hablan, antes de descalzarse y sumergirse en el territorio de la oración, sobre la alfombra saudí que alguien regaló a la mezquita, para «pensar en todas las víctimas de la violencia».

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