viernes, 30 de noviembre de 2007

En son de paz

Marroquíes, saharauis, cubanos, estadounidenses, iraquíes... todos viven juntos y en armonía en Granada, aunque sus países de origen estén librando duras batallas

Granada, 29.11.07 - Ideal.es ÁNGELES PEÑALVER /

EN el mapa mundi actual ni el más intrépido de los exploradores lograría encontrar un lugar verdaderamente en paz. Una zona geográfica que no esté o haya estado recientemente en conflicto con otra es, lamentablemente, casi un milagro, ya sea de Buda, Alá o Dios. Pero encontrar nombres propios que vivan en armonía con sus conciudadanos, sean de donde sean, no es tan difícil... Y menos en Granada, ciudad en la que un iraquí puede dar clases amistosamente a jóvenes estadounidenses o un grupo de atentos alumnos saharauis prestar oídos a su venerado profesor marroquí. Cubanos y norteamericanos coinciden tocando en bandas de jazz y alumnos israelíes y palestinos suben los mismos escalones de la Escuela de Lenguas Modernas.

Pero también hay quien rechaza al prójimo por motivos políticos. Negarlo sería mentir. «Yo cuando veo a un estadounidense me cambio de acera para evitar roces», afirma un docente iraquí que finalmente prefiere no hablar. «No, no quiero tener amigos israelíes», contesta rotundo Yusef en plena calle Pavaneras, en el añejo barrio del Realejo. Ellos no son objeto de estas líneas.

El profesor iraquí Mushin Ismail Muhammad tiene fama de ser exigente con sus alumnos. Sólo ha dado una nota de diez en su vida. Fue el año pasado, a una alumna norteamericana apasionada por la lengua árabe. Este enamorado del Al-Andalus de ojos profundísimos, que se empañan al hablar de la Guerra de Irak, dice en tono recitativo: «El verdadero islam prohíbe usar el odio y hacer daño a los demás. Mis mejores amigos en Irak son cristianos».

Ismail rezuma sabiduría por los cuatro costados y sonríe al recordar que él es chiita y su mujer, también profesora de universidad, sunita. «El cambio radical sobre lo que significa el islam se produjo a partir del 11 de septiembre. Es una pena. La política estropea el pueblo de muchos países árabes y musulmanes», apostilla este hombre que se instaló definitivamente en España en 1995.

«Mis alumnos de la Universidad de Granada y del Centro de Lenguas Modernas provienen de todo el mundo y están muy contentos del diálogo y de la cercanía entre la gente que se establece aquí. Recuerdo aquel día en que mi hermana, que vive en otro mundo, en Alemania, se quedó asombrada porque un vecino al que no conocíamos nos dijo 'que aproveche' mientras comíamos en una terraza del Albaicín», explica.

«Andalucía, y sobre todo Granada, es otro mundo. Cuando pedí la nacionalidad española -aún no la tengo-, el juez me preguntó '¿por qué?'. 'Porque yo vivía en mi país como extranjero', le contesté», sentencia este ciudadano que ha sentido en sus entrañas el miedo «más de 30 años» debido al régimen de Sadam Hussein. No obstante, matiza: «El pueblo iraquí ama la vida y la democracia en paz y libertad. Lucha por ello y demuestra muchísimo coraje y valor».

El doctor Mushin se despide recordando que el «ser humano está por encima de todo. Deseamos y debemos comunicarnos los unos con los otros. Todos mis alumnos son como mis hijos, vengan del país que vengan. No puedo juzgar a un americano por la política de su país », reflexiona.

De Massachusetts

Marisa Massery aterrizó el pasado agosto en Granada desde un pequeño pueblo al norte del estado de Massachusetts, donde vive con sus padres. 'Estadounidense pacifista', así se define esta joven de 20 años que estudia negocios, humanidades y español. «Aquí me da miedo decir que soy de los EE UU porque la opinión sobre nosotros no es muy buena. Quiero decir a todo el mundo que dentro de mi país hay muchas opiniones, y que yo, por ejemplo, no comparto la política de Bush», señala amablemente esta hija de un libanés y una polaca para quien la educación «es lo primero».

«Aquí en Granada tengo amigos alemanes, croatas, norteamericanos... Me gusta mucho la convivencia que tenéis. Es buena. Me atrajo la idea de que aquí había bastantes musulmanes y podía oír hablar algo de árabe», añade esta joven cuyo padre ha tenido problemas de racismo en EE UU por «tener el pelo marrón». Cuando Marisa Massery despegue en diciembre con rumbo al otro lado del Atlántico en su cabeza llevará a hierro la idea que ya traía: «Es un error poner etiquetas a la gente».

Esa misma máxima comparte Damon Robinson, afroamericano nacido en California que da clases de inglés en Guadix. Llegó a España hace ya una década y aquí se quedó junto a su mujer, española.

Y es que él no tiene problemas con la gente oriunda de países que están en tensión con sus EE UU natales. Que si un gran amigo sirio, que si ha compartido banda (Funkdación) con un cubano... «Yo he viajado mucho por el mundo y no tengo una visión de las cosas similar al americano medio», explica este cantante al que Granada lo ha recibido «con las manos abiertas».

Con Nardy, el cubano que tocaba con él en Funkdación, se lleva a las mil maravillas, nada de rifirrafes por Bush y Castro. «Nosotros tenemos bastante en común, compartimos nuestra diáspora originaria desde África y en la música tenemos muchísima complicidad e inspiración. Hablamos el mismo idioma, el de la música. Eso es lo que importa», concluye.

El respeto

El saharaui Laroussi Haidar, profesor de la Facultad de Traductores, habla pausadamente, lo que sin duda le ha ayudado a entenderse con todo el mundo desde que llegó a España junto a su mujer, Fátima.

«Generalmente gran parte de los marroquíes con los que me he encontrado son ciudadanos de a pie que vienen a trabajar y la política les importa un comino. Cuando saben que soy saharaui me dicen que mi pueblo tiene derecho a luchar contra el gobierno alauita», explica este hombre que aboga porque se aplique el Derecho Internacional y la ONU convoque un referéndum para la autodeterminación del Sahara.

Con los marroquíes que ocupan las banquetas de sus clases la relación es «normal», «idéntica que con el resto de nacionalidades». Laroussi también estudió en la ciudad de la Alhambra, aunque ahora resida en la Costa del Sol. «Se nota la diferencia, en Granada la gente es más tolerante porque los ciudadanos llegan de todas partes con un buen nivel cultural», narra este musulmán que apela al respeto entre las personas para triunfar en una convivencia tranquila.

Esta amabilidad saharaui de Laroussi no desaparecería de su cara si algún día alguno de sus dos hijos le dijera: «Papá, me caso con un marroquí». «Hay un proverbio saharaui que dice 'Si tu hijo te dice que se va a casar con un palo dale la enhorabuena por el palo'. Yo haría eso, libertad para casarse cada uno con quien quiera», apostilla.

Pacífica

Con Laroussi se habrá cruzado alguna vez por la calle San Jerónimo Mourad Aboussi, natural de Agadir, un bello pueblo de la costa marroquí. Tras doce meses viviendo en la ciudad de la Alhambra ya está en condiciones de aseverar: «Granada, con 57.000 estudiantes, de los que gran parte son extranjeros, es una ciudad de convivencia. Para mí el pueblo español es encantador, muy humano». Él, como otros tantos veinteañeros alauitas, llegó para estudiar; en su caso, un máster de Cooperación Internacional.

Este licenciado en Filología Francesa se ha topado en su ciudad de adopción con cientos de inmigrantes, entre ellos argelinos y saharauis. «La convivencia pacífica es totalmente posible. Entre jóvenes estudiantes no debe haber tensiones políticas. Tener una tensión es reducir las posibilidades de desarrollo humano, que es lo más importante en esta fase de la vida», sentencia este elocuente chico que comparte espacio en la Fundación Euroárabe con Yasmine, una argelina. Entre ellos ha surgido el tema del cierre de frontera entre sus dos países, aunque no lo han debatido en profundidad.

«Si yo fuera muy nacionalista y dijera que el Sahara es de Marruecos, y Yasmine apoyara al Frente Polisario, quizás el diálogo sería más difícil al haber mucho compromiso político de los dos. Lo mejor es dejar aparte este tema entre estudiantes que debemos convivir; mejor que lo resuelvan los políticos», concluye Mourad Aboussi, apasionado de las relaciones personales y de escuchar a los dos bandos para entender verdaderamente conflictos como el del Sahara. Lamentablemente, Mourad sabe a ciencia cierta que su ímpetu conciliador es minoritario entre los ciudadanos de su país.

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