Zohair informa a los fieles musulmanes de la mezquita de la calle Perez del Pulgar, en Nou Barris, que pueden acudir a la comisaria de la calle Aiguablava para cualquier problema relacionado con la convivencia vecinal y la seguridad. Roder Vilallonga
Los policías van a las mezquitas porque su mensaje llega a muchos miembros de la comunidad a la vez
Soraya y Zohair son dos mossos d’esquadra de origen marroquí. Hablan árabe con soltura y eso es una herramienta de incalculable valor para su trabajo. Zoha, como le llaman cariñosamente, lleva casi dos años en la comisaría de Nou Barris y tiene ya una larga lista de contactos entre la comunidad extranjera. Soraya, que es cabo, hace poco que llegó a la misma comisaría y ahora está reconociendo el distrito. Llegan donde otros policías no pueden llegar. “Hacen que afloren problemáticas ocultas y que encontremos interlocutores muy válidos en la comunidad”, afirma su jefe, el responsable de los Mossos de Nou Barris, el inspector Joan Coll.
Coll pretende a toda costa “evitar una fractura social” en un barrio, por ejemplo, como el de Ciutat Meridiana, donde la población inmigrante supone el 36,5% de los vecinos. De hecho, el distrito de Nou Barris agrupa el 17,6% de toda la población extranjera de la ciudad de Barcelona.
“Debemos inspirar confianza inmediata”, añade el inspector. Con Zoha y muy pronto también con Soraya, lo consigue. El trabajo insistente de la policía de proximidad en Ciutat Meridiana, donde Zoha concentra la mayor parte de su jornada, ha disparado las denuncias presentadas por extranjeros, especialmente por ciudadanos de origen magrebí. Empiezan a confiar.
Al llegar a la plaza Roja, la que se considera centro neurálgico de Ciutat Meridiana y donde está también la estación del tren, los edificios del llamado desarrollismo español se imponen a los ojos del recién llegado. Es un barrio alejado del centro. Algunos creen que alejado de todo. Se cree que muchos barceloneses de nacimiento jamás han pisado las calles de Ciutat Meridiana. Seguro. Zoha sí lo hace. Se recorre continuamente el barrio y ello lo demuestra la cantidad de gente que le saluda al andar. Muchas veces en árabe, otras en castellano, las menos en catalán, pero también. El policía hace alarde de una gran memoria y pregunta a sus interlocutores por terceras personas refiriéndolo por el nombre. Del mismo modo, conoce la identidad de todos los comerciantes extranjeros; magrebíes, subsaharianos y latinos. Se da la circunstancia de que este último grupo de inmigrantes es el más numeroso de los que viven en Ciutat Meridiana, pero es más accesible para la labor policial porque no existe barrera idiomática. “Somos uno de los pocos comercios del barrio que venden carne de cerdo. Hacía falta porque existía una demanda”, comenta el responsable de una carnicería latina que se encuentra abierta en el mismo local donde antes se había instalado un comercio halal.
Los altos edificios colmena, dispuestos de forma escalonada, proyectan enormes sombras. En los bajos hay humildes comercios. La mayoría regentados por extranjeros. Faisal lleva el locutorio Costa Bona. Es un pakistaní con un muy buen dominio del castellano: “Es bueno saber que alguien está con nosotros, nos conoce y nos vigila”. Así habla del policía de origen marroquí que de vez en cuando lo visita. Le agradaría corresponderle. “Nos gustaría poder ayudarle”, afirma.
“Salam aleikum”, dice Zoha. “Aleikum salam”, contestan sus interlocutores. En este caso son cuatro jóvenes del instituto Ruiz Picasso, de primero, segundo y tercero de ESO. Ya han visto al policía en alguna ocasión dando alguna charla.
Soraya se acerca a ellos, pero se mantiene en segundo plano. Los chicos hablan con Zoha en árabe. Le están explicando que son marroquíes. La cabo Soraya escucha. De repente, les pregunta de buenas a primeras en la lengua en que está transcurriendo la conversación: “¿De qué parte de Marruecos sois?”. La sorpresa de los chicos es mayúscula. Son tres muchachos y una chica, hermana de uno de ellos. Lleva pañuelo en la cabeza y reconfortada por la presencia de la cabo, se queda junto a ella mientras el mosso d’esquadra, cuya familia procede de Tánger, les explica que deben confiar en la policía si tienen algún problema.
Sólo uno de ellos confiesa que le gustaría ser policía algún día. Cuando habla la cabo, la expectación es, si cabe, mayor. Soraya niega que su condición de mujer le haya dificultado el trabajo con algunos colectivos magrebíes. “El uniforme está por encima de la condición femenina. En su país, a los marroquíes la policía les infunde mucho respeto”, explica Soraya, cuyos orígenes familiares se sitúan en Tetuán.
Es el momento de la oración. Viernes al mediodía. Zoha quiere hablar a los llegados a dos oratorios, a dos pequeñas mezquitas, a las que van buena parte de los musulmanes de Ciutat Meridiana. Están en el vecino barrio de Trinitat Vella. Con el permiso de los imanes, habla a los fieles.
Islam España es el portal del islam en lengua española , un proyecto de futuro para la convivencia,la cooperación y el diálogo.
Los policías van a las mezquitas porque su mensaje llega a muchos miembros de la comunidad a la vez
Soraya y Zohair son dos mossos d’esquadra de origen marroquí. Hablan árabe con soltura y eso es una herramienta de incalculable valor para su trabajo. Zoha, como le llaman cariñosamente, lleva casi dos años en la comisaría de Nou Barris y tiene ya una larga lista de contactos entre la comunidad extranjera. Soraya, que es cabo, hace poco que llegó a la misma comisaría y ahora está reconociendo el distrito. Llegan donde otros policías no pueden llegar. “Hacen que afloren problemáticas ocultas y que encontremos interlocutores muy válidos en la comunidad”, afirma su jefe, el responsable de los Mossos de Nou Barris, el inspector Joan Coll.
Coll pretende a toda costa “evitar una fractura social” en un barrio, por ejemplo, como el de Ciutat Meridiana, donde la población inmigrante supone el 36,5% de los vecinos. De hecho, el distrito de Nou Barris agrupa el 17,6% de toda la población extranjera de la ciudad de Barcelona.
“Debemos inspirar confianza inmediata”, añade el inspector. Con Zoha y muy pronto también con Soraya, lo consigue. El trabajo insistente de la policía de proximidad en Ciutat Meridiana, donde Zoha concentra la mayor parte de su jornada, ha disparado las denuncias presentadas por extranjeros, especialmente por ciudadanos de origen magrebí. Empiezan a confiar.
Al llegar a la plaza Roja, la que se considera centro neurálgico de Ciutat Meridiana y donde está también la estación del tren, los edificios del llamado desarrollismo español se imponen a los ojos del recién llegado. Es un barrio alejado del centro. Algunos creen que alejado de todo. Se cree que muchos barceloneses de nacimiento jamás han pisado las calles de Ciutat Meridiana. Seguro. Zoha sí lo hace. Se recorre continuamente el barrio y ello lo demuestra la cantidad de gente que le saluda al andar. Muchas veces en árabe, otras en castellano, las menos en catalán, pero también. El policía hace alarde de una gran memoria y pregunta a sus interlocutores por terceras personas refiriéndolo por el nombre. Del mismo modo, conoce la identidad de todos los comerciantes extranjeros; magrebíes, subsaharianos y latinos. Se da la circunstancia de que este último grupo de inmigrantes es el más numeroso de los que viven en Ciutat Meridiana, pero es más accesible para la labor policial porque no existe barrera idiomática. “Somos uno de los pocos comercios del barrio que venden carne de cerdo. Hacía falta porque existía una demanda”, comenta el responsable de una carnicería latina que se encuentra abierta en el mismo local donde antes se había instalado un comercio halal.
Los altos edificios colmena, dispuestos de forma escalonada, proyectan enormes sombras. En los bajos hay humildes comercios. La mayoría regentados por extranjeros. Faisal lleva el locutorio Costa Bona. Es un pakistaní con un muy buen dominio del castellano: “Es bueno saber que alguien está con nosotros, nos conoce y nos vigila”. Así habla del policía de origen marroquí que de vez en cuando lo visita. Le agradaría corresponderle. “Nos gustaría poder ayudarle”, afirma.
“Salam aleikum”, dice Zoha. “Aleikum salam”, contestan sus interlocutores. En este caso son cuatro jóvenes del instituto Ruiz Picasso, de primero, segundo y tercero de ESO. Ya han visto al policía en alguna ocasión dando alguna charla.
Soraya se acerca a ellos, pero se mantiene en segundo plano. Los chicos hablan con Zoha en árabe. Le están explicando que son marroquíes. La cabo Soraya escucha. De repente, les pregunta de buenas a primeras en la lengua en que está transcurriendo la conversación: “¿De qué parte de Marruecos sois?”. La sorpresa de los chicos es mayúscula. Son tres muchachos y una chica, hermana de uno de ellos. Lleva pañuelo en la cabeza y reconfortada por la presencia de la cabo, se queda junto a ella mientras el mosso d’esquadra, cuya familia procede de Tánger, les explica que deben confiar en la policía si tienen algún problema.
Sólo uno de ellos confiesa que le gustaría ser policía algún día. Cuando habla la cabo, la expectación es, si cabe, mayor. Soraya niega que su condición de mujer le haya dificultado el trabajo con algunos colectivos magrebíes. “El uniforme está por encima de la condición femenina. En su país, a los marroquíes la policía les infunde mucho respeto”, explica Soraya, cuyos orígenes familiares se sitúan en Tetuán.
Es el momento de la oración. Viernes al mediodía. Zoha quiere hablar a los llegados a dos oratorios, a dos pequeñas mezquitas, a las que van buena parte de los musulmanes de Ciutat Meridiana. Están en el vecino barrio de Trinitat Vella. Con el permiso de los imanes, habla a los fieles.
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