viernes, 18 de febrero de 2011

Pilares de la manipulación de la revolución egipcia

Madrid,18/02/2011,kaosenlared.net,Wilhelm Liebknecht


La prensa está estructurando sus informaciones en base a tres características fundamentales de la revolución egipcia, manipulando a su antojo el derrocamiento de un tirano como Mubarak.

La sociedad del espectáculo siempre nos ofrece nuevas imágenes para saciar nuestras necesidades de consumo, la acumulación de capitales ha llegado a un grado tan elevado que se ha convertido en imagen. La mercantilización de nuestras vidas nos hace dependientes de la mercancía, siendo en este caso la información una forma de mercancía más. Visionamos diariamente un número incansable de imágenes que nos son inyectadas como si de un suero permanente se trataran, ya sea en forma de información, vídeos, publicidad, películas, mítines o prensa. En la sociedad del espectáculo en la que vivimos, la realidad se despliega como un objeto de mera contemplación, todo lo vivido se convierte en una simple representación de lo que realmente existe. Los medios de comunicación son su exponente más claro y definido, pero a la vez son uno de los agentes más primarios para la transmisión de la alienación dominante de lo espectacular integrado. Si observamos detenidamente los dictados de los principales canales de comunicación y voceros del sistema al respecto de las revueltas en el mundo árabe, veremos sus contradicciones internas. Se encuentran en una situación límite, ante la cual no saben cómo reaccionar, en un contexto en el que diariamente nuevos trabajadores se suman a la movilización, de Teherán a Alger, de El Cairo a Wisconsin. Estas líneas van dedicadas a todos ellos.

El análisis objetivo de los profesionales de la política a sueldo de los intereses del espectáculo, les impide saber las premisas desde las que estudiar una situación revolucionaria tan peligrosa como son las insurrecciones que día a día se extienden por todo el mundo árabe, su desesperación e incapacidad al no poder repetir sus dogmatismos teóricos en una situación no creada por los resortes de su espectáculo, les supera. Al olvidar la perspectiva de clase social de las protestas, no pueden comprender su extensión como si de pólvora llameante se trataran, derrocando fronteras y tiranos alrededor de la región. Intentan otorgarles un tinte unitario, creando así un ente ficticio que es el pueblo en ebullición contra el tirano. Pese a tratarse de la vanguardia intelectual de nuestra sociedad, sus voceros parecen no haberse percatado aún que los pueblos no existen; sólo existen las clases sociales. Al fin y al cabo, las grandes corporaciones beneficiadas por el régimen de Mubarak no parecían demasiado interesadas en su derrocamiento, como tampoco poderes como Francia o Estados Unidos, máximos aliados de la autocracia egipcia.

La prensa, pese a estar acostumbrada a llenar constantemente nuestras casas de imágenes desgarradoras que buscan el más burdo sensacionalismo, mítines políticos insulsos y artículos de opinión mediocres, se encuentra por primera vez saturada. No puede llenar sus telediarios con imágenes ni información insípida que ha de tener como objetivo la pasividad y el desinterés del espectador ante tanta palabrería y sucesos. Por una vez, ha de medir meticulosamente sus palabras, vídeos, y gestos, pues corre el peligro de que los trabajadores del mundo se unan indisolublemente a la causa de los trabajadores árabes, y se enfrenten contra sus propios tiranos. Los periodistas y noticiarios, al no estar especializados en nada, pero pretendiendo aún así ofrecer su particular visión sesgada de los acontecimientos, se muestran aún más pavorosos que los analistas políticos.

En esta ocasión, no pueden recurrir a la sabia opinión dictada por los especialistas y tecnócratas de la política, así que se centran únicamente en unos puntos muy concretos, siguiendo un mecanismo repetido de forma diaria, que es además muy fácil de predecir si uno es capaz de penetrar más allá de su cascada de palabrería. La mercantilización de la vida cotidiana, la repetición de las tareas y diálogos que ha asolado nuestras vidas bajo la bandera de la sociedad de consumo, no ha sido ajena a la gran prensa, que día tras día repite los mismos análisis. La información al respecto del alzamiento en Egipto se estructura en tres pilares básicos, que se interrelacionan entre sí.

1. El criminal ejército egipcio, como un agente neutral y el garante de la paz en el territorio. Desde el principio de la revolución el día 25 de enero, es el responsable de miles de personas desaparecidas, centenares de detenciones, torturas, abusos y asesinatos selectivos contra los opositores al régimen según The Guardian, apoyado en datos de Human Rights Watch. Se proclama como el guardián del orden y el responsable de una transición democrática, por supuesto olvidando el rol colaboracionista mantenido con la dictadura de Mubarak durante más de tres décadas. Se le sitúa además como un ente paternalista y ordenado, que está por encima de los gobiernos y ha de organizar a la población descontrolada ante el vacío de poder para no desembocar en una situación anárquica.

En las últimas horas además, tras la violación de la periodista Lara Logan, se ha conseguido criminalizar y estigmatizar a todos los protestantes como violadores en potencia, y reforzar aún más el papel paternalista del ejército. Más que nunca, hemos de recordar que ningún ejército es el guardián de la paz, y mucho menos de la democracia.

2. Ningún trabajador ha salido a la calle, no salgáis vosotros. Recelosos de atribuir el derrocamiento a una clase social en concreto, la mediática Plaza Tahrir, único foco de las cámaras de la mass media, parece que cada noche se llenaba de millares de personas ajenas a clases sociales. Siguiendo las premisas básicas de los tecnócratas políticos, el pueblo ha sido el que ha realizado la revolución. De nada sirve recordar que durante las primeras protestas convocadas por las redes sociales que tanto han glorificado los periodistas, había muchas razones por las que dudar que la dictadura caería, y que Mubarak dimitió tan sólo dos días después de que los trabajadores egipcios empezaran a autoorganizarse, a hacer huelgas en demanda por unas mejores condiciones de trabajo, a ocupar fábricas, a movilizarse y a gestar verdaderamente el caldo de cultivo de una revolución social.

El vicepresidente Suleiman fue de los primeros en percatarse del peligro de la situación de conflictividad social, y ordenó una dura represión contra los trabajadores en un intento de evitar la desobediencia civil ante el ejército. El Canal de Suez, que es escenario de huelgas masivas en sus empresas colindantes, es diariamente visitado por portaaviones estadounidenses. Parece que cuando las revueltas adquieren tintes de clase, ya no crean tanta simpatía por parte de los grandes capitalistas. Para su mayor desgracia, la noche del 15 de febrero los trabajadores de la mayor empresa pública de Egipto, la Misr Spinning and Weaving Company, que apliega más de 24.000 asalariados, decretaron una huelga indefinida que persiste, y además se añadió a las múltiples que están realizando otros trabajadores del país, destacando la seguida por más de 20.000 trabajadores de Muhalla, que han reavivado sus demandas salariales con una nueva huelga. La revolución no ha acabado tras el derrocamiento de Mubarak, la verdadera revolución egipcia justo acaba de empezar.

3. Los Hermanos Musulmanes, la única oposición al régimen. Más allá de condenar el apoyo de países que se autodenominan democráticos a la sanguinaria dictadura de Mubarak, como Estados Unidos o Francia, que incluso entrenó a su policía para reprimir las protestas que se avecinaban, la prensa está mostrando a Mubarak como un mal necesario para poner freno al peligroso islamismo de la región. Los Hermanos Musulmanes resultan ser ahora la única organización política que se oponía al régimen para instaurar a su propio autócrata islámico. Ellos no organizaron las protestas, no apoyaron a los manifestantes hasta que Mubarak tuvo las horas contadas, y fueron los primeros sorprendidos ante un levantamiento tan espectacular de los trabajadores egipcios, a los que en ningún momento apoyaron ni ayudaron. Ahora que el tirano ha caído, buscan ser los nuevos títeres del imperialismo, y ejercer el rol que Mubarak realizó de forma excelente durante más de treinta años. No es casualidad que pese a ser tan islámicos y radicales, son los primeros que están negociando con el ejército egipcio, con la intención realizar una pseudotransición para suplantar a los antiguos líderes, si con eso pueden convertirse en las nuevas marionetas del capital en la región.

La manipulación mediática, pese a ser realizada con esmero por los más fieles servos del orden jerárquico espectacular, está sometida a un ritmo cada día más asfixiante en una sociedad global. Sus propios actores son incapaces de interpretar la información que transmiten sin verse absorbidos ellos mismos por su propio torbellino de sobreinformación. Los propios gobiernos, máximos garantes del orden social capitalista, quedan sin respuesta ante la rapidez con la que se está propagando la revuelta. Los nuevos frentes de lucha que aparecen en el horizonte de los trabajadores son polifacéticos pero siempre tienen un mismo enemigo, una misma clase social que mantiene regímenes dictatoriales cambiando únicamente sus actores, sometiéndonos a la dictadura de lo mercantil, a otro tipo de espectáculo, coartando nuestra propia vida. Si de verdad los trabajadores pretenden vencer la guerra de clases que se avecina, deberán estar a la altura de los acontecimientos.

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