La revolución egipcia marca una perspectiva al conjunto de las masas de las diferentes naciones y, de ese modo, socava a la reacción política internacional
El derrocamiento de Mubarak ha parado a la revolución egipcia sobre sus propios pies. Es lo que descuidan quienes advierten, correctamente, que el régimen político establecido sigue en pie o quienes caracterizan la partida del dictador como un golpe de Estado que el mando militar ejecutó en función de sus propios intereses. A renglón seguido de la revolución en Túnez, la revolución egipcia se destaca por su alcance o carácter internacional. Ya nadie discute que es una expresión política de la crisis capitalista mundial, que se manifiesta en este caso en la inflación del precio de los alimentos -Egipto es el principal importador de trigo, cuyo precio ha subido un ciento por ciento en el último medio año.
La crisis alimentaria ya está moviendo a las masas en otros países -Bolivia ha vuelto al centro de la escena en los últimos días, luego del llamado ‘gasolinazo' de hace un mes y medio.
El levantamiento popular en Egipto le ha dado, asimismo, una forma definitiva a la revolución en los países árabes e incluso musulmanes, como lo muestra la acentuación de la movilización de masas en Túnez, Argelia, Bahrain, Jordania, Yemen e incluso en los territorios palestinos -y ha reabierto la crisis política en Irán. Pero más allá de esto, la revolución egipcia ha alterado la posición de Israel en el Medio Oriente, que simplemente asiste al derrumbe político de su principal aliado en la región. Menos atendido, el gigantesco movimiento de masas en Egipto está operando como un inspirador al movimiento popular que busca acabar con Berlusconi en Italia, y lo mismo vale para Francia, luego de las gigantescas movilizaciones del año pasado en este país contra la contrarreforma jubilatoria (Italia y Francia son dos Estados imperialistas vinculados históricamente con la opresión nacional del norte de Africa).
En Estados Unidos, finalmente, la revolución egipcia ha abierto un principio de crisis política, que condiciona las posibilidades de gobierno de Obama. La derecha se ha agazapado con la tesis de que Obama sería el Jimmy Carter, que en su oportunidad habría ‘perdido' a Irán como consecuencia de la revolución del 13 de febrero de 1979. La intervención extraordinaria que ha tenido el gobierno norteamericano para ‘arbitrar' entre las camarillas egipcias acosadas por el levantamiento popular -entre ellas las fracciones democratizantes del movimiento popular-, lo ata al destino de la revolución en curso. Obama está forzado a encauzar la revolución dentro de los marcos capitalistas y del status quo en el Medio Oriente para aspirar a la reelección dentro de dos años -e incluso su mandato a corto plazo. Estados Unidos enfrenta una crisis fiscal gigantesca y se apresta a imponer un plan de austeridad que implica, en primer lugar, una poda gigantesca de los gastos sociales -encima de una desocupación del orden del 20%.
Obreros y soldados
Los medios de comunicación abundan ahora en informaciones sobre el desencadenamiento de huelgas obreras en Egipto, lo cual marca, sin el menor rastro duda, una profundización del proceso revolucionario. Pero no se trata solamente de una "liberación de fuerzas" desatada por la caída de Mubarak: ha sido el factor decisivo o el golpe final que propició esa caída. Las huelgas comenzaron varios días antes de la partida del dictador y adquirieron su punto más alto el 10 de enero, el día previo a la renuncia de Mubarak. O sea que debutaron como huelgas políticas que ligaban la satisfacción de las reivindicaciones económicas al derrocamiento del régimen. Esto desmiente la versión que presenta a la revolución como un fenómeno ‘bloggero', en un claro intento de definir (y orientar) a la revolución como un proceso estrictamente democrático, no social, e incluso como ‘occidental', o sea identificado con la demagogia democratizante del imperialismo mundial. Pero "la revolución no será twitteada": la clase obrera ha sido la más activa en la oposición a Mubarak, al menos desde las huelgas de 2005, duramente reprimidas por la dictadura.
Una de las iniciativas más importantes de las huelgas obreras ha sido desautorizar a la burocracia sindical del régimen, impulsar su expulsión de la Federación de Sindicatos y desarrollar una nueva dirección.
En la agenda de la revolución ha quedado instalada la convocatoria de un Congreso de Bases. Para los observadores más entrenados con la política regional, el otro factor decisivo que llevó al desahucie del gobierno fue la verificación de que no contaban con el acatamiento de la tropa de las fuerzas armadas para una alternativa represiva.
Luego de la salida de Mubarak se han producido huelgas entre el personal policial y manifestaciones de confraternización de los soldados. Estas tendencias esbozan una perspectiva de alianza de la clase obrera con la base del ejército, incluidos oficiales de menor graduación. Estas tenencias muestran la envergadura que ha alcanzado el proceso revolucionario -y condicionan el proceso político que se ha iniciado.
Asamblea Constituyente
Mubarak se llevó con él al vice que había designado para sucederlo, el super espía Suleimán, pero nada más. El nuevo gobierno es el mismo que había designado de ‘faraón' descartado. Aunque disolvió la asamblea nacional de Mubarak, el régimen de excepción con el que gobernó Mubarak no ha sido derogado ni han sido liberados los presos políticos. La hoja de ruta de los sucesores se limita a lo siguiente: que un comité, con integrantes de la oposición, redacte un proyecto de Constitución que sería sometido a referendo y realizar elecciones en seis meses. No contempla satisfacer ninguna reivindicación social -por el contrario, ha amenazado a las huelgas con el establecimiento de la ley marcial.
La inadecuación de este planteo con la situación política es abismal, lo cual no ha impedido que le diera su aprobación el grupo ‘bloggero' que encabeza un ejecutivo de Google, en una reunión oficial que mantuvo con el primer ministro. También ha recibido la aprobación del ex inspector de la ONU, El Baradei, e incluso de varios voceros de la Hermandad Musulmana.
La revolución se ha parado sobre sus propios pies y ha obligado al régimen político a reorientar la ruta que tenía establecida, pero todavía lo ha dejado indemne, y aun más al aparato estatal. Es decir que aún están lejos de ser realizados los objetivos mínimos de la revolución. La alianza de fuerzas opositoras reivindica esta salida porque prevé, mediante las elecciones, la salida del gobierno en un plazo breve, pero fundamentalmente porque ella también quiere poner fin al proceso deliberativo.
La burguesía y una parte de la pequeña burguesía reclaman reanudar el proceso económico alterado por la crisis revolucionaria. El planteo tiene el apoyo abierto de Obama y es la nueva línea de contención para Israel, Arabia Saudita y otros regímenes amenazados. Pero el apoyo de la oposición al planteo del gobierno es todavía más inadecuado que el propio planteo. El nuevo gobierno está a la búsqueda de una interrupción de la movilización popular para aplastar la revolución y mantener el régimen repudiado. La contrarrevolución necesita derribar a la revolución del pedestal que ha conquistado. Las masas necesitan, por el contrario, valerse de ese pedestal para desarrollar sus propias organizaciones, que es la vía para que puedan convertirse en alternativa de poder.
Esta caracterización indica que la reivindicación de una Asamblea Constituyente inmediata, sería la más adecuada a la etapa actual de la revolución y de la organización y conciencia de las masas. Marca una línea de delimitación con el régimen y, por lo tanto, clarifica los términos de una oposición política.
Una Asamblea Constituyente es incompatible con la continuidad del gobierno de Mubarak sin Mubarak y por eso plantea la necesidad de que un gobierno nacido de las masas realice la convocatoria. Por eso, el reclamo de la Constituyente debería servir para desarrollar las organizaciones obreras, no solamente una nueva central sindical que agrupe al conjunto de las masas movilizadas, incluidos los campesinos pobres. Debería servir, asimismo, para organizar el control obrero en las empresas y comités de barrios para supervisar los abastecimientos.
La cuestión internacional
La insistencia del sionismo y de la derecha norteamericana en que la revolución implica una amenaza para Israel y para ‘la paz' en la región significa que están preparando una guerra, como último recurso, si fracasan los planes continuistas. La guerra ha sido el recurso reiterado de la reacción contra todas las revoluciones a través de la historia. Es necesario advertir estas intenciones y denunciarlas por medio de una campaña internacional.
La revolución debe operar por medio del "efecto demostración": al profundizar su propio rumbo, la revolución egipcia le marca una perspectiva al conjunto de las masas de las diferentes naciones y, de ese modo, socava a la reacción política internacional. Una "unidad árabe para terminar con el sionismo" sería funcional a la reacción, por la doble razón de que sería una alianza con la contrarrevolución interior y un pretexto de guerra para el imperialismo.
El planteo adecuado debería ser la unidad de los explotados de las naciones árabes (incluidos los árabes palestinos que habitan Israel) para derrocar a sus regímenes opresores sin distinción de tendencia política. La Autoridad Palestina, por ejemplo, acaba de convocar a elecciones completamente truchas para legitimar a su gobierno proyanqui y prosionista.
Un boicot a estas elecciones debería estar presidido por el reclamo de una Asamblea Constituyente que reúna a Cisjordania y Gaza, para reivindicar el planteo de una República Unica en todo el territorio histórico de Palestina con iguales derechos para árabes y judíos, y el respeto al retorno de la población palestina expulsada por el sionismo. La política internacional de la revolución en el Medio Oriente debe ser la de impulsar los procesos revolucionarios mediante el ejemplo propio y la denuncia de los preparativos de guerra de parte del imperialismo, el sionismo y la reacción árabe.
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El derrocamiento de Mubarak ha parado a la revolución egipcia sobre sus propios pies. Es lo que descuidan quienes advierten, correctamente, que el régimen político establecido sigue en pie o quienes caracterizan la partida del dictador como un golpe de Estado que el mando militar ejecutó en función de sus propios intereses. A renglón seguido de la revolución en Túnez, la revolución egipcia se destaca por su alcance o carácter internacional. Ya nadie discute que es una expresión política de la crisis capitalista mundial, que se manifiesta en este caso en la inflación del precio de los alimentos -Egipto es el principal importador de trigo, cuyo precio ha subido un ciento por ciento en el último medio año.
La crisis alimentaria ya está moviendo a las masas en otros países -Bolivia ha vuelto al centro de la escena en los últimos días, luego del llamado ‘gasolinazo' de hace un mes y medio.
El levantamiento popular en Egipto le ha dado, asimismo, una forma definitiva a la revolución en los países árabes e incluso musulmanes, como lo muestra la acentuación de la movilización de masas en Túnez, Argelia, Bahrain, Jordania, Yemen e incluso en los territorios palestinos -y ha reabierto la crisis política en Irán. Pero más allá de esto, la revolución egipcia ha alterado la posición de Israel en el Medio Oriente, que simplemente asiste al derrumbe político de su principal aliado en la región. Menos atendido, el gigantesco movimiento de masas en Egipto está operando como un inspirador al movimiento popular que busca acabar con Berlusconi en Italia, y lo mismo vale para Francia, luego de las gigantescas movilizaciones del año pasado en este país contra la contrarreforma jubilatoria (Italia y Francia son dos Estados imperialistas vinculados históricamente con la opresión nacional del norte de Africa).
En Estados Unidos, finalmente, la revolución egipcia ha abierto un principio de crisis política, que condiciona las posibilidades de gobierno de Obama. La derecha se ha agazapado con la tesis de que Obama sería el Jimmy Carter, que en su oportunidad habría ‘perdido' a Irán como consecuencia de la revolución del 13 de febrero de 1979. La intervención extraordinaria que ha tenido el gobierno norteamericano para ‘arbitrar' entre las camarillas egipcias acosadas por el levantamiento popular -entre ellas las fracciones democratizantes del movimiento popular-, lo ata al destino de la revolución en curso. Obama está forzado a encauzar la revolución dentro de los marcos capitalistas y del status quo en el Medio Oriente para aspirar a la reelección dentro de dos años -e incluso su mandato a corto plazo. Estados Unidos enfrenta una crisis fiscal gigantesca y se apresta a imponer un plan de austeridad que implica, en primer lugar, una poda gigantesca de los gastos sociales -encima de una desocupación del orden del 20%.
Obreros y soldados
Los medios de comunicación abundan ahora en informaciones sobre el desencadenamiento de huelgas obreras en Egipto, lo cual marca, sin el menor rastro duda, una profundización del proceso revolucionario. Pero no se trata solamente de una "liberación de fuerzas" desatada por la caída de Mubarak: ha sido el factor decisivo o el golpe final que propició esa caída. Las huelgas comenzaron varios días antes de la partida del dictador y adquirieron su punto más alto el 10 de enero, el día previo a la renuncia de Mubarak. O sea que debutaron como huelgas políticas que ligaban la satisfacción de las reivindicaciones económicas al derrocamiento del régimen. Esto desmiente la versión que presenta a la revolución como un fenómeno ‘bloggero', en un claro intento de definir (y orientar) a la revolución como un proceso estrictamente democrático, no social, e incluso como ‘occidental', o sea identificado con la demagogia democratizante del imperialismo mundial. Pero "la revolución no será twitteada": la clase obrera ha sido la más activa en la oposición a Mubarak, al menos desde las huelgas de 2005, duramente reprimidas por la dictadura.
Una de las iniciativas más importantes de las huelgas obreras ha sido desautorizar a la burocracia sindical del régimen, impulsar su expulsión de la Federación de Sindicatos y desarrollar una nueva dirección.
En la agenda de la revolución ha quedado instalada la convocatoria de un Congreso de Bases. Para los observadores más entrenados con la política regional, el otro factor decisivo que llevó al desahucie del gobierno fue la verificación de que no contaban con el acatamiento de la tropa de las fuerzas armadas para una alternativa represiva.
Luego de la salida de Mubarak se han producido huelgas entre el personal policial y manifestaciones de confraternización de los soldados. Estas tendencias esbozan una perspectiva de alianza de la clase obrera con la base del ejército, incluidos oficiales de menor graduación. Estas tenencias muestran la envergadura que ha alcanzado el proceso revolucionario -y condicionan el proceso político que se ha iniciado.
Asamblea Constituyente
Mubarak se llevó con él al vice que había designado para sucederlo, el super espía Suleimán, pero nada más. El nuevo gobierno es el mismo que había designado de ‘faraón' descartado. Aunque disolvió la asamblea nacional de Mubarak, el régimen de excepción con el que gobernó Mubarak no ha sido derogado ni han sido liberados los presos políticos. La hoja de ruta de los sucesores se limita a lo siguiente: que un comité, con integrantes de la oposición, redacte un proyecto de Constitución que sería sometido a referendo y realizar elecciones en seis meses. No contempla satisfacer ninguna reivindicación social -por el contrario, ha amenazado a las huelgas con el establecimiento de la ley marcial.
La inadecuación de este planteo con la situación política es abismal, lo cual no ha impedido que le diera su aprobación el grupo ‘bloggero' que encabeza un ejecutivo de Google, en una reunión oficial que mantuvo con el primer ministro. También ha recibido la aprobación del ex inspector de la ONU, El Baradei, e incluso de varios voceros de la Hermandad Musulmana.
La revolución se ha parado sobre sus propios pies y ha obligado al régimen político a reorientar la ruta que tenía establecida, pero todavía lo ha dejado indemne, y aun más al aparato estatal. Es decir que aún están lejos de ser realizados los objetivos mínimos de la revolución. La alianza de fuerzas opositoras reivindica esta salida porque prevé, mediante las elecciones, la salida del gobierno en un plazo breve, pero fundamentalmente porque ella también quiere poner fin al proceso deliberativo.
La burguesía y una parte de la pequeña burguesía reclaman reanudar el proceso económico alterado por la crisis revolucionaria. El planteo tiene el apoyo abierto de Obama y es la nueva línea de contención para Israel, Arabia Saudita y otros regímenes amenazados. Pero el apoyo de la oposición al planteo del gobierno es todavía más inadecuado que el propio planteo. El nuevo gobierno está a la búsqueda de una interrupción de la movilización popular para aplastar la revolución y mantener el régimen repudiado. La contrarrevolución necesita derribar a la revolución del pedestal que ha conquistado. Las masas necesitan, por el contrario, valerse de ese pedestal para desarrollar sus propias organizaciones, que es la vía para que puedan convertirse en alternativa de poder.
Esta caracterización indica que la reivindicación de una Asamblea Constituyente inmediata, sería la más adecuada a la etapa actual de la revolución y de la organización y conciencia de las masas. Marca una línea de delimitación con el régimen y, por lo tanto, clarifica los términos de una oposición política.
Una Asamblea Constituyente es incompatible con la continuidad del gobierno de Mubarak sin Mubarak y por eso plantea la necesidad de que un gobierno nacido de las masas realice la convocatoria. Por eso, el reclamo de la Constituyente debería servir para desarrollar las organizaciones obreras, no solamente una nueva central sindical que agrupe al conjunto de las masas movilizadas, incluidos los campesinos pobres. Debería servir, asimismo, para organizar el control obrero en las empresas y comités de barrios para supervisar los abastecimientos.
La cuestión internacional
La insistencia del sionismo y de la derecha norteamericana en que la revolución implica una amenaza para Israel y para ‘la paz' en la región significa que están preparando una guerra, como último recurso, si fracasan los planes continuistas. La guerra ha sido el recurso reiterado de la reacción contra todas las revoluciones a través de la historia. Es necesario advertir estas intenciones y denunciarlas por medio de una campaña internacional.
La revolución debe operar por medio del "efecto demostración": al profundizar su propio rumbo, la revolución egipcia le marca una perspectiva al conjunto de las masas de las diferentes naciones y, de ese modo, socava a la reacción política internacional. Una "unidad árabe para terminar con el sionismo" sería funcional a la reacción, por la doble razón de que sería una alianza con la contrarrevolución interior y un pretexto de guerra para el imperialismo.
El planteo adecuado debería ser la unidad de los explotados de las naciones árabes (incluidos los árabes palestinos que habitan Israel) para derrocar a sus regímenes opresores sin distinción de tendencia política. La Autoridad Palestina, por ejemplo, acaba de convocar a elecciones completamente truchas para legitimar a su gobierno proyanqui y prosionista.
Un boicot a estas elecciones debería estar presidido por el reclamo de una Asamblea Constituyente que reúna a Cisjordania y Gaza, para reivindicar el planteo de una República Unica en todo el territorio histórico de Palestina con iguales derechos para árabes y judíos, y el respeto al retorno de la población palestina expulsada por el sionismo. La política internacional de la revolución en el Medio Oriente debe ser la de impulsar los procesos revolucionarios mediante el ejemplo propio y la denuncia de los preparativos de guerra de parte del imperialismo, el sionismo y la reacción árabe.
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