La Turquía de Erdogan se aparta del anclaje occidental para reivindicar su condición de potencia musulmana regional
El despliegue de cuatro fragatas y un submarino en el operativo naval de la OTAN frente a las costas libias y su labor de mediación ante los regímenes del norte de África ha situado a Turquía en la vanguardia aliada en el Mediterráneo, una proyección de fuerza que responde en realidad a la creciente vocación de líder regional de Ankara, y no tanto a un forofismo atlántico que, de hecho, ha decrecido desde la victoria electoral en 2002 del partido islamista (algunos dicen que post-islamista), AKP, del primer ministro Erdogan.
Frente al tradicional anclaje de Turquía como país occidental aunque musulmán y miembro innegociable de la comunidad atlántica, el AKP ha desplegado en esta década una política de distanciamiento contra los dos líderes occidentales en la región —Israel y EE.UU.—, de frialdad hacia la UE —con unas negociaciones de adhesión empantanadas—, y de búsqueda del liderazgo en Oriente Medio como potencia «musulmana».
«Una de las fuentes del creciente “poder blando” de Turquía en la zona ha sido el deslindarse de la estrategia de EE.UU. para dejar de ser percibido como parte integral de la política de Washington en Oriente Medio, con decisiones como la negativa a dejar pasar sus tropas para abrir el frente norte en 2003 contra Sadam Husein, o las críticas fortísimas a Israel en la invasión de Gaza y el incidente de la “flotilla humanitaria”», explicaba recientemente en Ankara Meliha Altunisik, analista de la prestigiosa Universidad Técnica de Oriente Medio de la capital turca. «Las relaciones de Turquía con la UE están cuanto menos en situación de “suspensión ambigua”, y existen claramente diferencias muy serias con EE.UU.», reconoce con preocupación Faruk Lögöglu, embajador y responsable de política exterior del opositor CHP, el otro gran partido turco, laico y pro-occidental.
Calificada de «neo-otomana» por quienes ven veleidades hegemónicas, y de «política de cero problemas con los vecinos» por el gobierno, Turquía ha apostado por una discreta pero efectiva política de interacción amable con antiguos rivales como Siria o Irak, e incluso con tradicionales piedras en el zapato como Armenia o Grecia. Pero, sobre todo, ha multiplicado sus lazos comerciales, financieros y humanos con los países árabes del arco mediterráneo, con Rusia, los Balcanes o con Irán —en 2010, Turquía recibió un millón de turistas iraníes—. La prensa turca destaca el probable trasvase a Turquía de plantas automovilísticas alemanas o textiles italianas ubicadas en los agitados Egipto o Túnez.
Unos movimientos que apuntan, según numerosos analistas, a un afán de reubicarse estratégicamente, poniendo una prudente distancia con Occidente para reivindicar su condición de potencia musulmana entre Oriente y Occidente.
La posición oficial es negar estas pretensiones ambiciosas y reafirmar la apuesta europea del país. «No tenemos un plan B, el destino de Turquía es europeo», explica Ayse Sezgin, directora general para Europa del ministerio de Exteriores turco. «Y no tenemos ningún modelo “neo-otomano” que exportar, sino una clara política de cero problemas con nuestros vecinos», aclara. En la crisis libia, Turquía ha retrasado hasta el último momento la asunción por la OTAN del mando de la operación, para distanciarse del afán bombardero de Sarkozy y Cameron. Pero, poco después, ha desplegado sin complejos a su Armada bajo bandera aliada. Así navega la Turquía de Erdogan entre dos destinos posibles, con el riesgo de que «cuanta más dificultades encuentre Turquía en su relación con la UE, más buscará otras alianzas estratégicas», como explica Güner Ozkan, del «think-tank» independiente USAK.
Islam España es el portal del islam en lengua española , un proyecto de futuro para la convivencia,la cooperación y el diálogo.
El despliegue de cuatro fragatas y un submarino en el operativo naval de la OTAN frente a las costas libias y su labor de mediación ante los regímenes del norte de África ha situado a Turquía en la vanguardia aliada en el Mediterráneo, una proyección de fuerza que responde en realidad a la creciente vocación de líder regional de Ankara, y no tanto a un forofismo atlántico que, de hecho, ha decrecido desde la victoria electoral en 2002 del partido islamista (algunos dicen que post-islamista), AKP, del primer ministro Erdogan.
Frente al tradicional anclaje de Turquía como país occidental aunque musulmán y miembro innegociable de la comunidad atlántica, el AKP ha desplegado en esta década una política de distanciamiento contra los dos líderes occidentales en la región —Israel y EE.UU.—, de frialdad hacia la UE —con unas negociaciones de adhesión empantanadas—, y de búsqueda del liderazgo en Oriente Medio como potencia «musulmana».
«Una de las fuentes del creciente “poder blando” de Turquía en la zona ha sido el deslindarse de la estrategia de EE.UU. para dejar de ser percibido como parte integral de la política de Washington en Oriente Medio, con decisiones como la negativa a dejar pasar sus tropas para abrir el frente norte en 2003 contra Sadam Husein, o las críticas fortísimas a Israel en la invasión de Gaza y el incidente de la “flotilla humanitaria”», explicaba recientemente en Ankara Meliha Altunisik, analista de la prestigiosa Universidad Técnica de Oriente Medio de la capital turca. «Las relaciones de Turquía con la UE están cuanto menos en situación de “suspensión ambigua”, y existen claramente diferencias muy serias con EE.UU.», reconoce con preocupación Faruk Lögöglu, embajador y responsable de política exterior del opositor CHP, el otro gran partido turco, laico y pro-occidental.
Calificada de «neo-otomana» por quienes ven veleidades hegemónicas, y de «política de cero problemas con los vecinos» por el gobierno, Turquía ha apostado por una discreta pero efectiva política de interacción amable con antiguos rivales como Siria o Irak, e incluso con tradicionales piedras en el zapato como Armenia o Grecia. Pero, sobre todo, ha multiplicado sus lazos comerciales, financieros y humanos con los países árabes del arco mediterráneo, con Rusia, los Balcanes o con Irán —en 2010, Turquía recibió un millón de turistas iraníes—. La prensa turca destaca el probable trasvase a Turquía de plantas automovilísticas alemanas o textiles italianas ubicadas en los agitados Egipto o Túnez.
Unos movimientos que apuntan, según numerosos analistas, a un afán de reubicarse estratégicamente, poniendo una prudente distancia con Occidente para reivindicar su condición de potencia musulmana entre Oriente y Occidente.
La posición oficial es negar estas pretensiones ambiciosas y reafirmar la apuesta europea del país. «No tenemos un plan B, el destino de Turquía es europeo», explica Ayse Sezgin, directora general para Europa del ministerio de Exteriores turco. «Y no tenemos ningún modelo “neo-otomano” que exportar, sino una clara política de cero problemas con nuestros vecinos», aclara. En la crisis libia, Turquía ha retrasado hasta el último momento la asunción por la OTAN del mando de la operación, para distanciarse del afán bombardero de Sarkozy y Cameron. Pero, poco después, ha desplegado sin complejos a su Armada bajo bandera aliada. Así navega la Turquía de Erdogan entre dos destinos posibles, con el riesgo de que «cuanta más dificultades encuentre Turquía en su relación con la UE, más buscará otras alianzas estratégicas», como explica Güner Ozkan, del «think-tank» independiente USAK.
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