Dos tumbas excavadas en una mole rocosa en Hegra (© Yann Arthus-Bertrand)
El Institut du Monde Arabe muestra espectaculares imágenes de Hegra, la Petra saudí
Al-Ula Maravilla de Arabia: la exposición del Institut du Monde Arabe (IMA), de París, lleva un nombre bien adecuado. En una época en la que todo parece al alcance del móvil, Arabia Saudí, vigésima economía del planeta y cuyas dimensiones le permitirían albergar a España, Francia, Alemania, Italia, Gran Bretaña, Holanda, Bélgica y Suiza juntos, es un enigma. Y más aún el enclave de Al-Ula, objeto de la exposición. Las excavaciones, comenzadas allí hace tres décadas y con una inversión por ahora de 19.000 millones de euros, catalogan tumbas rupestres y otros testimonios de hasta siete mil años de antigüedad.
“La primera ocupación documentada es del neolítico. Las estructuras funerarias y los dibujos de las rocas refieren sistemas políticos y económicos antiguos y una fauna abundante”, según la franco libanesa Laila Nehmé, investigadora del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) francés. Directora de las excavaciones, Nehmé es comisaria de la exposición.
En el año 106, Hegra, integrada en el imperio romano, se convierte en su frontera sur
A partir del siglo VII aC, Al-Ula es etapa de la célebre ruta del incienso. La primera instalación importante es la de la poderosa civilización nabatea, llegada de la actual Jordania, en donde había edificado Petra. Los nabateos fundan Hegra y allí construyen, por ejemplo, ese conjunto único en el mundo de 94 tumbas rupestres que ha valido a Hegra –hoy llamada Mada’in Saleh o ciudades de Sale’h–, la calificación de patrimonio de la Humanidad.
En el año 106, Hegra, integrada en el imperio romano, se convierte en su frontera sur. Los vestigios de un fuerte y numerosas inscripciones latinas, registran ese período mal conocido. Porque, igual que los testimonios escritos en las rocas (no por nada se habla de biblioteca al aire libre), en arameo, en griego y otras lenguas, lo anterior a la conquista árabe carecía hasta la segunda década de este siglo de existencia oficial.
De hecho, la muestra exhibe una inscripción del 280 que sería “el eslabón perdido entre la lengua nabatea y el árabe”. Esa demostración de que el grafismo árabe proviene del nabateo fue noción ignorada por la historia oficial hasta hace pocos años.
Dos relieves en una de las paredes del yacimiento
Dos relieves en una de las paredes del yacimiento (Yann Arthus-Bertrand / © Yann Arthus-Bertrand)
Y es que, desde el siglo VII, con la implantación del islam, hasta el XX, la ruta del incienso pasa a ser la del peregrinaje. Y Al Ula (“un gran y hermoso pueblo, con su palmeral y un agua deliciosa”, escribió Ibn Batuta, en el siglo XVI) un alto en la ruta hacia la mezquita del profeta, en Medina, y de allí a La Meca.
Como los saudíes no escatiman en gastos, Yann Arthus Bertrand fotografió y filmó, para la exposición del IMA, la primera presentación occidental de aquel mundo secreto, un vasto espacio beige y ocre, macizos rocosos en el desierto. Nehmé propone “una inmersión en el paisaje, a través de la combinación de imágenes, sonidos naturales y olores, que acompañan el descubrimiento de inscripciones y objetos arqueológicos”. En realidad, el IMA es la caja de resonancia de una inversión saudí.
La muestra ocupa una institución parisina, pero fue financiada –un millón de euros– por Riad. Un hábito saudí: Riad sufragó ya la renovación del IMA –5 millones de euros– y, en 2005, los 17 millones con los que el Louvre organizó su departamento de artes del islam.
El detalle explica tal vez un error, curioso en una institución como el IMA, financiada por el ministerio de exteriores de Francia: en el gran mapa mural de la región no aparecía Israel, bajo el Líbano, sino unos “territorios palestinos”. Señalado por la prensa, el error fue corregido. No la sensación de quién manda.
Normal. Los expertos coinciden en asegurar que los mil millones de euros que soltó Abu Dabi para tener su Louvre suenan a propina frente a lo que estaría en juego con Riad. En efecto, unos 50.000 millones de euros podrían caerle a Francia si la agencia creada por París, con 30 empleados pagados por Riad, se ocupa del proyecto. Por lo bajo, la construcción de siete museos (de oasis, perfumes, caballos, volcanes…), de un centro de civilización árabe (que por primera vez incluiría ese pasado anterior al islam), de un hotel ya firmado con Jean Nouvel y que abriría en el 2023. Y rutas, ciudades...
Macron puso al frente del proyecto a un ex-CEO de grandes empresas galas. Su interlocutor, en Riad, es un príncipe de 34 años, Badr ben Abdullah ben Mohammed ben Farhan Al Saud, nombrado ministro de cultura en el 2018 por Mohamed bin Salmán, el heredero saudí, hoy sospechoso de haber ordenado el asesinato del periodista Yamal Kashoggi.
Un ministerio estratégico, clave de la economía post petróleo. ¿Su presupuesto? Ilimitado. De hecho, es Badr quien pujó en el 2017 por Salvatore Mundi, ese cuadro que tal vez no sea de la mano de da Vinci pero es incuestionablemente, con sus 410 millones de euros, el más caro de la historia.
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