domingo, 22 de noviembre de 2009

Viajes de ida y vuelta

Rabat, 22.11.2009,diariodesevilla.es, A. Navarro Amuedo.


Una mujer marroquí espera, en el puerto de Algeciras, el embarque en el ferry durante la operación Paso del Estrecho.

Ciudadanos marroquíes residentes durante años en Andalucía se ven obligados a regresar a su país de origen en los últimos meses · Narran vivencias dominadas por el trabajo duro y la necesidad les lleva a comenzar de nuevo al volver a su tierra

"Los marroquíes descubren que esto no es El Dorado que creyeron", asegura categórico el cónsul general de Marruecos en Sevilla -cuya jurisdicción abarca Andalucía Occidental y Badajoz-, Mohamed Said Douelfakar. Pese a que las autoridades marroquíes en España reduzcan al mínimo el retorno reciente de ciudadanos magrebíes a su país de origen, lo cierto es que la crisis económica se ha cebado especialmente con los empleos de la comunidad inmigrante.

La reducción de la actividad en el sector de la construcción y de los servicios hosteleros y turísticos ha dejado sin trabajo a miles de extranjeros en Andalucía. La mayoría se aferra a la esperanza en una pronta recuperación de la economía española y los beneficios del subsidio del desempleo para permanecer en la orilla norte del Estrecho. Pero las dificultades económicas y la cercanía física empujaron a muchos a tomar el ferry de retorno a tierras norteafricanas.

"Aquí estoy sufriendo mucho. Tengo claro que en cuanto la situación mejore volveré a España, mi vida está allí", afirma Karim Ibrahim, ingeniero en Biología y Geología, de Rabat, que adquirió una casa en Málaga en 2000 convencido de la inversión de futuro que realizaba. En la capital de la Costa del Sol disfrutó del lustro más bonancible de la economía española, pero vivió paulatinamente el empeoramiento de la situación a partir de 2007. "España es una economía de servicios y en la Costa de Málaga se notan especialmente los problemas del sector". Hace unos meses su particular travesía por el desierto finalizó con el regreso a la capital marroquí con su familia, donde ahorra en su empleo como comercial de canteras en Casablanca y Rabat para pagar la hipoteca de su vivienda en Andalucía. "Cada tres meses subo a Málaga a pagar el IBI, la luz, la comunidad y las letras de la hipoteca; en Rabat vivimos de alquiler. Mis niños -de cinco y diez años- estudian en el Colegio Español, porque me siento en casa como un refugiado".

Un lustro por los barrios de Sevilla

Los cinco años pasados por tierras andaluzas de Faisal Habib constituyen una metáfora acertada de la juventud marroquí actual: generosa, trabajadora y bien preparada. Y, sobre todo, víctima frecuente de las injusticias y los caprichos de las fronteras humanas. Faisal, hijo de un director general del Ministerio de Finanzas marroquí, llegó en septiembre de 2002 procedente de Rabat a la capital hispalense para cursar estudios de Comercio y Marketing respaldado por el apoyo financiero que llegaba de casa. La fatalidad de la muerte repentina de su padre precipitó el abandono de los estudios por parte de Faisal, que hoy tiene 26 años. En ese momento comienza la dura historia de un joven que sobrevivirá-"tenía que buscarme la vida, tío"- haciendo un poco de todo: albañilería, vendedor de pollos asados, jardinería, dependiente en un bazar, trabajos en el campo, etc. La crisis agotó su paciencia y, cinco años después, con la Feria de Abril de 2007, durante la que vendió gorros, llego su despedida de tierras sevillanas. "Por culpa de la venta de CD y DVD la Policía me tenía ya fichado y yo quería evitar problemas con la Justicia", explica Faisal.

Después de Sevilla llegaría el norte de Italia, al reclamo de un tío suyo que reside en el país transalpino desde hace 18 años, pero sólo para poner rumbo a Marruecos el verano de 2008 tras un año en el que únicamente pudo desempeñar trabajos esporádicos. Paradojas del destino: antes de emigrar a España e Italia, Faisal Habib y su familia veraneaban en estos dos países en los que la fortuna no le sonrió. Desde hace año y tres meses trabaja como vigilante de seguridad en una sucursal bancaria de la capital marroquí, donde cobra unos seis euros al día. En Rabat vive ahora con su madre, Aicha -cuya presencia era lo que Faisal echaba más de menos en Sevilla-, quien viaja frecuentemente a España para cuidar de su nieta. Su madre, la hermana de Faisal, reside en la Costa del Sol, casada con un ciudadano británico.

Su viaje por la geografía urbana de Sevilla es el trasunto de su duro periplo. "Comencé viviendo en la Puerta de la Carne, en Menéndez Pelayo, cuando estudiaba, y también después cuando trabajaba en un bar de la calle Irún. De allí pasé a Las Vegas, con un marroquí: horrible. Más tarde viví en Los Pajaritos, donde trabajé en un bar que no tenía ni nombre. También estuve en El Cerro y los Bermejales. Cuando me dediqué a los CD y los DVD volví al centro, a la Puerta de Carmona, para trabajar en Nervión Plaza". Del comercio en las aulas al comercio del top manta. A Karim, que había sido director de canteras en Tánger, Rabat y Casablanca, le tocó el nada grato empleo de repartir publicidad en sus primeros tiempos en la capital malagueña. Le seguiría la recogida de la patata y la aceituna y la vigilancia nocturna. La jardinería y la albañilería.

La breve historia de un fracaso

Andalucía como El Dorado que no es. A Khamid Zine, un joven natural de Midelt, una pequeña localidad situada en pleno centro del país, al pie de las montañas del Atlas, unos amigos marroquíes le pintaron la provincia de Sevilla como una tierra rebosante de oportunidades laborales. Khamid, que había comenzado a los 20 años a trabajar en una granja en Agadir, buscó infructuosamente trabajo en Sevilla durante una semana acompañado de paisanos suyos. El joven llegó a la capital andaluza ya sin resuello: su aventura no había comenzado en tierras hispalenses, sino mucho antes. El joven salió de Marruecos rumbo a la ciudad italiana de Verona un año atrás, donde sufrió el engaño de un supuesto intermediario que les vendió en tierras magrebíes un contrato de trabajo que nunca existió. Un año de penurias en tierras transalpinas, dos meses en Francia y un paso efímero por Sevilla. Hoy trabaja en una granja porcina entre los olivares y las huertas de Midelt.

Reda y el refranero

"¿Andaluz o andas con pilas?". Con esa frase saluda Reda Jebro que, además de vendedor de chilabas en la medina de Rabat, colecciona refranes y frases hechas, que suelta de sopetón, sin solución de continuidad. "Quien no fue a Sevilla no vio maravilla y quien no fue a Granada es que no vio nada, ¿no?". Este rabatí de 49 años, que regenta ahora un pequeño comercio heredado de su padre, ya fallecido, en una bella alcaicería de la medina de la capital marroquí, narra con nostalgia sus dieciséis años pasados en tierras andaluzas, de las que regresó el año pasado. "Nunca tuve residencia fija, siempre de pensión en pensión; viajaba de Barcelona, donde compraba los tejidos, a Andalucía, donde los vendía. Conozco los mercadillos ambulantes de las ocho provincias. Pasé la mayor parte del tiempo en Algeciras y el Campo de Gibraltar. Algunas veces viajaba con visado y otras sin él". Reda, que recuerda municipios de cada una de las provincias andaluzas, marchó solo y así volvió a la medina rabatí. "Faltaba negocio. España no es el paraíso: hay que trabajar mucho para vivir. Después de todos los años que he pasado allí no guardé ni un millón de pesetas".

Cara y cruz de la convivencia

"Hay de todo, pero en general los andaluces son gente de alta calidad humana", explica serio Reda, el vendedor de chilabas que recuerda de memoria los nombres de los ministros de Felipe González y José María Aznar. Karim no tiene pelos en la lengua para explicar el trato recibido en nuestro país. "Los marroquíes en España son una sociedad de segunda. Pese a mi título universitario, intenté competir con los españoles para un puesto en el hospital de Marbella para trabajar en la esterilización de materiales y las leyes de inmigración me lo impidieron; no pude acceder a un puesto del Estado".

El contrapunto desenfadado lo pone Faisal: "Yo soy moro, lee lo que pone la RAE. Mientras no se me insulte yo no me ofendo", afirma sonriente este joven, quien presume del mote que se pusieron entre un Policía Nacional y él mismo. "Mi nombre en facebook es Morogitano, porque parezco las dos cosas". El joven recuerda también episodios desagradables pasados en su periplo hispalense. "He notado como a mi paso en el autobús, las señoras cogían fuerte su bolso. E inconscientemente en una calle donde haya mucha gente, si veo un policía cerca, me cambio de acera, porque se me queden mirando y me paran para preguntarme". "Pero me gusta Sevilla mucho. Me encanta el flamenco, quiero aprender a tocar el fandango y la bulería: Camarón, Paco de Lucía y Paco Cepero, son los mejores".

¿Cómo es la situación presente para el colectivo marroquí en Andalucía? "Muy pocos están contentos ahora, sólo los que llegaron en los ochenta y principios de los 90; ellos pusieron negocios como locutorios, bazares, tiendas halal -productos de alimentación en armonía con los ritos del Islam-, etc.", relata Faisal Habib.

"Muchos han cambiado de oficio, esperando que se pase la crisis, han pasado de trabajar en servicios urbanos al sector agrícola y al pequeño comercio", analiza el cónsul general de Marruecos en Sevilla, Mohamed Said Douelfakar. Historias como las de Karim, Reda, Faisal, Aicha o Khamid se repiten cada día con distinto pasaporte y destino. Son las travesías de regreso de un El Dorado, el de la orilla norte del Estrecho de Gibraltar, que no lo es tanto y la vuelta a empezar, a seguir viviendo de muchas historias privadas y discretas.

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