domingo, 15 de mayo de 2016

Viaje a un campo de refugiados en Turquía

Gaziantep, Turquía,14 de mayo del 2016,latercera.com,María Paz Salas


Casi 5 mil refugiados sirios intentan rehacer su vida en el campo Nizip 2, en la ciudad de Gaziantep, a 45 kilómetros de la frontera con Siria. Cuentan con un hospital y supermercados, pero están lejos de sus hogares.

Lo que primero llama la atención al entrar al campo de refugiados Nizip 2 en la ciudad turca de Gaziantep, son los niños. De los 4.820 refugiados que acoge este lugar, ubicado a 45 kilómetros de la frontera con Siria, más de la mitad son menores , que suelen pasar su tiempo en las dos plazas con las que cuenta el recinto, en el colegio o en el patio, donde juegan fútbol con poleras de Messi o Neymar. 

Se ponen especialmente alegres cuando grupos de visitantes llegan al centro al menos una vez por semana. Miran con curiosidad y saludan: “Hola hermana”. La gran mayoría son parte de los 2,7 millones de sirios que han llegado a Turquía escapando de la guerra civil, que este año cumplió cinco años. 

Nizip 2 es uno de los cinco campos de acogida en Gaziantep y abrió sus puertas en febrero de 2013. “Bienvenido a Turquía, el país que más refugiados acoge en todo el mundo”, se lee en uno de los carteles en la entrada del centro. El lugar parece una pequeña ciudad y es mostrado con orgullo por parte del gobierno turco, que cursó una invitación a La Tercera para visitar el lugar. 

Este es el mismo campo de refugiados que en abril pasado recibió con flores a la canciller alemana Angela Merkel, que viajó al lugar para apoyar de manera simbólica el criticado pacto entre Turquía y la Unión Europea, que establece la ayuda económica de 6.000 millones de euros, a cambio de que el país atienda en su territorio a los refugiados sirios y a los migrantes que sean deportados desde Grecia. También es el mismo lugar que Human Rights Watch calificó de “saneado”. 

Los refugiados viven en containers de 145 metros cuadrados y tienen electricidad, ventiladores, agua caliente, refrigeradores, herramientas de cocina y ropa abrigada.  En algunos casos se divisan antenas de televisión.

En el campo hay también dos supermercados. La administración les da 85 libras turcas por persona al mes, que solo pueden gastar en alimentos. También hay un hospital, salas de computación, dos bibliotecas, dos lavanderías y una mezquita. 

Además hay una sala de arte, donde se exhiben retratos que los refugiados han hecho de visitas como la de Merkel, pero también donde se divisan dibujos con escenas de la guerra en Siria. A pesar de las comodidades, están lejos de sus hogares, con familias rotas por el conflicto armado y considerables daños sicológicos. 

“Vamos a volver”

Precisamente, muchas de las actividades están centradas en los niños. Unas 200 personas trabajan en el campo y algunos funcionarios también son refugiados. Dos jóvenes profesoras explican que ellas cruzaron la frontera desde Siria y ahora están aquí enseñándole a los niños. Dentro de los 900 containers sus padres observan con algo de desconfianza a los extranjeros. 

“Aunque estemos felices o tristes, extrañamos todo de nuestro país”, cuenta a La Tercera Ahmed Bukar, mientras su esposa de 46 años ofrece café turco al interior del container que ahora es su hogar. 

Esta familia, que fue una de las primeras en llegar a este campo de refugiados, está compuesta por tres hijos, pero el mayor, de 18 años, se quedó en Siria cuidando la casa familiar. Antes de que estallara la Primavera Arabe, Bukar trabajaba como electricista en Alepo, la segunda ciudad más importante de Siria. Ahora, muestra con orgullo las instalaciones eléctricas y luces que decoran su casa. “Gracias a dios todo está bien, no hay problemas”, comenta. 

La familia logró escapar cuando la situación en la frontera aún no estaba desbordada. Un familiar les facilitó un auto, que ya estaba instalado en el cruce y sin pensarlo dos veces abandonaron Alepo para huir de la guerra. “Si sacan a Basher Assad y al Estado Islámico vamos a volver”, promete.  

“Cuando llegan acá les quitamos las armas y les damos una identificación”, dice el administrador general de Nizip 2, Ibrahim Damir a La Tercera. Además les toman las huellas dactilares. “Los refugiados sirios son huéspedes aquí”, asegura Damir. Hasta ahora, al menos 300 se han ido por voluntad propia y no han vuelto.

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