Había recorrido muchos kilómetros para asistir a unas jornadas sobre globalización. El ponente se había hecho esperar, para hablar de la inmigración en España y del riesgo real del terrorismo y del fundamentalismo islámico. Curiosamente el supuesto experto emprendió, como si fuera un analfabeto acodado a la barra de un bar, la enumeración de lo que él presentó como sorprendentes características del musulmán. Si ustedes van comparándolas, con las conductas de los seguidores de la religión profesada mayoritariamente en nuestro país, posiblemente encontrarán escasas diferencias.
«Para el musulmán, sus mezquitas son sagradas, de hecho son un símbolo para todos ellos. Los musulmanes ven, en sus imanes, a unos padres espirituales, por lo que viven de acuerdo con sus enseñanzas, que suelen ser interpretaciones de su particular libro sagrado, que es el Corán. Dicho imán es un guía al que obedecen ciegamente y que tiene el poder de decirles como tienen que vivir.
Los ritos, en la religión musulmana, están perfectamente establecidos, con sus prohibiciones y obligaciones, sus ayunos, sus peregrinaciones y sus rezos. Además los buenos musulmanes suelen entregar dinero para las mezquitas e incluso para destinarlo a sus países de origen, para el mantenimiento y la propagación del Islam. Todos los musulmanes quieren poder ejercer su culto allá donde van e incluso imponer sus creencias mediante adoctrinamientos y, si es necesario, por la fuerza.
Algunos incluso delinquen y entregan regularmente parte del dinero conseguido ilícitamente para el mantenimiento de su fe».
Estaba yo pensando en los sanguinarios narcotraficantes sudamericanos benefactores de la Iglesia católica y devotos de vírgenes y santos, en nuestros políticos corruptos adictos a procesiones y ofrendas a patronas locales y en otros tantos pedófilos entregados a la fe cristiana, cuando el conferenciante se atrevió, sin ningún pudor, a hacer referencia al sentir musulmán y al cómo los musulmanes se alegraban de las acciones del terrorismo islámico. Sus afirmaciones inquietaron al auditorio, que pareció despertar cuando, a mi derecha, uno de los asistentes murmuró: «Que me los den a mí. Ni religión ni hostia. Los convertía a todos en carne de hamburguesa». Mientras, por mi izquierda, otro participante envalentonado elevaba ya el tono de voz para decir: «Si de mí dependiera, aquí no entraba ni un puto moro», provocando las carcajadas de su entorno.
No aprendimos nada sobre terrorismo ni fundamentalismo, pero la charla, que se presentó como educativa, resultó ser un instrumento para la exaltación de la intolerancia y el rechazo de lo supuestamente diferente, que no tardó en aflorar, estimulando los instintos más tribales de algunos de los presentes, al creer estar en mayoría. Lo grave de la anécdota es que el curso estaba financiado con dinero público.
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domingo, 12 de diciembre de 2010
Con dinero público
Murcia,12.12.10,laverdad.es, SARGENTO EMILIA.
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