Al-Quds, 29-05-2019,Rebelión,Iván Carrazco
En conmemoración al “Día Mundial de al-Quds”, instituido por Ruhollah Jomeini en 1979 tras el triunfo de la Revolución Islámica en Irán, en el último viernes del mes bendito de Ramadán (mes del ayuno islámico) para tomar conciencia de su importancia.
Es innegable que la ciudad de Jerusalén (en árabe al-Quds, La Santa) es una zona geográfica de primera importancia para las tres principales religiones monoteístas por su santidad intrínseca, a saber: Judaísmo, Cristianismo y el Islam; sin embargo, es también preciso señalar que la ciudad es base fundamental para la paz mundial y el bienestar de la humanidad, asignatura pendiente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de la fuerza espiritual que pudiera contener, el problema que se observa es, no obstante, el de una ciudad asediada, cercada y controlada donde la mayor parte del tiempo se violan todos los derechos de sus habitantes naturales a raíz de una ocupación que data oficialmente desde hace 71 años (gestada históricamente desde principios del siglo pasado).
Al-Quds significa hablar de una ciudad que es la centralidad de un conflicto mayor: la “cuestión palestina”, es decir, de cómo un poder armado (política, económica y militarmente) desde el exterior llegó a un territorio habitado por una población autóctona que ha sido desplazada lentamente a lo largo del siglo mediante un proceso de “limpieza étnica” sistemática bajo el pretexto:
1) del derecho a un territorio “vacío”,
2) del derecho del “pueblo judío” a poseer una Nación; y, una vez establecido justificándose con,
3) seguridad y combate al “terrorismo” (desarrollando una capacidad bélica represiva en el más grande laboratorio humano sin sanciones contra la humanidad).
El establecimiento del régimen de Israel en Palestina ha conllevado una masacre constante por imponer su ideología, su política, su soberanía al margen de cualquier conducta legal y legítima, ya no digamos moral. Y esto se ha acentuado cuando en diciembre de 2017 el presidente de los Estados Unidos decidió hacer oficial el reconocimiento de al-Quds como capital del Estado ocupante y trasladar su embajada allí, dejando su sede establecida en Tel Aviv. Situación que rompe su compromiso con la “solución del conflicto” y revela su naturaleza parcial a la hora de fungir como mediador y dando por muerto al aún no anunciado “acuerdo del siglo”.
La aspiración del régimen de ocupación israelí es cubrir la totalidad del territorio palestino –al precio que sea necesario pagar- y que al-Quds se reconozca por todo el mundo como su capital. Sin embargo, el mismo reclamo subyace en las peticiones de los palestinos en vísperas de recuperar todo el territorio y no sólo las áreas que el Derecho Internacional y las Naciones Unidas le han pretendido otorgar (sin éxito).
En este amplio contexto es que al-Quds adquiere su importancia y su magnitud, no sólo es un asunto relevante para las preocupaciones religiosas sino que lo acerca a la implicación mundial y su opinión (y acción) pública.
Al factor religioso debemos poner particular énfasis ya que al-Quds es sagrada para la “gente del libro” (ahl al-kitab), es decir, para las religiones monoteístas que han recibido una revelación divina. En la Ciudad Vieja se sitúa el llamado Monte del Templo, conocido en su conjunto como El Noble Santuario (al-Haram al-Sharif) actualmente y en el que, alguna vez, estuvo en pie el Templo de Salomón (lugar de culto de los Judíos) destruido en el año 70 por los romanos, dejando sólo en pie la pared orientada hacia el occidente, denominado el “Muro de las Lamentaciones”, lugar de reciente culto y peregrinación, cuyo nombre es “Muro del Buraq”. Tomo este nombre en recuerdo de la especie que transportó al Profeta Muhammad de la Mezquita Sagrada (Masyid al-Haram) a la Mezquita Lejana (Masyid al-Aqsa): de Mecca a al-Quds, en la bendita noche del Viaje Nocturno (‘Isra) y de allí a la Ascensión de los Cielos (Miraj).
Este hecho marco un hito central en la continuidad de la profecía y en la unidad de su mensaje, y le otorga a la ciudad un lugar de preponderancia para la fe islámica. De allí la necesidad de ser protegida y custodiada por los creyentes, quienes se hicieron con la ciudad firmando un pacto con las autoridades cristianas, quienes administraban el monte, con la finalidad de que se protegieran los lugares sagrados, entre la que destaca la Iglesia del Santo Sepulcro, referido a Jesús el Mesías, entre otros tantos sucesos que vincularon a la Ciudad con su persona.
Debido a la desconexión establecida entre el llamado judeo-cristianismo con el Islam como propuesta “occidental”, no se ha puesto énfasis en las relaciones de similitud, de coexistencia y cercanía entre estas religiones. Esto a pesar de que:
1) el Islam guarda muchas tradiciones esenciales con los mensajes revelados al judaísmo y al cristianismo, y
2) el Islam aportó una base fundamental a la idea de “civilización occidental” que han querido minimizar sino borrar.
Con ello quiero decir que en lo relativo a los lugares santos en esta ciudad se han respetado y se han conservado con el resguardo musulmán al punto de que la Piedra Fundacional, donde el Profeta Abraham iba a ofrecer en holocausto a su hijo (Ismael según la tradición islámica, Isaac según la tradición judía y cristiana) y donde, para su preservación se construyó la Cúpula de la Roca (Qubbat al-Sajrah) máximo símbolo actual (y regularmente identificado como el símbolo de arquitectura islámica) del lugar construido para recrear el ascenso a los cielos del Sello de los Profetas, Muhammad. Dicho espacio no es propiamente una Mezquita, más bien, la Mezquita está en uno de sus extremos y es la Mezquita al-Aqsa, la edificada con la intención de adoración a Dios, en conjunto conforman las zonas donde se acude al rezo (salat) en la explanada de las Mezquitas.
El simbolismo religioso que recae en al-Quds la reviste de una importancia material e inmaterial que no permite ser ultrajada por ninguna de las religiones monoteístas. Su naturaleza ha sido la de preservar la sacralidad de los lugares; sin embargo, en años recientes se ha visto seriamente amenazada con el avance de la ocupación israelí a los espacios de las otras confesiones religiosas (tanto cristianos como musulmanes). Ante el avance ocupacionista está la idea “judaizar” todos los espacios de la ciudad, aunque esto no signifique que necesariamente sea un movimiento religioso judío sino, más bien, un movimiento político de justificación judía denominada sionismo, (como lo han denunciado miembros destacados de su propia comunidad) que pretende acelerar el “fin de los tiempos” a través de la preparación del terreno para la llegada del Mesías, y allí radica sus planes de destrucción de lo que existe y la construcción de un “Tercer Templo”.
Si entendemos esto, podremos entender la forma en la que el régimen de ocupación israelí ha operado en los 71 años de existencia como tal: desplazamiento de la población palestina de todo el territorio, intento de “asimilación” de la población palestina que se queda, hacer –mediante leyes- un ataque para que prevalezca “lo judío” frente a lo “no judío” con lo que se le da una apariencia de legalidad, de Estado de Derecho y que se actúa en consecuencia. Significando, en todo momento, la pérdida no sólo de tierra sino de identidad y cercanía a los pobladores originales.
Sobre al-Quds y Palestina se ha dicho mucho pero esto nunca será suficiente hasta que se abrogue todo el compendio legal existente en el territorio palestino (procedente de la ocupación y sostenido por las instancias internacionales -por acción, omisión o incapacidad- y aupada por Estados Unidos), mientras tanto, será identificado como el último reducto colonial irresuelto de posguerra, será un museo viviente de injusticia y opresión que, si bien comenzó con un “sueño judío” se ha convertido en una “pesadilla árabe-musulmana”.
Por todo esto, reconocer las implicaciones de Palestina y su capital al-Quds, es haber dado un paso en el reconocimiento de un problema y la necesidad de una solución; es generar empatía con la lucha contra la desposesión (territorial, cultural, económica); es solidarizarse con una causa que aún no está perdida.
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